Este primero de septiembre en términos de lo previsto en nuestro texto constitucional el titular del Poder Ejecutivo Federal debe presentar ante el Poder Legislativo en tanto representante del pueblo, un informe del estado que guarda la administración pública. Este acto esencial en un régimen republicano democrático constituye por antonomasia una rendición de cuentas.
Su origen lo podríamos rastrear hasta 1215 en la Carta Magna, y en su devenir histórico recordar como en 1628 en la misma Inglaterra, el rey Carlos I fue compelido a acudir al Parlamento a informar cómo se había gastado los impuestos para estar en condiciones de autorizarlos nuevamente, por lo cual el rey procede a disolverlo; su arrogancia y persistente rebeldía a acatar el mandato del Parlamento lo llevo a ser juzgado, condenado y decapitado en 1649.
En México y en otros países, este ejercicio democrático, de rendición de cuentas se complementa con la presentación al legislativo de la Ley de Ingresos y del Presupuesto de Egresos para el siguiente ejercicio anual.
Es de todos sabido que en el “ancien régime”, del partido casi único, en que el Presidente de la Republica y la inmensa mayoría de los legisladores pertenecían al mismo partido, se había trastocado este mecanismo de equilibrio y control constitucional y se había convertido en el día del presidente, el cual al arribar al Congreso, en el curso de sus largas peroratas y al finalizar era ovacionado cual si emperador fuera y, si, se comportaba como un Tlatoani.
El desgaste y la erosión consecuente en el ejercicio del poder y las fracturas internas llevaron a que hace apenas unas cuatro décadas, el presidente fuese interpelado primero y luego en 2006 impedido de ingresar al recinto parlamentario, por cierto con la participación de algunos de los integrantes del nuevo gobierno.
Así las cosas, en lugar de acudir a y leer su informe, modificaron el formato para enviar o presentar solamente por escrito el susodicho informe utilizando al Secretario de Gobernación, como mensajero de lujo. Y en acto separado leer en Palacio Nacional con sus invitados especiales un documento político que ensalza sus logros y minimiza u olvida convenientemente sus desaciertos.
En esta ocasión y dado que el nuevo gobierno cuenta con mayorías parlamentarias en ambas cámaras se esperaba que regresáramos al formato republicano e incluso tal y como demandaron en su momento quienes hoy detentan el poder político, se estableciera un diálogo entre el ejecutivo y las fuerzas políticas representadas en el Congreso, todo de manera civilizada y respetando los usos parlamentarios. Por alguna razón, no fue así. Y no es que se añore o se quiera con nostalgia mal entendida, regresar a los tiempos del acto faraónico de una sola voz. Creímos llegado el momento de profundizar nuestra democracia.
Así que este año, se mantendrá el formato de celebrar un acto con invitados especiales de las elites políticas, económicas-financieras y de comunicación afines al gobierno, lejanas a la ciudanía para dar lectura a un documento plagado de panegíricos al propio actuar y sin asomo de autocrítica y solo por cumplir la norma constitucional enviar un documento impreso al Congreso de la Unión. Veremos –quizá– el mismo evento, con los mismos invitados y cambiaran parcialmente los anfitriones de siempre.
La reflexión final sería que trasformemos estos rituales y recobremos la esencia republicana de rendición de cuentas del ejecutivo al legislativo, es decir al pueblo a través de sus representantes.