A últimas fechas, le preocupa a la gente estos dos conceptos. Desvela, incluso, a muchos de mis alumnos, la mayoría de ellos entre los 18 y 20 años. Desean, creo que por una responsabilidad social, alcanzar la objetividad. Yo, espero no parecer cínica, renuncie a ella hace mucho tiempo. En mi juventud, se me presentó como un problema, pero no ético, sino teórico. En esos lejanos años, recuerdo que el ahora prestigiado escritor Hugo Hiriart me contó que cuando a Miguel de Unamuno le reclamaron que un juicio suyo era demasiado subjetivo, el filósofo español contestó: “Sí, no soy una piedra”. En una historia de la crítica literaria leí esta frase de Anatole France: “¿por qué me gusta esta obra de arte? Porque soy yo, porque es ella”. A mi entender alcanza el equilibrio perfecto, una relación entre el crítico literario, el sujeto, y la obra de arte, el objeto. Se considera a France como el principal representante de la crítica impresionista y para mi es evidente que, como postula también Alfonso Reyes, en el arte (y en la vida) todo comienza con una primera impresión, de la cual no podemos (ni comprendo porque otros quieren) escapar.

En efecto, si le abrimos puertas a la subjetividad desbordada podemos acomodar la realidad a nuestro modo o, lo que es peor, cegados o de mala fe, tergiversarla y llegar hasta caricaturizarla para ganar la discusión o la contienda. Por eso, como considera France, hay que dejar que la realidad emane del objeto. Con esa dosis de objetividad, creo, es suficiente. Se trata, como ya se dijo, de una relación equilibrada entre objeto y sujeto.

Por otro lado, ¿cuando usted dice yo, está seguro que es usted? Bajtin, que se nutre de Marx, propone que cada individuo es la suma de su entorno familiar, su educación escolar, su lugar de origen, su época. En otras palabras, cuando expresamos una opinión “subjetiva”, ésta no es, como creemos, personal, hablan desde nosotros los valores y los prejuicios que aprendimos, (las “ideas recibidas”, dice Marx), de nuestra clase social, en resumen, en sentido marxista, opina nuestra ideología. Con mi ideología, que es colectiva y no individual, pienso sobre el aborto, el divorcio, la infidelidad, el papel de la mujer, la diversidad sexual o la historia de México.

 

Maniqueísmo

La herejía que combatió Agustín de Hipona, se basaba en una concepción dualista que concebía una lucha entre el bien y el mal, el espíritu y el cuerpo, la luz y las tinieblas. Este concepto permanece en la literatura y los escritores actuales consideran un error los personajes maniqueos y han optado por la ambigüedad, en vez del blanco y el negro, el gris. Al parejo comienza a caer en el descrédito la parcialidad y no digamos el tomar partido. En primer, lugar la literatura fue y no fue así. Algunos escritores, y de los mejores, como Víctor Hugo y Zola, exaltaron sus héroes y denostaron a los villanos. No sólo en sus ficciones, sino en la vida real tomaron partido. Se dirá que eran del siglo XIX, pero en el XX tomaron partido Arthur Miller, Jean-Paul Sartre, Pablo Neruda, Juan Rulfo, Nicolás Guillen o César Vallejo, todos los Revueltas: Silvestre, Fermín, Rosaura y José. Tal vez, baste citar la frase de García Márquez: “la realidad es inverosímil y maniquea, pero es la realidad”. Después de todo, subjetividad y objetividad tienen un solo fin: encontrar la verdad. Una revolución sucede si hay condiciones objetivas, pero también si hay sujetos activos. Y además, todo mundo y en esto no puede haber excepciones, luchamos por no ser considerados como objetos, sino como sujetos.