Es septiembre y pensamos en el Colegio Militar. Luego, inevitablemente, pensamos en nuestro ejército. Nos encontramos en medio de un escenario que no a todos nos resulta fácil de entender y de comprender. Este tiempo ha sido difícil en torno a estas cuestiones.  Las evocaciones sobre Tlatelolco y sobre la “guerra sucia” siguen al alza.  Se abren historias e historietas.  Se amaga al Ejército. Por momentos, da la impresión de que se busca culpables en lugar de buscar desaparecidos.

México ha tenido la ventura de contar con un ejército incuestionable. Originado en el pueblo e invariablemente leal a las instituciones ha sido una reserva nacional de virtudes.  Ejército formado por el pueblo, que no se distingue de él y que a él está plenamente asimilado.  Su perfil ha sido modelado como una síntesis de nuestra geopolítica y de nuestra historia.  Nuestras vecindades, los reacomodos de la política post-revolucionaria y otros factores más, han determinado su profesionalismo, su clasismo, su institucionalidad, su lealtad y su patriotismo.

En los tiempos actuales son incontables los méritos que acumula de manera cotidiana. La lucha contra el crimen. La participación en momentos de desastres.  Su concurso en campañas sanitarias, alfabetizadoras y reforestadoras.  El auxilio a la población  en diversas circunstancias. Todo ello lo ha hecho un muy apreciado y muy respetado ejército de paz. Su disciplina, su organización, su sistema educativo y su desarrollo tecnológico lo han hecho un muy reconocido  y muy confiable ejército de guerra.

Disponemos de la herencia, de una patria independiente.  Pero está, también presente en la memoria, la invasión y la mutilación.  Tacubaya, Churubusco, Molino del Rey.  Al final de cuentas, Chapultepec es una lección monumental de la historia que bien distingue la diferencia que hay entre el honor y los honores.  Entre lograr la victoria o alcanzar la gloria.  Entre ser vencedor o ser invencible.  Nos evoca a un colegio militar.   No a cualquiera, sino al nuestro.  La cuna de un ejército. No de cualquiera, sino del de México, lleno de honor y de gloria.  Es decir, invencible.

Nunca nos pondríamos de acuerdo los mexicanos para resolver si estos procesos de desgaste de nuestras instituciones fundamentales han sido un fenómeno espontáneo o un proyecto de alto diseño.  Si ha sido producto de nuestra mera inconsciencia o el resultado de un actuar perfectamente deliberado.  Si su origen es del interior o del exterior.  Si es reversible o progresivo.

Lo importante es tratar de que el siglo XXI mexicano, tenga muchas de las luces que nos acompañaron en el siglo XX y ninguna de las penumbras de nuestro  siglo XIX, donde todo fue inseguro.  Donde todo estuvo en riesgo, como la sobrevivencia nacional o en franca pérdida, como el territorio.  Donde lo iniciamos dominados por una potencia y lo concluimos subyugados por un tirano.  Donde tuvimos muy pocos episodios luminosos, como la Reforma, hoy todavía rescatable.

Los tiempos actuales son complejos y comprometedores para todas las instituciones. El ejército no escapa a ésta circunstancia. Lo acosan responsabilidades como la lucha contra el crimen donde, todos los días, se libra una batalla que involucra, en ocasiones, a una importante parte de los efectivos militares en un esfuerzo mexicano que en dinero, en sufrimiento y en sangre sólo la justificarían otras naciones en un estado de guerra.  Esfuerzo aportado por nuestro país, con sentido humanista y no sólo nacionalista, para tratar de preservar la salud y la moral de otros pueblos  y que muchas veces, lejos de ser reconocido y agradecido, es criticado y mal recibido.

 

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