Lord Byron decía que el pasado es el mejor profeta del futuro porque mucho nos anuncia de lo que va a pasar. Creo, también, que el futuro es el mejor intérprete del presente porque, si logramos imaginar nuestro porvenir, podemos diagnosticar nuestro acontecer.

Por eso, debemos triangular algunos sucesos del pasado con la contingencia del presente y con la resultante hipotética del futuro.

Ese es el método que hoy utiliza la geriatría preventiva. Mientras más sabemos de las enfermedades que padeceremos cuando viejos mejor podremos acondicionar nuestros hábitos conductuales cuando jóvenes. Algo así debiera ser más frecuente en la política mexicana. Si imaginamos el México dentro de 30 años, estaremos en mejor posibilidad de lograr que esos sean mejores tiempos que si ellos llegaran sin brida y sin freno.

Desde luego que no se trata de hacerle al tarotista sino de utilizar datos duros y proyecciones sensatas. La geriatría preventiva parte de una premisa conocida y comprobada. De manera ineludible, vamos a envejecer. De hecho, nuestro envejecimiento comienza el día de nuestro nacimiento. No existe la eterna juventud. Luego, entonces, no menospreciemos ni desperdiciemos la previsión en la mocedad.

Es insensato no ver hacia el futuro y que nos parezca más importante descifrar quién será y de quiénes se rodeará el próximo presidente que entender cómo será y cómo vivirá la próxima generación. Saber si seremos ricos o mendigos, sabios o imbéciles, civilizados o salvajes, honestos o bandoleros, justos o sátrapas, modernos o cavernarios, cosmopolitas o arrabaleros.

Pero, para nuestra fortuna, la capacidad psíquica puede vencer a la oclusión política. La mente es más poderosa que la vista y eso nos permite percibir lo que está oculto. La imaginación poderosa es la principal capacidad del verdadero político. Vista aguda, para ver todo lo que sucede. Visión de fondo, para ver lo que va a suceder y que aún no llega. Videncia profunda, para ver lo que los demás no pueden ver.

Pero si queremos creer que el futuro nunca llega y que la juventud o los sexenios son eternos y no utilizamos la previsión conductual, por lo menos utilicemos la protección de una “política nacional de previsión”.

El verdadero político suele tener una noción muy clara de su realidad y de la de los demás. Sabe a quién tiene que asociar, comprar, vencer, separar, elogiar, criticar o destruir. Sabe en qué se debe aplicar y en qué no se debe desperdiciar. Sabe en qué tiempo debe hablar y en cuál callar. De qué manera avanzar y de qué modo esperar. Esto significa, tan solo, propiciar su buena suerte.

Por eso, el político debe “comprar-el-boleto” para, con algo de suerte, vencer a la pobreza, la delincuencia, el desempleo, la injusticia, la desigualdad y la desesperanza. Pero no puede esperar los milagros necesarios para, sin hacer nada, remitir la corrupción, la ingobernabilidad o el desprestigio.

Todo esto nos lleva, en el terreno de la política real a facilitar nuestras decisiones ciudadanas y hasta las gubernamentales. Nunca vamos a recuperar Texas ni California. Pero sí podríamos recuperar Monterrey y Acapulco. Nunca llegará una nave mexicana a la Luna pero si podemos llegar a la reforma política, económica, social y cultural. No vamos a ganar el mundial de fútbol pero sí podríamos ganar dignidad, seriedad y credibilidad.

Y, al final de cuentas, es más importante lo que podemos ganar, con  nuestro boleto y con algo de buena suerte, que lo que podríamos esperar de los milagros.

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