Hay tipos con suerte. Donald John Trump, el extravagante magnate rubio que llegó a la Casa Blanca por azares del destino es uno de ellos. Por lo mismo, sus “excesos de poder” pueden colocarlo en el banquillo de los acusados y ser expulsado de la Presidencia de Estados Unidos de América (EUA) en caso de que la Cámara de Senadores estadounidense decida aplicarle el impeachment –que nunca ha prosperado en las tres ocasiones anteriores–, a solicitud de la Cámara de Representantes. La destitución de un presidente en activo en la Unión Americana es algo que los estadounidenses no han podido constatar desde hace 151 años cuando procedieron en contra de Andrew Johnson, después con Richard Milhous Nixon –que en 1974 prefirió renunciar antes de que fuera condenado–, y más recientemente con Bill Clinton que, como el primero, terminó su segundo periodo.
No es fácil pronosticar el resultado de este intento. Pero, condenado o exonerado, Trump pasará a la historia como una ave de tempestades, no como un presidente de “todos los estadounidenses”, ni como un “buen hombre”, más bien como un mal bicho que aprovechó la oportunidad política y el desconcierto de millones de republicanos que creyeron en el lema de “Hacer grande a América otra vez”, cueste lo que cueste. La ultraderecha en pleno. Como gran mentiroso que es, Trump afirma, faltaba menos, que sus índices de popularidad son muy altos (apenas el 43%) y que el impeachment es la única manera que tienen los demócratas de pararlo en su intento por lograr la reelección el año próximo. Otra de sus gracejadas que, por desgracia, muchos creen. El ambiente político en la Unión Americana está que arde y en los siguientes meses será peor.
De acuerdo a lo que dicen las leyes en la Unión Americana, el Poder Legislativo puede destituir al titular del Poder Ejecutivo si cuenta con los votos suficientes acusándolo “por traición, soborno u otros altos y menores delitos”, los cuales incluyen varios tipos de abuso de poder y que son considerados más bien delitos políticos. Trump sería el cuarto mandatario en la historia al que se le aplicaría este proceso de destitución. Solo Andrew Jackson, en 1868, y Bill Clinton, en 1998 han sufrido el impeachment. Ambos resultaron absueltos.
El proceso se inicia en la Cámara de Representantes, donde un Comité Judicial, apoyado por otros, investiga si el acusado cometió violaciones que ameritan su destitución. En esta ocasión, la presidenta de la Cámara Baja, la demócrata Nancy Pelosi, indicó que los seis comités que han estando investigando a Trump, colaborarán ahora al enviar el resultado de sus trabajos al Comité Judicial que se encargará de formular los llamados “artículos de impeachment”, o sea los cargos formales, que también pueden ser planteados por otro comité especial. Dichos cargos serán aprobados por mayoría en el comité y después se presentarían ante el pleno.
En el caso de que el pleno de los Representantes aprobara únicamente uno o más de los cargos, se considera que el Presidente ha sido impeached, pero no destituido, lo que en castellano equivale a ser “acusado formalmente con cargos”. La mayoría demócrata en la cámara baja ya tiene comprometidos 218 diputados para continuar con el procedimiento.
El siguiente paso se da en el Senado, que se transforma en un tribunal para lo que es en esencia: un juicio político presidido por el jefe de la Suprema Corte y un grupo de representantes actúan como fiscales. Obvio, el presidente-acusado cuenta con sus abogados defensores. La cámara alta es el jurado, pero las reglas del procedimiento son formuladas y adoptadas por el Senado en ese momento. Al finalizar el juicio, el Senado debe votar para condenar al mandatario. Por lo menos se requieren dos tercios de los senadores presentes para condenarlo. Si lo logran, Donald Trump sería destituido y el vicepresidente, Mike Pence, tomaría su puesto.
Trump sería el cuarto mandatario en la historia al que se le aplicaría este proceso de destitución. Solo Andrew Jackson, en 1868, y Bill Clinton, en 1998 han sufrido el impeachment.
Actualmente el Senado está dominado por la mayoría republicana, por lo que pocos apuestan a que el juicio se realice. Pero, si procediera, todo indica que Trump sería absuelto. No obstante, en este asunto no se pueden hacer predicciones, podría haber más revelaciones o si el Presidente cometiera errores garrafales en el manejo de esta crisis. A fin de cuentas, éste no es un proceso judicial, sino un proceso más bien político. Pese a sus acostumbradas baladronadas, Trump está muy nervioso y su verborrea incontenible le puede llevar por senderos difíciles.
¿De que se trata este asunto? No es algo prefabricado por los demócratas ni por algún enemigo del magnate. De hecho, el causante es el propio Trump y sus arranques. No es un problema interno, sino con alguien del extranjero, el presidente de una nación que muy pocos estadounidenses pueden precisar donde está ubicada: Ucrania. Un informante anónimo destapa la cloaca y pone al país más poderoso patas arriba.
La denuncia se centra en lo siguiente: “He recibido información por parte de múltiples funcionarios del gobierno estadounidense de que el presidente de EE UU está usando el poder de su cargo para pedir la interferencia de un país extranjero en las elecciones de 2020. Esta interferencia incluye, entre otras cosas, la presión a un gobierno extranjero para investigar a uno de los rivales políticos domésticos más importantes del presidente. El abogado personal del presidente, Rudolph Giuliani, es una figura central de este esfuerzo. El fiscal general Barr parece estar también involucrado”.
Todo empieza a moverse con gran velocidad. Sin duda el informante –cuya identidad se protegerá con sumo cuidado–, procede de los servicios de inteligencia estadounidenses, servicios que desde el inicio del gobierno de Donald Trump no han mantenido buenas relaciones con el sucesor de Barack Obama. No solo eso, sino que ha habido fuertes enfrentamientos y acusaciones entre el magnate y las agencias del caso. El informante (whistleblowers, se les llama en inglés, son personas que desde dentro de una organización, ya sea pública o privada, denuncian un comportamiento inapropiado, sospechoso o directamente ilegal que los responsables del lugar donde trabajan toleran, impulsan o tratan de encubrir), presentó en forma escrita su denuncia el 12 de agosto pasado, y el 23 de septiembre por la noche, en un vuelo de Nueva York a Washington, la veterana y poderosa demócrata Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, escribió a mano el borrador del discurso con el que anunciaría la puesta en marcha de la investigación para una posible destitución de Donald Trump, el temido impeachment.
Al día siguiente, Pelosi anuncia la decisión de poner en marcha la maquinaria del impeachment. Para afirmar el proceso, la representante demócrata arguye las presiones del presidente Trump al presidente ucranio, Volodymir Zelensky, para lograr que la justicia de ese país investigue al ex vicepresidente Joe Biden –el precandidato demócrata mejor situado en las encuestas para los comicios de 2020–, y al hijo de éste, Hunter, por sus negocios en Kiev cuando su padre era enviado por el presidente Barack Obama como su representante personal en momentos delicados en Ucrania.
La historia de Ucrania y el impeachment es un examen a la salud del sistema estadounidense, un recorrido por sus cloacas y por sus bebederos de agua limpia. Irrumpe en 2019, casi al principio del proceso electoral de EUA, pero se remonta a la Ucrania de la revolución del Maidán en 2014. El entonces vicepresidente Biden recibió la encomienda de Obama para viajar a Ucrania a apoyar al nuevo gobierno de Poroshenko, y casi al mismo tiempo su hijo Hunter es contratado por Burisma Holding, una de las mayores compañías de gas del país, con un salario mensual de 50 mil dólares. Pese a todo, la Casa Blanca no consideró que esto causara un conflicto de intereses aunque el propietario de la compañía en cuestión, Mikola Zlochevski, era un oligarca cercano al expresidente Yanujkóvich, investigado por abuso de poder y enriquecimiento ilícito, aunque nunca fue condenado.
Estos son los antecedentes que Trump y Giuliani han escudriñado para tratar de encontrar un posible caso de corrupción en el hijo del veterano demócrata, que ahora es fuerte competidor del presidente que busca la reelección. En la llamada telefónica de Trump y su homólogo ucranio, Volodimir Zelenski, se encuentra la prueba más incriminatoria para que pudiera proceder el impeachment. En ella el magnate pide insistentemente a Zelenski que investigue a Biden y su hijo y le repite en varias ocasiones que su abogado personal, Giuliani, y Barr, el fiscal general de EUA, se pondrán en contacto con él para ayudarle. Mientras Zelenski actúa, Trump bloquea la entrega de 391 millones de dólares de ayuda a Ucrania. El 25 de julio tuvo lugar la dichosa llamada. Desde entonces nació el posible proceso de destitución del rubio mentiroso. ¿En qué terminará?, colmo dice el tango: “sólo Dios sabrá”. VALE.