A Aleksandra Kuraszkiewicz,  joven brillante y generosa, preocupada por su país,
quien trabajó conmigo cuando fui Embajador de México en Polonia

  

Tics de las elecciones

El mundo espera en estos días, con una mezcla de curiosidad y aburrimiento, un desenlace más del Brexit, que a fin de cuentas es resultado de unas elecciones. Las últimas novedades, que al publicarse este artículo pueden no ser las últimas, son, que el primer ministro Boris Johnson envió dos cartas a la Unión Europea, una solicitando un plazo adicional para salir de Europa ¡y otra anulando esa petición!; al tiempo en que un millón de personas se congregaba en Londres exigiendo un segundo referéndum sobre el propio Brexit.

Dicho sea de paso, el gran novelista británico John Le Carré afirma que “el Brexit es sin duda alguna la mayor idiotez y la mayor catástrofe que ha perpetrado el Reino Unido desde la invasión de Suez [1956]”. Mientras Dominique Strauss-Kahn, el ex titular del FMI quien, víctima de una celada, fue involucrado en un escándalo sexual y perdió la candidatura a la presidencia de Francia, celebra que los británicos abandonen la Unión Europea, porque “no pocas de las dificultades para construir la Europa comunitaria desde hace 40 años, se debe a la presencia de nuestros amigos británicos, que jamás han querido jugar nuestro juego”. Y quizá tenga razón.

Paralelamente al sainete británico, varios países europeos celebran elecciones, algunas interesantes porque revelan los tics de la democracia, que en estos tiempos la fortalecen o la desvirtúan, que legitiman o desprestigian a candidatos y gobernantes, hacen patente justificados –pero a veces también manipulados– disgustos de la sociedad con el gobierno, polarizan a la sociedad y sacan a flote mezquindades, odios y sentimientos deleznables en los pueblos “originarios” de los países.

 

A Cristazo limpio

 En Europa las recientes elecciones legislativas de Polonia –y algo habrá que decirse también de los comicios municipales en Hungría–, la ofensiva de políticos eurófobos y el pulular de partidos de ultraderecha, mantienen encendidas las alarmas en la Unión Europa cuya existencia amenazan. Como es el caso Matteo Salvini, el líder de Liga –uno de los partidos de ultraderecha de Italia–, quien intentó formar una gran coalición con los partidos ultra que obtuvieron escaños en el parlamento europeo y hacer labor de zapa, desde dentro, contra la Unión Europea. Salvini fracasó en su intento, y también en sus maniobras para adueñarse del gobierno que la Liga compartía –él como ministro del Interior– con el Movimiento 5 Estrellas.

Pero a pesar de su fracaso, el italiano ha vuelto a la pasarela política con una demostración de fuerza: una manifestación de alrededor de 200,000 personas congregadas en la Plaza de San Giovanni, en Roma. Acompañado por Silvio Berlusconi –hoy un zombi de la política italiana, pero ayer su gran titiritero, escandalosamente corrupto– y su Forza Italia, Georgia Meloni, de Hermanos de Italia, formación xenófoba, y por los gobernadores de las regiones gobernadas por los tres partidos. Ostentándose Salvini como el líder incontestable de la derecha, prometió volver. “por la puerta grande”, al gobierno y se refirió a la inmigración, exigiendo que a los migrantes se les ayude en sus países y no en Europa.

El italiano, recordó a sus aliados Viktor Orban, el húngaro, y el polaco Jaroslaw Kaczynski, y dedicó “un pensamiento al pueblo catalán y al británico, tierras donde el voto cuenta” (sic). Seguramente recordaba, nostálgico, que a principios de los años 90 un tal Umberto Bossi, dirigente de la la Liga Norte, hoy la Liga de Salvini, exigía la independencia de la Padania, el norte próspero y laborioso de Italia, de “Roma, ladrona”. Como “España roba a Cataluña”, según los secesionistas catalanes.

Hoy para Salvini y los políticos que comparten la pasarela de eurófobos: los mencionados Orban y Kaczynski, la francesa Marine Le Pen y, mientras no se consume el Brexit, Boris Johnson y el eurodiputado Nigel Farage, Bruselas –la Unión Europea– roba a sus países. Además de que la Europa comunitaria despoja de soberanía a los países miembros y propicia la invasión de hordas de gente de otras costumbres y creencias religiosas que amenazan a la Europa Cristiana.

 

 

Orban y Kaczynski gobiernan sus países, están siendo sancionados por la Unión Europea –unas sanciones que quizá no pasen de ser simbólicas– ante los atentados perpetrados por sus gobiernos contra el Estado de Derecho, y ambos celebraron elecciones: Hungría municipales y Polonia parlamentarias. En ellas Orban, cuyo partido Fidesz lleva más de 9 años de hegemonía, sufrió un serio descalabro al perder la alcaldía de Budapest a manos de un ecologista de izquierda y también perdiendo 10 de las 23 ciudades más importantes. La elección ha servido, pues, para limitar, así sea mínimamente, el poder del autoritarismo y la xenofobia que ha distinguido al premier y su partido.

Respecto a Polonia, el ultra conservador y católico Partido Ley y Justicia, que todo mundo identifica mejor como PiS, que gobernó de 2005 a 2007 y ha vuelto al poder en 2015, ratificó aparentemente, en las elecciones parlamentarias del 13 de octubre, su condición de partido hegemónico, invencible. Lo que ha logrado gracias a una política de beneficios sociales y retórica populista del Ejecutivo, declarando que su gobierno es el primero que se interesa por los sectores menos favorecidos –el mundo rural especialmente– del país. Con una agenda que, además, declara defender los valores católicos más conservadores.

El PiS tendría, aparentemente, que regocijarse por el resultado de unos comicios en los que obtuvo el 43.59 por ciento de los votos, porcentaje no alcanzado por partido alguno desde las elecciones legislativas de 1989, y con un 15 por ciento más de sufragios que el principal partido de oposición. Lo que implica que por primera vez un mismo partido está en posibilidad de gobernar dos veces seguidas en solitario.

Sin embargo, el PiS perdió el Senado y, con ello, la posibilidad de pasar leyes con tintes dictatoriales, contra el aborto y contrarias al colectivo LGTBI. Requerirá para ello del auxilio de un partido de extrema derecha, Confederación, que alcanzó el 6 por ciento de los votos. Pero habrá también de enfrentar la oposición de la centro derechista Coalición Cívica (KO) que obtuvo, aliada a los verdes y otras formaciones, el 27.2 por ciento, y de la alianza de izquierda, Lewica, que retorna al tablero de la política como la tercera fuerza, con el 12.5 por ciento de los sufragios.

El PiS es representativo del cúmulo de partidos ultraderechistas, euroescépticos unos, eurófobos otros, que pululan en los países miembros de la Unión Europea, particularmente en Europa Central. Es manejado por Jaroslaw Kaczynski, hacedor de presidentes y primeros ministros, y bendecido y apoyado por el sacerdote Tadeusz Rydzyk, que dirige Radio Maryja y la estación de TV Telewizja Trwam, con amplia cobertura, profesa un rabioso anticomunismo y un catolicismo retrógrado, que supuestamente defiende los valores de “la verdadera religión” frente a la Unión Europea “materialista”. Un catolicismo que trata de imponerse “a cristazo limpio”, para emplear esta expresión de Miguel de Unamuno.

Polonia padece esta epidemia ultra, de tintes católicos que, como dice Aleksandra Kuraszkiewicz, a quien dedico este artículo, “no entiende las palabras cultura, tolerancia, diversidad”. Pero el país también tiene personalidades como Aleksandra Maria Dulkiewicz, alcaldesa de Gdansk, la ciudad laureada con el Premio Princesa de Asturias de la Concordia, quien insiste en hablar de democracia e inclusión y de los valores morales y políticos que fundamentan la Unión Europea.

Además, Gdansk, la ciudad laureada, cayó en la invasión nazi y supo levantarse, en ella se iniciaron las protestas del sindicato Solidaridad contra el comunismo; y, se subraya al concedérsele el Premio, es “símbolo histórico y actual de la lucha por las libertades cívicas” –es de particular interés señalar que, en 2016, el Ayuntamiento de la ciudad publicó el documento “Modelo de integración de los inmigrantes”, para facilitarles su integración.

 

 

Turbulencias en el Extremo Occidente

América es también escenario de campañas electorales, de elecciones; y de graves desórdenes. De norte a sur habría que mencionar el triunfo, pero en condiciones menos favorables que las de su actual gestión, debido a acciones y situaciones que abollaron su prestigio, de Justin Trudeau en Canadá, Serán cuatro años más para el primer ministro.

Menciono igualmente, muy de paso, a los Estados Unidos, porque la lucha prelectoral está en efervescencia: el impeachment que pende sobre Trump y su lucha feroz, tramposa e insultante para librarlo; y del lado demócrata la competencia, sangrienta a momentos, por la candidatura presidencial, en la que hoy por hoy tienen más visibilidad Joe Biden, Elizabeth Warren y Bernie Sanders, éste apoyado por la carismática Alexandria Ocasio-Cortez, joven revelación de la Cámara de Representantes.

América Latina atraviesa turbulencias ajenas a las elecciones y es escenario, en este mes de octubre, de tres citas electorales: Bolivia, Uruguay y Argentina. Las turbulencias tienen que ver principalmente con Chile, donde el gobierno de Sebastián Piñera enfrenta una grave protesta social, desencadenada por el aumento del billete del metro, que lo está rebasando y que ya ha dejado muertos –al menos 15.

Las elecciones de Argentina y Uruguay tendrán lugar el 27, el “superdomingo rioplatense”, en la República Oriental, compitiendo, como candidato del Frente Amplio, al alcalde de Montevideo, Daniel Martínez, contra el candidato del Partido Nacional Luis Alberto Lacalle Pou y el colorado Ernesto Talvi. En el caso de Argentina el actual mandatario Mauricio Macri enfrenta al justicialista Alberto Fernández –con Cristina Kirchner para la vicepresidencia–, en una elección que merecería comentarios en un artículo posterior.

Hoy me refiero a las elecciones presidenciales en Bolivia, donde el pasado domingo 20 se enfrentaron el presidente Evo Morales; Carlos Meza, político y escritor, vicepresidente en 2002 del controvertido Gonzalo Sánchez de Lozada, a quien sucedió después de una convulsión social que obligó al presidente a renunciar; Óscar Ortiz, senador; Víctor Hugo Cárdenas, ex vicepresidente y Chi Hyun Chung, médico de origen coreano –estos dos últimos, vinculados a la confesión evangélica, cuyos líderes los apoyan, esperando con ello influir en el gobierno– como ya sucede en no pocos países latinoamericanos. Otros candidatos son irrelevantes.

 

 

Evo Morales, en el poder desde 2006 y que perdió en 2016 un referéndum para reformar la constitución a fin de poder optar por un cuarto mandato, violentó la ley a través de su influencia y presiones al tribunal supremo consiguiendo su aval legal para ser candidato, lo que le ha permitido contender este domingo.

El descenlace, hasta el momento de concluir mi artículo, en las últimas horas del martes 22 de octubre, esta produciendo situaciones ambiguas, por no decir sospechosas. Ayer, cuando el recuento de votos se dio en poco más del 80 por ciento de las casillas, aunque Morales obtenía el 45 por ciento de los sufragios y Mesa el 38 por ciento, la diferencia entre uno y otro no llegaba al 10 por ciento y, por consiguiente, la ley disponía que hubiera una segunda vuelta electoral –el 15 de diciembre.

Sin embargo, el recuento se suspendió sin explicaciones –“se cayó el sistema”– y se sospecha de un manejo fraudulento de los votos que darían al presidente la mayoría necesaria que lo eximiera de una segunda vuelta. Más que riesgosa para él. En vista de ello y de las tensiones que se han producido, “próximas al estallido social, el gobierno solicitó a la OEA auditar el proceso electoral, la que accedió a hacerlo, pero a condición de que sus conclusiones sean vinculantes. Y esta es la situación al cierre de mis comentarios.

A los que añado uno breve: mientras en Europa, en Canadá –y, ¿podría decirse lo mismo de Estados Unidos?– las elecciones y sus resultados se respetan, no parece ser el caso, lamentablemente, de América Latina, donde casi es regla que los resultados de los comicios sean cuestionados por los perdedores, se haga uso del fraude y de las chicanas y los gobernantes sucumban a la tentación de eternizarse.