Cuando recibió el Premio Villaurrutia, por Las llaves de Urgell, lo califiqué, en un texto publicado en la sección cultural de Edmundo Valadés en Excélsior, como un reconocimiento “inexplicable”. Décadas después me enteré que era un libro que Borges tenía sobre su mesa de trabajo. En un homenaje a Rosario Castellanos coincidimos en una mesa redonda. Yo fui sólo alumna; él, discípulo de Rosario y Rubén Bonifaz Nuño, a los que siguió en la defensa de los indígenas y en la influencia de las literaturas griega y romana.

Montemayor fue un escritor fuera de serie. Dominaba y traducía del griego clásico a Safo, Píndaro y Catulo. Del latín medieval, mezclado con idiomas nacientes, nos trajo los Carmina Burana y los Catulli Carmina, (que obviamente provenían de la música de Carl Off), en La poética de los goliardos. Estudió, tradujo e hizo antologías de literatura maya y náhuatl. De este idioma creo un diccionario. Sus estudios sobre el relato indígena sólo pueden compararse con los de Miguel León-Portilla. Ambos estudiosos se admiraban. (Mi hermana presentó un libro en Siglo XXI y a Jaime Labastida le informan en su celular que murió el autor de La visión de los vencidos). Montemayor perteneció a la Academia de la Lengua, ahí lo velaron en 2010, y a la Asociación de Escritores en Lenguas indígenas.

En una de sus excelentes entrevistas en Canal 22, Silvia Lemus le preguntó por qué escribía sobre la guerrilla, a lo que Montemayor respondió que era de Chihuahua y la toma del cuartel de Madera en 1965 “me marcó para siempre”. Sobre este tema escribió dos libros Las armas del alba que relata paso a paso la toma y la derrota de los guerrilleros, acto que daría lugar a la Liga 23 de septiembre. A Miguel Bonasso, autor de Recuerdo de la muerte, le cuenta que las hermanas, hijas y madres de los guerrilleros le dijeron que no se escuchaba la voz de las mujeres De ahí surgió un libro póstumo y coral: Las mujeres del alba. Este texto fue reseñado para el suplemento en línea de Siempre, por Salvador Castañeda, quien perteneció al Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR) y luego de convertirse en escritor fue funcionario de Literatura del INBA. A Bonasso le cuenta que fue amigo de los hermanos Gámiz y de Pablo Gómez Ramírez, muertos en el asalto al cuartel.

Lucio Cabañas Barrientos y su “revolución pobrista” son el tema de Guerra en el paraíso, la primera y más importante novela guerrillera escrita en México. A este tema en poesía le llama Mario Benedetti “poesía trunca”, porque sus autores murieron por la represión o con las armas en la mano. Otros le llaman Poesía combatiente. Muchos elogian al guatemalteco Otto René Castillo (quemado vivo); mi preferido es el salvadoreño Leonel Rugama, muerto en acción. Este género literario existe, incluso en autores no tan comprometidos como Montemayor, de eso dan fe La fiesta del chivo y la mejor Historia de Mayta, de Mario Vargas Llosa.

Imposible enlistar aquí los premios a Montemayor, baste mencionar que recibió en 2009 el Premio Nacional de Ciencias y Arte en el área de Lingüística y Literatura. Su poesía obtuvo otros tantos premios. Como activista, estuvo en los acuerdos de San Andrés Larrainzar con los neozapatistas y lo eligieron los del Ejército Popular Revolucionario (EPR) para la comisión de intermediación con el gobierno federal.

Aseguraba que todo mundo podía cantar, él era tenor y grabó varios discos con canciones napolitanas y de María Grever. Como dije, un escritor fuera de serie.