En días recientes se han agudizado por la geografía continental de nuestra América que “habla español y reza a Jesucristo” una oleada de protestas sociales que pese a tener diferentes causas u orígenes las une el común denominador de negarse a aceptar las miserables condiciones de vida de grandes segmentos del pueblo y mucho menos la resignación de acepar para las nuevas generaciones una indígnate pobreza.

Hace unas semanas en ocasión de una primera fase del proceso electoral los argentinos salieron a protestar y a tomar las calles, por la galopante inflación que conlleva la pérdida de poder adquisitivo, así como, el repudio al actual gobierno por las medidas draconianas de contención del gasto, reducción del sector público y perdida de empleos. Ahí, observamos un compás de espera, un impasse, que cesara pronto e irrumpirá con mayor fuerza.

En Venezuela, hace ya algunos años que  vive una tensión social producto de la polarización que ha dividido casi por mitad a la población y que con sus altibajos viven al filo de la navaja y crece desmesuradamente la salida al exilio de grandes núcleos poblacionales. En este caso se ha expresado con meridiana claridad que se deje resolver el conflicto a los venezolanos sin injerencias extranjeras, cuyos intereses son el control del petróleo que condiciona de vida de los habitantes.

En Honduras, el descontento social se disparó por el creciente repudio al actual presidente debido a la condena por la justicia Norteamérica a su hermano con cargos de narcotráfico y que ocasionó que grupos multitudinarios salieran a la calle a saquear comercios, incendiar vehículos de transporte público y enfrentarse a las fuerzas policiacas para exigir la renuncia del Presidente de la Republica.

En Bolivia testimoniamos que el actual presidente Evo Morales, se niega a abandonar el poder. Por lo cual ha logrado realizar modificaciones constitucionales y legales para presentarse como candidato en sucesivas reelecciones, la última de las cuales, se suspendió cuando se había computado el 85%  y los números lo obligaban a acudir a una segunda vuelta. Sin embargo, al finalizar el computo, su ventaja le permitía acceder al poder, sin ese tramite electoral. La oposición a su reelección detonó, expresándose con creciente violencia callejera. Los 14 años en el poder de Evo Morales, ha erosionado su base social y su aceptación es cada vez más reducida.

En Chile, quizá el país, más cercano en el corazón de los mexicanos, presenciamos como a partir del anuncio de un alza en el precio del boleto del Metro en Santiago, su capital;  se galvanizó el descontento popular latente y estallaron eventos de violencia callejera con incendios de estaciones del transporte subterráneo, destrucción de instalaciones de mobiliario urbano e incendio de autotransporte y violentos enfrentamientos con las fuerzas del orden.

La respuesta del régimen del presidente Piñera de reprimir la protesta con las fuerzas armadas, fue como echar gasolina al fuego y ni el anuncio de dar marcha atrás a la medida de alza al colectivo pudo detener el descontento y Chile volvió a vivir momentos de comunicación colectiva como en tiempos de la dictadura pinochetista y entonó con música de Víctor Jara “El derecho de vivir en paz”. Esperamos que pronto cese la violencia y nuestros hermanos chilenos logren una conciliación nacional.

Ante este panorama, y por los últimos acontecimientos se comenta públicamente por que los mexicanos no protestamos y mostramos nuestro desacuerdo que se patentiza sólo en las redes digitales y solo alcance a expresar que ojalá nuestras autoridades corrijan el rumbo y se vean reflejadas en estos acontecimientos que son una llamada de atención, y no esperen a que “despierte el México bronco” porque los mexicanos no andamos con medias tintas.