Quizás el poema más célebre de la literatura nacional sea el Nocturno dedicado a Rosario. La razón es obvia, el que lo lee o lo escucha declamar cree, aunque no sea precisamente así, que la rúbrica es el suicidio del joven autor de apenas 24 años. A Rosario de la Peña la admiraron muchos, el que más me llama la atención, por los versos que le escribe y su figura política radical es, por supuesto, Ignacio Ramírez, el Nigromante. Citaré el último y desafiante terceto que lo dice todo: “Al inerme león el asno humilla./ Vúelveme, Amor, mi juventud y luego/ tú mismo a mis rivales acaudilla.” Antes se ha quejado de que sus rivales lo atacan “en gavilla”, palabra que de paso, certifica que son muchos los admiradores de Rosario, de los cuales sólo mencionaré a José Martí y Juan de Dios Peza. Ella, en cambio, amó a otro poeta: Manuel M. Flores.

Marco Antonio Campos, en detallado ensayo sobre Acuña que forma parte de un libro excelente, La ciudad de los desdichados, asegura que el Nigromante no escribió poemas de amor hasta entonces y que esto ocurrió luego de la muerte de su esposa Soledad Mateos.

Hay que aclarar que si bien la causa de la muerte de Acuña puede ser el desdén de Rosario, el suicidio por haber bebido cianuro ocurrió días después de entregar el Nocturno a Rosario. Sólo comentaré dos estrofas: “Pues bien, yo necesito/ decirte que te adoro,/ decirte que te quiero/ con todo el corazón/ que es mucho lo que sufro,/ que es mucho lo que lloro/ que ya no puedo tanto,/ y al grito que te imploro/ te imploro y te hablo en nombre/ de mi última ilusión.” No veo como reiteraciones “decirte que te adoro” y “decirte  que te quiero”, sino como un énfasis, como la vehemencia romántica que toma vuelo. Igual la reiteración “te imploro” que precede al anuncio del final: “y te hablo en nombre de mi última ilusión”. Poema del amor no correspondido surgen los contrastes: “bendigo tus desdenes/ adoro tus desvíos/y en vez de amarte menos/ te quiero mucho más”. Y de repente, adiós a la retórica: “¡qué quieres tú que yo haga/ pedazo de mi vida/ qué quieres tú que yo haga/ con este corazón!”.

“¡Qué hermoso hubiera sido/ vivir bajo aquel techo./ los dos unidos siempre/ amándonos los dos;/ tú siempre enamorada/ yo siempre satisfecho,/ los dos, una alma sola,/ los dos, un solo pecho,/ y en medio de nosotros/ mi madre como un Dios!

La verdad no hay poema popular, y éste lo es, en que no aparezca, dándole la razón a Freud, el complejo de Edipo: la madre en medio de la pareja. Antes el poeta ya ha dicho que las formas de la madre se pierden en la nada y surge de nuevo Rosario.

Mal recuerdo, y no tengo a mano Cartas a Ricardo, que Rosario Castellanos parodia a Acuña con algo así como: tú siempre enamorado y añadía “pero de otra” y remataba “y en medio de nosotros, las deudas como un Dios. Se refiere, claro, al destinatario de las cartas: su marido Ricardo Guerra.

Y lo anterior, porque se cumplieron, el pasado 17 de agosto, 170 años del nacimiento de Acuña.