Desde Tijuana hasta las Pampas el ambiente no está nada tranquilo. Por una u otra razón los ánimos se encuentran caldeados. Aunque algunos creían que algunos “ismos” ya pertenecían al pasado, la verdad es que siguen vivitos y coleando, como el “castrismo”, el “chavismo” –que, parece mentira, van de la mano, pese a que los creadores ya están difuntos–, el “peronismo”, y, obvio, el populismo –de “izquierda” y de “derecha”–, que incluye a México con una presunta 4a. Transformación que, antes de cumplir su primer año de gobierno, está empantanado –con cero crecimiento, pese a sus anteriores baladronadas–,  en un desaforado proceso de inseguridad y violencia –el más alto de la historia después de la Revolución Mexicana, aunque MORENA (enfrentado internamente en la elección de su próxima directiva ya como el partido en el poder) y su dueño no lo quieran aceptar.

Lo cierto es que el país está dividido, y el actual presidente hace todo lo que está a su alcance para agudizar esta crisis y enfrentarse con los sectores sociales que no comulgan con todas sus ocurrencias. Su más reciente “hazaña”, con motivo del “culiacanazo” –pifia completa de él y su gabinete de seguridad–, sin guardar la compostura presidencial, ha sido “pelearse” con los medios de comunicación (reclamándoles que “les quitó el bozal como si fueran perros”) y con un respetable general en retiro que cometió la osadía de afirmar que hay militares, en retiro y en activo, que no están de acuerdo con su “peculiar forma de gobernar”. Andrés Manuel López Obrador no resistió la crítica ni la labor de investigación de los periodistas, ni la claridosa forma de hablar del mílite, que no forma parte de ningún “compló”, ni mucho menos de un presunto “golpe de estado”. AMLO dice defender su “derecho de réplica” ante cualquier comentario adverso, de la prensa o de cualquier ciudadano, pero no mide las consecuencias de lo que dice o manda decir. Así están las cosas.

 

 

Por lo que se refiere al escenario internacional en el Nuevo Continente, el rebumbio es de padre y señor mío. El titular de la secretaría general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, denunció en Washington, D.C., el viernes 25 de octubre pasado, lo que describió como un “patrón” de desestabilización de Venezuela y Cuba en los países iberoamericanos, primero en Colombia y Ecuador, y ahora también en Chile.

En un documento ad hoc, el dirigente del organismo latinoamericano reiteró acusaciones expuestas desde el día 16 del mismo mes, y atribuyó, de nueva cuenta, a los gobiernos de Nicolás Maduro Moro, en Venezuela, y de Miguel Díaz-Canel en Cuba, responsabilidad en masivas movilizaciones antigubernamentales en la región.

Dice el documento: “Las brisas del régimen bolivariano  impulsadas por el madurismo y el régimen cubano traen violencia, saqueos, destrucción y un propósito político de atacar directamente el sistema democrático y tratar de forzar interrupciones en los mandatos constitucionales”.

“Los intentos que hemos visto documentados en Ecuador y Colombia,  vemos hoy repetidos ese patrón en Chile”,  agrega la secretaría de la OEA.

De tal suerte, Chile cumplió ayer una semana de movilizaciones sin precedente contra el modelo neoliberal impuesto por la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990); en Ecuador, el movimiento indígena forzó al gobierno a derogar aumentos a los combustibles pactados con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Asimismo, Colombia acusa a Venezuela de albergar a grupos armados colombianos del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y a disidentes de la ex Guerrilla Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

La intranquilidad y las movilizaciones no se ciñen a Chile, Bolivia anda en las mismas. En medio de una escalada de conflicto tras los discutidos comicios en tierras bolivianas donde el presidente Evo Morales busca su cuarta reelección, el mandatario rechaza las demandas de su renuncia y convoca a sus seguidores a defender su gobierno. El domingo 3 de noviembre el mandatario de origen indígena declaró: “Es un golpe de estado en proceso, una abierta conspiración, no quieren reconocer el voto indígena…No tengo miedo, no tengo nada que ocultar. Los opositores buscan muertos para echarme la culpa. Lo mejor es esperar la auditoría internacional de la OEA”.

 

 

Resulta que el candidato de la oposición, Luis Fernando Camacho –que desconoce el resultado de las elecciones y acusa fraude–, exige la renuncia de Evo Morales tras la muerte de dos manifestantes en las mayores protestas que han tenido lugar después del polémico recuento de votos, que dio la victoria al presidente reelegido en primera vuelta para un cuarto mandato. Lo cierto es que a semejanza de lo que está sucediendo en otros países de Sudamérica, los comicios han polarizado la nación que no tiene litoral con el Océano Pacífico. Marchas de una y otra tendencia, cierre de calles, ciudades paralizadas por huelgas y bloqueos callejeros, cacerolazos  nocturnos en la mayoría de los centros urbanos mantienen en vilo a todo el país, y al resto de la zona. La zozobra se mantendrá por muchos días más.

En otros países las urnas ordenan la sucesión, como en Argentina, donde el peronismo regresa a la Casa Rosada, derrotando al representante neoliberal, Mauricio Macri, que no rinde buenas cuentas después de su periodo gubernamental. La victoria de la extraña dupla Alberto Fernández, como presidente, y Cristina Fernández viuda de Kirchner, como vicepresidenta, se presenta en sintonía con el intento de Evo Morales, así como la derrota del uribismo en Colombia en elecciones seccionales, en las que una propuesta de centroizquierda se apropia de la capital, Bogotá. Al último, pero no menos importante, en espera de lo que suceda en el balotaje en Uruguay, por el momento el Frente Amplio, de izquierda, es el que obtuvo más votos, con una diferencia de diez puntos respecto a la segunda opción.

Vale la pena citar parte de la conocida columna de análisis político que el Premio Nobel de Literatura, el peruano-español Mario Vargas Llosa pública semanalmente en el periódico madrileño El País, Piedra de Toque, sobre “El enigma chileno”, para conocer su punto de vista sobre el particular, muy interesante: “El segundo hombre de la revolución venezolana, el teniente Diosdado Cabello, ha tenido la desfachatez de decir que todas las movilizaciones y alborotos latinoamericanos se deben a que un “terremoto chavista” está soplando sobre el continente. No parece haberse enterado de que 4.5 millones de venezolanos han huído de su país para no morirse de hambre, porque en la Venezuela socialista de estos días solo comen como es debido quienes están en el poder y sus compinches, es decir, aquellos que roban, trafican y disfrutan de los típicos privilegios que las dictaduras de extrema izquierda (y las de derecha, a menudo), conceden a sus súbditos sumisos. No es imposible que agitadores venezolanos, enviados por Maduro, hayan enturbiado y agravado las reivindicaciones de los indígenas ecuatorianos y hasta echado una mano a Cristina Kirchner en su retorno al poder, medio oculta bajo el paraguas del presidente (Alberto) Fernández, pero en Chile, desde luego que no. Que en la cúpula venezolana celebren con champaña francés los dolores de cabeza del Gobierno de (Sebastián) Piñera está descontado. Pero que sea el motor de la revuelta es inconcebible, por más que fueran los niñitos bien (los ¡fifís! Dijera Andrés Manuel López Obrador) quienes quemaron 29 estaciones del metro de Santiago y pusieran pintas a favor del socialismo del siglo XXI”.

Para que nada falte en el embrollo diplomático latinoamericano del momento, Nicolás Maduro ordenó el domingo 3 se noviembre la expulsión del personal diplomático de El Salvador y le dio 48 horas para abandonar el país, tras la decisión del régimen salvadoreño, del presidente Nayib Bukele, de echar a los diplomáticos venezolanos de su territorio y dar su apoyo al presidente de la oposición venezolana Juan Guaidó.

La cancillería chavista declara personas non gratas a los miembros del personal diplomático salvadoreño “en estricta aplicación del principio de reciprocidad, tras el inaudito anuncio del gobierno de El Salvador de expulsar al personal diplomático venezolano debidamente acreditado en el país”. El Derecho Diplomático utilizado al gusto de cada quien. Maduro, desde La Habana –donde se presenta como si allí estuviera su oficina permanentemente–, despotrica contra el presidente Bukele llamándolo “traidor y pelele del imperialismo”. Guaidó, a su vez, agradeció al mandatario salvadoreño la expulsión de los enviados chavistas y afirmó que la medida “aísla más al régimen de Maduro”. En fin, un batiburrillo “diplomático” sin pies, ni cabeza. ¿Hasta dónde desembocará? ¡Pobre América Latina! VALE.