Una de las más tristes noticias del año, es la muerte, el asesinato, de Enrique Servín. Según leí en una nota, que le dedicó en Milenio otro poeta, solía citar a los poetas en su idioma original: inglés, francés, alemán o italiano, pero su prestigio se sustentaba en las lenguas originarias de México que conocía, se dice que unas 18 en total. Sin embargo, su mayor atención estaba puesta en las lenguas de Chihuahua su estado natal: el tarahumara y sus variantes el tepehuán o el pima. Sus estudios recibieron reconocimientos en Canadá, China y Grecia. Ante la diversidad étnica, lingüística y cultural del país, proponía, de modo audaz e inteligente la identidad de las comunidades a través de la lengua.

Para comprender el alcance de su propuesta voy a recordar la gestación de la cultura nacional. Al nacer el México independiente surgieron aquí y allá intentos de desmembrar el territorio, ya unirse a los Estados Unidos, ya convertirse en repúblicas independientes. A pesar de sus diferencias, Texas, Guatemala, Chiapas o Yucatán recuerdan esos episodios. La Reforma y sobre todo la Revolución trataron de crear un lazo que en su diversidad uniera a los mexicanos y ese lazo de unión fue el proponer y considerar al español como la lengua nacional. Ahora vivimos otros tiempos, a partir del sexenio de Carlos Salinas y según el proyecto de modificación constitucional del antropólogo José del Val se reconoció a México como país pluriétnico, plurilingüístico y pluricultural. Ocurrió la paradoja de que coincidiera la globalización y se advirtiera la diversidad biológica y cultural como una riqueza, que se estableciera la comunidad europea y se dieran las luchas separatistas en España, Rusia o Checoslovaquia, como si homogeneización y diversidad no fueran conceptos enemigos. Servín comprendió la fragmentación indígena y concibió que los estados de Guerrero, Oaxaca y Puebla podían tener una identidad a través del mixteco como lazo de unión. Difundió, con otros, el concepto de “nido de lenguas” en que los ancianos trasmiten a los niños su cosmovisión y sus costumbres a través de la convivencia cotidiana.

Al morir, los rarámuris (tarahumaras) lo despidieron, a pesar de que Servín era ateo, con una ceremonia religiosa. Al contrario de otras religiones, en los funerales no se habla del difunto, sino con él y así lo hicieron el sacerdote de la diócesis de la tarahumara y los fieles.

Era jefe del Departamento de Culturas Étnicas y Diversidad de la Secretaría de Cultura del estado de Chihuahua. En particular del Programa de Atención a las Lenguas y las Literaturas Indígenas. Era abogado y maestro en Antropología Social, ambas carreras cursadas en la Universidad Autónoma de Chihuahua y en el Instituto de Antropología también de su estado. Vivió del 28 de enero de 1958 al 9 de octubre de 2019. En una entrevista que aparece en Desértica, asegura que dedicarse al arte y la cultura tiene mucho de resistencia y de ejercicio de la subversión, ya que algún gobernador decía que esas tareas eran cosas de maricones.

Se arrepiente de no haber sido más valiente y más radical en una sociedad que califica de clasista y racista. Defendía la amistad y ciertas formas de amor. Consideraba el mayor problema la intolerancia, y por lo tanto, un valor la capacidad de identificarse con el Otro. No es casual que todos elogien sus textos sobre las lenguas indígenas, pero coloquen en primer lugar su valor como ser humano. Los rarámuris pierden a su defensor, a su hermano.