El Estado Islámico (ISIS), o lo que queda del mismo, publicó en la noche del domingo 27 de octubre, un comentario en sus redes sociales en el que, sin citarlo, reconoció la muerte de su “califa” Abubaker Al Bagdadi. Recordando una cita del ya también fallecido portavoz del grupo, Taha Subhi Falaha, conocido como Abu Muhammad al-Adnani al-Sharia, la nota aludida dice que la “pérdida de líderes y la muerte por asesinato de ellos y sus familias… se soporta solo gracias a Dios… No perdemos a un líder ni nos matan a un príncipe”.
Por la mañana del mismo día, en una rueda de prensa en Washington, el presidente de Estados Unidos de América (EUA), Donald Trump, en lenguaje corriente, poco digno de un mandatario de la “gran potencia” –hasta para vituperar al enemigo hay que tener categoría y el magnate estadounidense indudablemente no la tiene–, confirmó la muerte del líder del Estado Islámico (ISIS, o Daesh, por su acrónimo en árabe): “se ha hecho justicia, Abubaker Al-Bagdadi murió como un perro, murió como un cobarde, en un túnel, gimiendo, llorando y chillando. Arrastrando a tres niños con él. Está muerto. Muerte segura. El mundo ahora es un lugar mucho más seguro sin él. Era un hombre enfermo y depravado, y ya se fue… un asesino brutal ha sido eliminado violentamente. Nunca más volverá a causar daño a ningún hombre, mujer o niño”.
Pasada la medianoche del sábado 26 de octubre, helicópteros del Tío Sam sobrevolaron el pueblo de Barisha (en la provincia siria de Idlib), hicieron fuego contra un complejo residencial. Fuerzas especiales –la Delta Force y los Rangers, “que cumplieron su misión a lo grande”, presumió Trump–, penetraron en el sitio desatando un fuerte intercambio de disparos con los defensores del califa. Al verse rodeado en un túnel, Al Bagdadi se inmoló haciendo estallar un chaleco explosivo, junto a tres de sus hijos. El balance fue de nueve muertos, entre ellos dos de las esposas del líder musulmán.
En la operación tomaron parte ocho helicópteros, además de varios aviones y drones. Las fuerzas especiales no sufrieron bajas. Sólo un perro de los Rangers que había perseguido a Al Bagdadi resultó herido.
Durante la jornada, Irak, las tropas kurdosirias e inclusive Turquía –a solo cinco kilómetros de cuya frontera Al Bagdadi fue localizado–, reivindicaron un lugar en la operación punitiva de EUA. En un gesto poco común, Trump felicitó a todos, incluso a Rusia, a la que agradeció permitir que las tropas estadounidenses sobrevolaran territorio bajo su control. El presidente turco Recep Tayyip Erdogan, sin especificar el lugar que había ocupado en la operación, dijo que su país “seguiría apoyando los esfuerzos antiterroristas”. De acuerdo a la publicación Foreign Policy , Washington informó a Estambul de antemano para evitar un enfrentamiento indeseado de fuerzas junto a sus fronteras, aunque no les precisó el objetivo debido al temor que la información fuese filtrada.
Al paso de las horas las redes sociales enviaron imágenes en las que se apreciaba que un fuerte golpe militar había tenido lugar en Barisha. Hoyos producidos por bombas, edificios destruidos y dos cadáveres en tierra completaban el escenario. Uno que otro testigo relataban su experiencia: por más de dos horas hubo combates y disparos. Las redes informaron de la participación de miembros de la Entidad para la Conquista del Levante (HTS en siglas árabes), el grupo armado que “controla” la zona donde tuvo lugar el asalto de los Rangers y la Fuerza Delta.
La propia HTS reconoció haber perseguido a Bagdadi por considerarlo su enemigo acérrimo desde la ruptura entre su grupo predecesor –el Frente Nusra–, y el Estado Islámico. Asimismo, otras fuentes aseguraron que entre las víctimas de la operación del ejército estadounidense hubo militantes de renombre de los Guardianes de la Religión, otro grupo yihadista escindido de la HTS. Si esta versión fuera verdadera –de acuerdo a lo dicho por Trump, que suele abusar de la mentira–, entonces podría explicarse los últimos intentos de Bagdadi por que su “califato” volviera a tener fuerza, aliándose con esa banda ansiosa por predominar en la región noroccidental siria. De tal suerte, aunque haya muerto el líder (Bagdadi), persistiría el terror de ISIS.
Como sea, la muerte de Bagdadi significa un duro golpe para el grupo terrorista que ha sembrado la destrucción en el Oriente Medio y el terror en Occidente con un grado no visto de violencia y salvajismo anteriormente, basado en un sistema de propaganda extremadamente eficaz en las comunidades islámicas. Aunque la “estrategia” de Trump en cuestiones internacionales deja mucho de desear, los analistas afirman, que con esta operación el impredecible magnate se apunta una indiscutible victoria en política exterior, justo cuando sus decisiones en Siria estaban siendo duramente criticadas incluso dentro de las propias filas republicanas. El esposo de Melania, inmerso en una importante crisis doméstica con un proceso de impeachment en marcha –los demócratas, con Nancy Pelosi a la cabeza, tratarán que en esta ocasión no se salga con la suya–, alcanza con el “suicidio” de Bagdadi uno de los objetivos más claros de su primer mandato.
Al Bagdadi encabezaba Daesh desde 2010, cuando la agrupación terrorista aún era una rama clandestina de Al Qaeda en Irak. Es verdad que el siniestrado personaje que acaba de desaparecer –en varias ocasiones anteriores se le dio por muerto falsamente–, era un megalómano, un fanático y, sobre todo, un personaje malvado. Ibrahim Awad Ibrahim al Badri, nacido en 1971 en la ciudad iraquí de Samarra, cambió su nombre por el de Abubaker al Hussayni al Qurayshi al Bagdadi, solo con la finalidad de hacer creer a sus seguidores que era descendiente del Profeta Mahoma, del que “poco menos que recibía órdenes directas que le permitían ordenar todo tipo de crímenes en nombre de Dios”. Llegó al mundo en el seno de una familia modesta y piadosa de Samarra. Quienes han rastreado sus orígenes afirman que ya desde niño pasaba horas y horas leyendo el Corán, lo que dio pie para sus compañeros de escuela le apodaran “el creyente”. Bagdadi era uno de los alumnos “predilecto” de otro malévolo personaje también abatido por los estadounidenses, que dirigía Al Qaeda en Irak: Abu Musad al Zarkawi, al que se le ocurrió la “tenebrosa” idea de grabar en video las decapitaciones de sus enemigos, si eran periodistas o empresarios, mucho mejor. Se trataba de mirar el miedo entre los occidentales. El cabecilla de Daesh superó a su “maestro” con creces y, desde su famoso “sermón” en Mosul en 2014, al dar a conocer el Estado Islámico, se dedicó a causar muerte y destrucción allí donde pudo. Por cierto, de lo que no se ha hablado mucho es de las purgas internas que realizó en el seno de ISIS, que consistían en detener, “juzgar” y asesinar en un mismo acto a cualquiera que considerara disidente, a veces por un simple comentario difundido por su “policía religiosa”.
En 2010, el joven clérigo que se convirtió en imam de una mezquita en un barrio de Bagdad donde enseñaba a los niños a recitar el Corán y jugaba con ellos al fútbol, se convirtió en líder de Al Qaeda en Irák, uno de los grupos que iban a formar el Estado Islámico en Irak y Siria (de donde quedarían las siglas inglesas ISIS). Para ese momento ya tenía dos mujeres y seis hijo, al mismo tiempo ya había abrazado el yihadismo bajo el mandato de Sadam Hussein y tras la invasión de Estados Unidos colaboró para fundar un grupo insurgente. No obstante, otros analistas aseguran que se radicalizó durante los diez meses de 2004 que pasó en Camp Bucca, un centro de detención norteamericano en el sur de Irak donde se encontraban también otros cabecillas de Al Qaeda. Como fuere, en ese campo estableció contactos tanto con yihadistas como con locales que le serían útiles posteriormente. Sus dirigentes o enviaron a Siria, donde prepararía el golpe de 2014, en Mosul, para declarar, lo que anteriormente ya llamaba el Estado Islámico. En la gran mezquita de Al Nuri se autoproclamó califa de un estado que durante algunos meses pareció real con sus sistema administrativo, su moneda (de oro) e incluso con multas de tránsito. En aquel territorio que se extendía a ambos lados de la frontera sirio-iraquí y en el que llegaron a vivir ocho millones de personas, Al Bagdadi impuso una versión extremista de la ley islámica y persiguió a todo aquel que no comulgaba con su ortodoxia, en especial a las minorías étnicas y religiosas.
La desaparición del considerado el hombre más buscado del mundo no significa que final del ISIS. En los grupos yihadistas cuando muere el líder se congelan los ataques terroristas hasta que se elige al sucesor. En este proceso, por el momento, el indicado podría ser Al Hajj Abdalá, cuyo verdadero nombre es Abdalá Qardash, que fue compañero de internamiento con Bagdadi en Camp Bucca. Pronto se sabrá. VALE.