En la primera década del siglo XXI América Latina —y el Caribe— fue escenario de una Primavera de la Izquierda, que, a diferencia de la malhadada Primavera Árabe, continuaba y parecía consolidarse en los primeros años de la segunda década.

Además de Cuba y su izquierda rocosa a la que los Estados Unidos de Obama intentarían abrirle cauces a la democracia y a la economía de mercado, e independientemente de la izquierda troglodita de Chávez y su torpe acólito Maduro, en Venezuela, esta Primavera florecía en Ecuador con Correa, en Bolivia con Evo, en Uruguay con Pepe Mujica, en Argentina con Néstor y Cristina Kirchner; y, sobre todo en Brasil con Lula -y con Dilma Rousseff.

Pero el péndulo de la política cambió de dirección y los regímenes de izquierda empezaron a caer: por elecciones, en Argentina —2015—; acusados y defenestrados —y hasta encarcelados— sus líderes, en Brasil —2016—; como consecuencia de un referéndum de 2016 que vetaba la tercera reelección del presidente en Bolivia; y a partir de 2017 en Ecuador, con un enfrentamiento político grave que intentó encarcelar al ex mandatario izquierdista.

Al mismo tiempo que Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, en Brasil Lula y Dilma Rousseff y Correa en Ecuador eran expulsados del poder —Evo se salvaba en Bolivia—, los gobiernos de derecha —y centro derecha— parecían copar el escenario político de América Latina: México y Centroamérica, Colombia, Ecuador, Perú, Chile con la elección de Piñera, Argentina con Macri y Brasil con Michel Temer y más tarde eligiendo al energúmeno Bolsonaro.

Hoy, sin embargo, la derecha parece perder fuelle y las turbulencias sociales en varios países, así como los comicios en otros, hacen suponer que el péndulo político oscila de nuevo hacia la izquierda.

 

Turbulencias en las derechas

Estas turbulencias no afectan propiamente a las derechas en Centroamérica, donde la izquierda salvadoreña fue desalojada y hoy el jefe del Estado, Nayib Bukele, es un joven empresario millennial; subsiste la dictadura pseudo izquierdista, corrupta, de Nicaragua; y, como noticia “de actualidad”, el hermano del presidente “neoliberal” de Honduras fue declarado, por un jurado de Nueva York, culpable de narcotráfico.

Respecto al Caribe, hago referencia a Haití, donde desde hace dos meses tienen lugar manifestaciones de indignados ante el alto costo de la vida, que exigen la dimisión del presidente de la república, y que ya han costado más de 40 muertos. Sin que el mapa político se mueva a la izquierda.

Recorro más detenidamente América del Sur: en primer lugar, Venezuela, en grave crisis económica y política y una represión estatal desmedida, víctima de la perversidad y torpeza de sus líderes pseudo izquierdistas, y de la torpeza de sus redentores gratuitos. Quede mi solidaridad con su pueblo y mi esperanza de que salga pronto de su infierno.

Debo mencionar a Perú, que, a pesar de sus buenas cifras económicas, ha sufrido una crisis de gobierno, que está por fortuna superándose. Pero el país tiene al expresidente Fujimori en la cárcel, inculpado de violar derechos humanos; y tiene acusados de corrupción, a alcaldes, legisladores y a los exmandatarios Alejandro Toledo, prófugo, Ollanta Humala, encarcelado y Alan García, que se suicidó.

El vecino Ecuador, es escenario del enfrentamiento de su expresidente de izquierda, Rafael Correa, con Lenin Moreno, que fuera su delfín y hoy es el presidente constitucional, y ha sido escenario también de protestas violentas durante más de una semana, con saldo de fallecidos. Desde que el 1º de octubre Moreno dio a conocer una reforma económica, derivada de un acuerdo con el FMI, una de cuyas medidas fue la eliminación de los subsidios a los combustibles.

Protagonistas clave de estas expresiones de furor y enfrentamientos, que duraron doce días, fueron los indígenas, que lograron revertir la medida que eliminaba el subsidio. Ello mediante un acuerdo entre el gobierno y el movimiento indígena, que revirtió la medida y fue festejado ruidosamente por miles de ecuatorianos, que tomaron la calle en Quito. De esta forma civilizada, los “golpes de calle”, como los nombra el analista argentino Carlos Malamud, concluyeron bien.

Interesa hacer notar del caso ecuatoriano, que el gobierno pudo desactivar a sus violentos opositores porque tuvo una contraparte con la que negociar y llegar a acuerdos: los grupos indígenas del “Estado plurinacional” que es Ecuador, según su Constitución, que están organizados y pesan, desde hace décadas, en la vida política ecuatoriana: la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) representa a un millón de indígenas en un país de 16 millones de habitantes.

La Conaie llegó a enfrentarse al mismo Correa cuando éste echó a andar un programa de desarrollismo económico. Hoy, además de obligar al gobierno a echar atrás el acuerdo con el FMI, ha propuesto un plan alternativo al del FMI, cuyas “políticas de austeridad —dicen— han fracasado siempre y han agudizado la crisis provocando recesión, desempleo, pobreza, concentración del ingreso y fractura social”. Un plan alternativo —el de los indígenas— fundado en un análisis “de excelente calidad”.

No es previsible que el gobierno de Lenin Moreno caiga antes de las elecciones de 2022, pero le será difícil llevar adelante un nuevo plan con el sello del FMI. En todo caso, Ecuador no engrosará, por ahora, a la izquierda que, para algunos está por vivir una segunda primavera en América Latina.

Chile está siendo escenario, desde el 18 de octubre, de protestas violentas iniciadas contra el alza del precio del boleto del metro, un motivo similar al que dio lugar a los desórdenes en Ecuador. Pero mientras en este país se llegó pronto a un acuerdo entre el gobierno y los indignados, el estallido social en Chile es grave, ha cobrado ya una veintena de muertos, 600 heridos y centenares de detenidos, y no tiene visos de solucionarse.

En Ecuador los promotores y líderes de los desórdenes y enfrentamientos eran conocidos —los representantes de las comunidades indígenas— se ostentaban como tales y el gobierno pudo negociar con ellos y llegar a acuerdos. Por el contrario, las protestas en Chile no tenían líderes ni grupos visibles que las dirigieran, pues se iniciaron como un movimiento estudiantil, al que fueron incorporándose miles de personas, de todas las edades, distintas profesiones y diversos medios sociales.

No había líderes ni interlocutor posible del gobierno. Sin embargo, en las manifestaciones —violentas— del lunes 4 de noviembre apareció la Unidad Social, integrada por diversas asociaciones y sindicatos como convocante; y también el gremio de taxistas, que se propuso cortar algunas vías importantes de Santiago, protestando por los peajes que pagan dentro de la ciudad y exigiendo que renuncie la ministra de transporte.

Las protestas en Chile, así como las que tuvieron lugar en Ecuador y las que eventualmente se produzcan en países latinoamericanos se atribuyen a la situación económica y social de la región, que reporta una pésima distribución de la riqueza, la existencia —informa la CEPAL— de 184 millones de pobres y de ellos 64 millones en pobreza extrema, clases medias —esto es particularmente válido para Chile— sin expectativas de mejoría, y una lacerante desigualdad: América Latina es la región más desigual del mundo.

Chile es, sin embargo, el menos tocado por la pobreza en América Latina. Alicia Bárcena, Secretaria Genera de la CEPAL, señala que el país ha reducido de manera impresionante la pobreza extrema y la pobreza, pero no —añade— la desigualdad. Una desigualdad que se hace, además, presente en el trato desigual que reciben los menos favorecidos y en la insensibilidad ofensiva de políticos y de “los de arriba” -son testimonio de ello los torpes comentarios de los ministros de hacienda y de economía sobre los “beneficios” al bolsillo y a la salud de ciertos usuarios del metro una vez que aumentara el precio del boleto.

La torpeza ha sido ostensible en el Presidente de la República, que no entendió, ¿por ser un millonario desconectado de las necesidades y el enojo de la gente?, esas necesidades y ese enojo, que sacó al ejército a las calles, lo que no sucedía sino en tiempos de Pinochet, para reprimir a los manifestantes y terminó diciendo: “estamos en guerra contra un enemigo poderoso…” Para reaccionar después pidiendo perdón a la población, anunciar medidas de apoyo económico a pensionistas y hacer cambios en su gabinete. Pero todo a destiempo.

Hoy la moneda sigue en el aire en Chile y el gobierno y la oposición, que hasta ahora han mostrado incompetencia y mezquindad políticas, tendrán que concertar entre ellos y ofrecer a la ciudadanía un diálogo que va más allá del billete del metro y que plantearía incluso el discutir una nueva Constitución. Al margen de que llegó a exigirse la renuncia de Piñera, cuya impopularidad, de apenas el 14 por ciento de apoyo, es alarmante.

 

¿Y la izquierda, qué?

Hay también turbulencias políticas en Bolivia, con motivo de la elección presidencial del 20 de octubre en la que se enfrentaron el presidente Evo Morales que competía por su cuarto mandato y Carlos Mesa, que ya fue presidente y era el auténtico challenger del mandatario, así como una media docena más de candidatos irrelevantes. Quizá el único interesante, y no por buenas razones, era el ultra conservador pastor presbiteriano Chi Hyun Chung, el “Bolsonaro boliviano”.

El seguimiento puntual de las noticias de la elección mostró que la noche misma de los comicios, cuando se había hecho un conteo preliminar de votos en el 83 por ciento de las casillas, Evo iba delante de Mesa, pero la diferencia entre uno y otro, de 45.7 por ciento contra 37.8 por ciento, no excedía del 10 por ciento, como lo exige la legislación electoral para que el candidato vencedor sea declarado presidente electo. Como no parecía ser el caso, ambos tendrían que contender en segunda vuelta.

Pero sorpresivamente, sin motivo alguno, el conteo se suspendió, para reiniciarse 23 horas más tarde con las tendencias de votación favoreciendo a Evo, quien finalmente habría obtenido el 47.08 por ciento de los sufragios, contra 36.51 por ciento de su oponente, o sea, con una diferencia de más del 10 por ciento a su favor, lo que dio lugar a que el Tribunal Supremo Electoral lo declarara presidente. Circunstancias todas, que producen sospechas justificadas de fraude, compartidas por los observadores de la OEA y de la Unión Europea; y que, como es lógico, provocaron la indignación del opositor Mesa y de una importante franja de la población, que ha reaccionado violentamente.

Hoy por hoy Bolivia tiene un presidente electo, que carga con las fundadas sospechas de serlo merced a un fraude gigantesco, una más de las maniobras deshonestas que ha venido cometiendo para torcer la ley y eternizarse en el poder -recuérdese que perdió el referéndum que convocó en 2016 con vistas a su reelección, pero maniobró para que la Corte Suprema le autorizara presentarse a elecciones.

Ante estas circunstancias, el conteo de votos que hará la OEA, finalmente autorizada por Evo y el gobierno, declarando que aceptarán los resultados de la revisión, será cuestionable, pues es de suponerse que lo que revise haya sido alterado. Y mientras esto sucede, la calle se incendia con los enfrentamientos de partidarios y opositores del mandatario, y éste irresponsablemente advierte de la “amenaza de un golpe de Estado.”

Al lado de esta izquierda que, a pesar de todo, sabe administrar el Estado, comento brevemente dos hechos que podrían desajustar los mapas políticos de izquierda y derecha en América Latina: primero, el triunfo, hace una semana en las elecciones locales y regionales de Colombia, de Claudia López como alcaldesa de Bogotá, izquierdista, lesbiana y defensora de los acuerdos de paz con las FARC, y la elección como alcalde de Antioquia y Medellín, feudo del poderoso ex presidente Álvaro Uribe, derechista radical y “poder tras el trono” del presidente de la república, del independiente Daniel Quintero.

Segundo, lo sucedido en las elecciones presidenciales de Uruguay, el 27 de octubre, en las que triunfó Daniel Martínez, candidato del Frente Amplio, la izquierda que gobierna el país ininterrumpidamente desde 2004, pero debe contender en segunda vuelta con Luis Lacalle Pou, quien seguramente contará con el voto de quienes votaron por otros partidos y podría dar el triunfo a una coalición de derecha.

El éxito más relevante de la izquierda latinoamericana, hoy, fue en las elecciones, también del 27 de octubre, en Argentina, donde el peronismo, que actualmente se declara de izquierda, recuperó la presidencia, de la que había sido desalojada Cristina Kirchner, en 2015, por el derechista Mauricio Macri.

La elección y particularmente el triunfo del peronismo está siendo comentado hasta el cansancio por los medios mexicanos, en virtud de que Alberto Fernández, el presidente recién electo hizo su primera visita a México, se entrevistó con el presidente López Obrador, en un clima de gran cordialidad, y dio lugar a especulaciones sobre la formación del “eje México-Argentina”, que de un nuevo impulso a la decaída izquierda latinoamericana. Incluso Nicolás Maduro, en una reciente reunión en La Habana, saludó a un “nuevo frente anti imperialista, liderado por López Obrador y Fernández”.

Interesa, respecto a la elección, recordar, por una parte que los resultados estaban “cantados”, como se dice en Argentina, en virtud del pésimo gobierno de Macri, que acabó de hundir económicamente al país —empobrecimiento, brutal devaluación de la moneda, que ha seguido cayendo después de la elección, recesión económica, aceleración de la inflación, aumento de la pobreza, al 35.4 por ciento de la población, dudas sobre la capacidad de cumplir compromisos de deuda; y el expediente impopular de un crédito más que oneroso, del FMI—.

Tener presente, por otro lado, la astucia de Cristina Kirchner —de aquí en adelante solo con su apellido Fernández — de soltera—, de que el candidato a la presidencia fuera Alberto Fernández y no ella, sobre quien pesan numerosas denuncias por corrupción y cuya gestión de gobierno ha sido muy controvertida. Se reservó la vicepresidencia, en la fórmula Fernández – Fernández.

Los resultados de la elección dieron un 48 por ciento de los sufragios a Alberto Fernández y un 40.44 por ciento a Macri, y esta magra diferencia -las preliminares de meses atrás y las encuestas arrojaban una diferencia de al menos 17 por ciento-, así como el temperamento de ambos contendientes hacen prever una próxima administración en la que quien gobierne y la principal oposición se confronten civilizadamente y puedan llegar, eventualmente a acuerdos. A condición de que Cristina no gobierne “tras el trono”. Todo hace suponer que no.

Un último —breve— comentario sobre la futura relación entre México y Argentina: es irreal e indeseable pretender, por ahora, un eje latinoamericano de izquierda liderado por López Obrador y Fernández, ¿con Evo, Maduro y Ortega?, ¿y Cuba si no logra instalarse, en douceur, en la economía de mercado? Claro que mi comentario no excluye los contactos que México pudiera tener con el Grupo Puebla, de izquierda, recientemente creado.

Sí es, en cambio, deseable y factible una alianza de estrategia económico comercial, tanto bilateral como en el ámbito latinoamericano; el apoyo a la Argentina de Fernández en sus relaciones con Trump; y la posible adopción de posiciones comunes en el G20, en la ONU y en otros organismos como la OEA, que hoy padece a un secretario general tan reaccionario como torpe. ¿Podrán nuestros dos países encontrar fórmulas, con la colaboración de ciertos gobiernos latinoamericanos y europeos, para dar salida a la crisis de Venezuela?; ¿hacer contrapeso al Brasil deleznable de Bolsonaro?