Los senos de Helena, segunda parte
La casquivana Helena tenía la maña de mostrar los senos a la primera provocación. Según refiere algún escritor de la antigüedad, ella los enseñaba con tal de salirse con la suya. Cuando los embajadores de los aqueos o griegos llegaron a Troya para reclamar la devolución de Helena, junto con los tesoros que había sustraído, al momento en que los extranjeros se retiraron y los troyanos se reunieron para deliberar lo relativo a su devolución; ella, ni tarda ni perezosa, sin tener derecho a hacerlo, se presentó ante la asamblea de troyanos y, para no dejar a su amante Paris y tener que regresar a Esparta con su esposo Menelao, les mostró los senos; ellos, al verlos, acordaron no devolverla aun a costa de su vida y de la destrucción de su ciudad. He perdido la cita, pero puedo asegurar que lo leí en algún lugar.
Al caer Troya en poder de los aqueos y al regresar los expedicionarios, Menelao y Helena, los mitógrafos refieren que hicieron escala en Rodas de regreso de Egipto; Polixo supo que la pareja estaba en su tierra y quiso vengar la muerte de Tlepólemo, su marido e hijo de Heracles o Hércules y rey de la isla; él murió en Troya por culpa de Helena. Polixo llamó a todos los rodios, hombres y mujeres, para cargar piedras y antorchas y destruir las naves; el viento impidió a Menelao hacerse a la mar; ideó vestir a la más hermosa de sus criadas con los adornos y las diademas de su esposa, y esconder a Helena en el interior de una nave; cuando los rodios llegaron creyeron ver a Helena, la inmolaron y se retiraron dándose por satisfechos; al poco tiempo Menelao pudo zarpar con su esposa.
Esos senos que fueron la locura de tiros y troyanos, que gozaron Teseo, Menelao, París, Deifobo y, al parecer, según algunos mitógrafos, también Aquiles, acabaron por perder su encanto. Pasaron a ser uno de los tantos habitantes del Valle de los Caídos.
Se cuenta que tras la muerte de Menelao, y cuando Orestes estaba todavía errante, Helena fue expulsada de Esparta por Nicóstrato y Megapentes, sus hijastros; se dirigió a Rodas y se refugió con Polixo, pues ésta era argiva de nacimiento igual que ella; (Helena, aparte de adultera, era tonta). Polixo culpó a Helena de la muerte de su esposo; mientras se estaba lavando, envió hacia ella unas criadas disfrazadas de Erinias; Helena, horrorizada por el tormento que veía venir, se colgó de un árbol. Por esta razón en Rodas hubo un santuario de Helena Dendrítide (Polieno. Estratagemas. I, 13, 1, pp. 186 y 187, Pausanias. Descripción de Grecia. Libro III, 19, 9-10. p. 75 y Grimal, Diccionario de mitología griega y romana, p. 445).
Helena, por ser hija de Zeus, el Dios supremo del Olimpo, fue convertida en Diosa, habita en los Campos Elíseos; con ese carácter o calidad recibe culto en un santuario que había en Terapne, en unas colinas que están al Occidente de Esparta; el santuario se llamaba Menelaión en memoria de su esposo Menelao.
Heródoto, que más que historiador y ser padre de esa ciencia, era un cuenta chismes y referidor de leyendas, da fe de que hacía milagros; de ellos narra uno, el siguiente:
“Aristón era amigo de un espartiata a quien apreciaba más que a ningún otro compatriota. Pues bien, ese sujeto tenía una esposa que era, con ventaja, la mujer más bella de Esparta; y era, sin lugar a dudas, la más bella a pesar de que en su niñez había sido rematadamente fea.
“Resulta que, como la pequeña pertenecía a una familia acomodada y era poco agraciada, su nodriza, al ver lo mal parecida que era y, además, que los padres consideraban una desgracia la fealdad de su hija, al advertir, repito, esa serie de circunstancias, puso en práctica la siguiente idea. Todos los días la llevaba al santuario de Helena (dicho santuario se encuentra en el paraje que recibe el nombre de Terapne, dominando el templo de Febo; y, cada vez que lo hacía, la nodriza colocaba a la niña ante la imagen e imploraba a la diosa que la librara de la fealdad. Y he aquí, que según cuentan, cierto día en que la nodriza regresaba del santuario, se le apareció una mujer y, de buenas a primeras, le preguntó qué era lo que llevaba en brazos, respondiéndole ella que se trataba de una niña. La mujer le pidió que se la mostrara, pero la nodriza se negó, pues los padres le habían ordenado que no se la enseñara a nadie. No obstante, la mujer le pidió insistentemente que lo hiciera; y, al ver que la desconocida estaba muy interesada en verla, la nodriza acabó por mostrarle a la niña. Entonces la mujer le acarició la cabeza a la niña y afirmó que llegaría a ser la mujer más hermosa de toda Esparta. Justamente a partir de aquel día empezó a cambiar su fisonomía; y, cuando estuvo en edad de casarse, Ageto, hijo de Alcidas –ese amigo de Aristón a que he aludido-, se casó con ella” (Heródoto, Historia, libro VI, 61, 2 a 5, Gredos, Madrid, 1981, ps. 295 y 296).
Helena, como Diosa que es, aparte de embellecer a las doncellas, tiene los dones de la clarividencia y el de ubicuidad; oye, ve y está en todas partes. En alguna ocasión un poeta de nombre Tisias de Hímera, en Sicilia, apodado Estesícoro (el que detiene el coro), en uno de sus poemas, se atrevió a darle un tratamiento irrespetuoso; ella, como castigo, le quitó la vista. En alguna ocasión alguien que murió y resucitó o que pasó por los Campos Elíseos, recibió un mensaje para el poeta ciego: la Diosa le ordenaba que se retractara de las ofensas que había proferido contra ella; al recibir la noticia y retractarse recobró la vista.
Por ese hecho, en el mundo griego, el retractarse de una ofensa se decía Cantar la palinodia. Estesícoro vivió por el siglo VII antes de la era actual; fue de los fundadores de la lírica coral griega.
En el museo arqueológico de Esparta hay un mármol en el que aparecen esculpidos Helena y Menelao; de ese testimonio pétreo tal parece no era la gran belleza. Como que no valió la pena el sacrificio de tantos hombres, plebeyos y nobles. En ese mármol no aparece mostrando los senos.
En el fondo del mito está de por medio algo muy simple: siempre se desea lo prohibido. En la cultura de la edad micénica, a la que pertenecen los relatos relativos a Helena, era un tabú que las mujeres enseñaran los senos. La figuras femeninas de esa etapa de la historia aparecen con ellos cubiertos.
En Esparta las doncellas se ejercitaban desnudas en los gimnasios. Teseo, en su estancia en esa ciudad, observó desnuda a Helena siendo adolescente, se enamoró de ella y la raptó. Ese hecho y el rescate de la cautiva, provocó un enfrentamiento entre Atenas y Esparta. Fue la primera guerra que ella provocó.
Muy distinto hubiera sido el destino de Helena si el marido ofendido hubiera sido Idomeneo, rey de Creta y nieto de Minos; seguramente habría recibido la muerte al momento de ser rescatada, pues, según se observa de los frescos que rescató Arthur Evans en Cnosos, capital del imperio, en alguna época, las mujeres andaban con el busto descubierto. Las esculturas cretenses del 1600 antes de la era actual, que representan a la Diosa de las Serpientes, tanto en piedra como en marfil, ella aparece mostrando los senos.
Esfinge era representada con los pechos desnudos; así aparece tanto en vasos, cráteras, esculturas y figuras de marfil.
Entre los griegos el amor, los hechizos amorosos, el deseo y la seducción se hallan en el pecho, así lo reconoce Homero o quien haya sido el autor de la Ilíada:
“… y del pecho se desató la recamada correa
bordada, donde estaban fabricados todos los hechizos;
allí estaba en amor, allí el deseo, allí la amorosa platica,
la seducción que roba el juicio incluso a los más cuerdos.
Se los puso en las manos, la llamó con todos sus nombres y dijo:
<<Toma ahora, métete dentro del regazo una correa
bordada en la que todo está fabricado. Y te aseguro que no
regresarás sin haber realizado lo que tus sentidos anhelan.>>” (Gredos, Madrid, 1996, canto XIV, 214 a 221, p. 381)
En algunas partes del Cantar de los cantares atribuidos a Salomón, el rey de los judíos, se dice :
“Tus dos pechos, como dos cabritos mellizos de gama,
Que son apacentados entre azucenas.” (cap. 4, v. 5).
“Y tu estatura es semejante a la palma,
¡ … tus pechos a los racimos!
Yo dije. Subiré a la palma,
Asiré sus ramos:
Y tus pechos serán ahora como racimos de vid.” (cap. 7, vs. 7 y 8).
En otra parte de la Biblia se habla, como maldición, del mismo tema:
“Dales, oh Jehová, lo que les has de dar: dales matriz expeliente, enjutos pechos.” (Oseas, cap. 9. v. 14).
La tradición de mostrar los senos para alcanzar un favor o rehuir la muerte continuó practicándose en el mundo griego. Se refiere que Cleopatra VII, Thea Filopator, la que sedujo a Antonio y a Julio César también recurría esa práctica. Cuenta Plutarco que ella, para alcanzar compasión, se presentó ante César con los pechos lacerados (Vidas paralelas, Antonio, 83, Gredos, Madrid, 2009, p. 234). En esta versión de la obra de Plutarco hay una nota con el texto siguiente:
“El momento de la muerte de Cleopatra es uno de los más populares en la literatura y en el arte, especialmente en la pintura, que la representa, curiosamente, con una o dos áspides mordiendo sus pechos desnudos desde la Edad Media… Por otra parte, la aparición de los pechos desnudos puede deberse a una contaminación iconográfica medieval con otras figuras, que representaban la misma idea de la lujuria y perversión, al igual que Cleopatra, como, por ejemplo, las Sirenas” (p. 238, nota 378).
Al parecer, no sólo en las culturas mediterráneas, si no en todo el mundo, se resalta la importancia de los senos, sin importar que sean grandes o pequeños.
Todo lo anterior tiene moralejas y una reiteración:
Las moralejas: se desea lo prohibido, lo que se oculta; lo que se cubre. Algo tiene que ver eso que se conoce como tabú; y
El hombre, consciente o inconscientemente, busca los pechos como elementos para la perpetuación de la especie.
La reiteración, en todo los casos y circunstancias terminan por prevalecer los instintos de reproducción; de ahí la importancia de los senos. Esta es la realidad, qué le vamos a hacer.
He hablado mal de una Diosa y mujer: de Helena; lo he hecho aun a riesgo de quedarme ciego, como le pasó al poeta Estesícoro o Tisias, o de ser calificado de misógino; serlo en la actualidad, aparte de ser algo de mal gusto, es un delito que trae aparejado muchos riesgos.