La pregunta es inevitable: ¿El Zapata gay del pintor Fabián Cháirez habría generado la misma polémica si el cuadro estuviera expuesto en una galería ajena a Bellas Artes?
La respuesta es no. La protesta de la familia y de los seguidores del revolucionario tuvo que ver en gran medida con el recinto donde fue exhibido el cuadro.
El Palacio de Bellas Artes era originalmente considerado la máxima instancia de expresión artística donde sólo podían exponer quienes hubieran alcanzado probadamente un reconocimiento nacional o internacional.
Bellas Artes no era considerada una sala más de exposiciones. No era ese espacio donde lo mismo se esperaba ver una obra de Shakespeare, una ópera interpretada por Pavarotti que un burlesque.
La obra arquitectónica, concebida por el italiano Adamo Boari, fue ideada para convertirla, al mismo tiempo, en un símbolo de mexicanidad y universalidad. Es un emblema de lo que México aporta –como un Odiseo a la humanidad–, en materia de cultura y arte.
Bellas Artes, como el Instituto Mexicano del Seguro Social o la Secretaría de Educación Pública, forma parte de la conciencia y el patrimonio nacional. Nos representa a todos, sin distinción de raza, sexo, religión o clase social.
Aunque la familia del general declaró que Cháirez denigraba a Zapata al pintarlo como gay, lo cierto es que detrás de sus críticas homofóbicas también había un sentimiento de ofensa patriótica. ¿Por qué exhibirlo precisamente en Bellas Artes?
La exposición “Zapata después de Zapata” tiene, dentro de la polémica, un mérito: la comunidad LGBTTTI hace suyo al héroe campesino y lo interpreta reinventándolo a través de la feminización. Los expositores lograron desmitificar al prototipo del caudillo macho y violento de la Revolución.
Así lo hizo Miguel Ángel con el David, así lo hicieron también los griegos y los romanos con sus dioses, pero en ellos, –y esta es la diferencia–, el mensaje de la perfección estética, de la belleza siempre estuvo por encima de un accidente como es la sexualidad.
Cháirez y los otros artistas tienen derecho a ser respetados en su libertad de expresión, pero las autoridades culturales están obligadas a definir qué quieren hacer de Bellas Artes.
¿Un espacio que coloque a México a la vanguardia de la expresión artística o convertirlo en un cuadrilátero más –como tantos que abundan en el país– de protesta, insultos y debates interminables que poco o nada tienen que ver con el arte?