Apenas iniciaba mis estudios de abogado, por una razón y circunstancia que aún ahora me parece inverosímil, me vi dando clases de psicología en la Universidad Femenina de México. Todas mis alumnas eran mayores que yo. Mi reto en ese entonces fue apurar estudios básicos en la materia, consultando cuanto libro de introducción a la psicología tenía a mi alcance, habiendo recibido el consejo (y de lo cual me siento afortunado) del maestro Ramón de la Fuente Muñiz y con quien alguna vez tuve la oportunidad de conocer al propio Erich Fromm. No había de otra; había que ser mínimamente decoroso en la impartición de mi inmerecida cátedra. Siendo las carreras de Periodismo y Publicidad en las que impartía la materia, no pasó mucho tiempo en que el temario derivara hacia la psicología publicitaria y a la ética publicitaria. Hubo, al efecto, algunos textos que me marcaron profundamente, en particular el de Vance Packard, de quien he tomado el título de este artículo: Los medios ocultos de la propaganda, (Ed. Sudamericana, 1967). Desde entonces me he convertido en un observador crítico de la comunicación, la publicidad y la propaganda.

La tesis central de Packard consiste en que, mediante el “análisis motivacional”, las mayores agencias de publicidad de los Estados Unidos (y conste que esto lo escribió hace más de de 50 años) hacen llegar mensajes a personas que padecen de ansiedad, vergüenza de su cuerpo, hostilidad, pasividad, etc., para vender productos, servicios o “personas”. ¿Personas? Pues sí, referido a la “venta” de candidatos a puestos de elección como si fueran productos, utilizando para ello “persuasores” que capturan nuestra docilidad para responder a la manipulación de símbolos previamente definidos.

 

 

Lo novedoso de Packard es que su punto de vista está instalado en la psicología moderna, ya que de tiempo atrás, gobiernos, movimientos políticos, religiosos y empresas, han utilizado estas prácticas de manipulación de las conciencias, que, dicho sea de paso, todas comparten un principio: entre más débil, necesitado o ignorante es el público objetivo, será siempre el más manejable (Ver, Eduardo Andrade: Ignorantes y felices, Reforma). Como ejemplos históricos, baste recordar la “Oficina de la Opinión Pública” de Napoleón; el papel del Ministro de Propaganda de Hitler, Joseph Goebbels, y su contribución al fortalecimiento del Tercer Reich y al exterminio de judíos; las producciones del cineasta John Ford para alentar a los soldados estadounidenses en la Segunda Guerra; hasta la más reciente y monstruosa maquinaria de manipulación de datos personales de Google, Facebook y su cerebro dedicado, Cambridge Analytics, quien mediante complejos algorítmos ha logrado triunfos electorales recientes insospechados: de derechas, de izquierdas, de grupos neonazis y hasta la victoria del Brexit. Lo que antes se llamaba análisis motivacional, hoy se llama manejo de datos personales, hechos por computadoras a velocidades inimaginables. Miles de millones de perfiles se han hecho disponibles para quien quiera hacer un certero manejo de masas (o quizás más importantes, de minorías, que están haciendo la diferencia en cualquier elección). En Rusia, EUA y China han entendido esto a la perfección. México no ha sido –ni es– la excepción.

Ante estas nuevas formas masivas (no de destrucción), sino de manipulación, me preocupa en particular el uso reciente de técnicas subliminales o de análisis de sentimientos, no sólo por los resultados que arrojaron en las pasadas elecciones en México, sino también por el actual manejo de frases, símbolos e imágenes, que claramente están acudiendo a “persuasores” (pedestres, unos; primitivos, otros) para hacer parecer como racionales cambios y transformaciones en el orden político, económico y social del país, cuando mucho de ello es a todas luces irracional (cancelación del NAICM, consulta a la madre tierra para el Tren Maya, consulta a mano alzada para aprobar un gasoducto en Morelos, equiparar la evasión fiscal a crimen organizado, validar el “10 por ciento de experiencia, 90 por ciento de honestidad”). Me preocupa el andamijae que día a día, palmo a palmo, se está construyendo para –según parece– consolidar un gobierno único, centrado en una sola persona y que amenaza perpetuarse en el poder más allá de los límites constitucionales.

En todo esto, hay un fenómeno extraño que me pregunto si el lector ha advertido acerca de la incersiones masivas que el “Gobierno de México” (y ya no el “Gobierno de la República”, como era antes) está haciendo en los medios de comunicación. Hay mensajes del IMSS, de la Secretaría de Gobernación, de la Marina Armada de México y hasta la Cartelera de teatros, todos encabezados por el Gobierno de México, es decir –y sería el primer mensaje oculto–, ya cambiamos la república, por un gobierno unitario. Ni hablar. Pero, particularmente siniestros me parecen la propaganda del IMSS y la de SEGOB, porque aparecen a página completa, media página o un tercio, según el día, con un costo que debe representar varios millones de pesos diarios, y aún el periódico Reforma (el más fifí del mundo) goza de este estipendio (La excepción sería la revista Siempre, excluida de toda publicidad gubernamental y que apenas alcanza un modesto anuncio de la Cruz Roja).

Lo curioso es que la publicidad del Gobierno de México en realidad no dice nada.  Veamos: el IMSS presenta una imagen (le pido al lector la analice cuidadosamente) que intitula “Pequeñas decisiones CAMBIAN TU VIDA” y, agrega, “Deja que tu familia te IMSSpire” ¿O sea…? (Recontra sic ¡El creativo de esta agencia merece el Nobel!). Pero lo más misterioso es la imagen que presenta: se repite la escena, una, en blanco y negro y, la otra, a color. En una aparece un adulto mayor armado con una escoba y dos infantes hacen lo que todos en la actualidad: pegados a su celular; en la otra, los niños ya trabajan en el “quehacer”, parecen felices. El viejo ya no empuña la escoba, sino se apoya en ella como si fuera un cetro (el mensaje es “aquí mando yo”). Pero ¿quién es él? ¿Es el abuelo al cuidado de sus nietos, víctima de las desaparecidas guarderías?, ¿es un tío que no tiene nada que ver con los niños?, ¿es el concubino madurito de la mamá que se habrá de tomar sus libertades pedófilas?, ¿no hay mamá ni papá? (¿como con los sobrinos del Pato Donald?). ¿Cuál fue el mensaje del gobierno de México?. Ninguno, en apariencia; pero aparece todos los días: el medio es el mensaje, diría McLuhan.

Las incersiones de la SEGOB son aún más esotéricas: en tres cuartos de página aparece el nombre “Cynthia”, y el eje rector de comunicación (slogan, para los diletantes de la publicidad) consiste en lo siguiente: “ES UNA PERSONA DESAPARECIDA. NO INVISIBLE“, y remata: “De pie hasta encontrarte“. ¡Sopas! Ni Descartes podría decifrar el apotegma (“desaparezco, luego existo”). ¿De verdad este anuncio que se repite día a día tiene el propósito de encontrar a Cynthia? No lo creo, en ningún lado aparece su media filiación ni las circunstancias de tiempo y lugar en que se le vió por última vez. Lo más intrigante del anuncio es que, si uno quiere enterarse de la información de Cynthia hay que recurrir –no lo van a creer– al Registro Nacional de Personas Desaparecidas y no Localizadas. En buena lógica del creativo, el hecho de no estar localizado es lo que lo hace “desaparecido, pero no invisible” (Bueno, ya es un avance; como diría el filósofo de Güemes: más vale muerto que cadáver). Pero ¿qué tal si un desaparecido no ha sido registrado porque no hay quien lo extrañe, o es un centroamericano que se cree está en los Estados Unidos y no en manos del crimen organizado? ¿Estarán los del Registro en pie hasta encontrarlo aunque no esté registrado? ¿Tendrá que ir personalmente a registrarse? ¿Le darán una credencial de Desaparecido, pero no Invisble? ¿Tendrá derecho a una tarjeta de Bienestar?

Tal parece que el único propósito de este gasto desmesurado es hacer presente al Gobierno de México. Es un “…te recuerdo que aquí mando yo, y hazle como quieras…“. Oradar la conciencia una y mil veces hasta que generes creencias más allá de tu razón.

Podríamos citar otros conspícuos casos; por ejemplo, la Jefa de Gobierno de la CDMX), para no quedarse atrás, ya publica –con un costo aproximado de medio millón de pesos diarios– una borrosa foto a página entera con un mensaje que pretende prevenir la violencia contra las mujeres, diciéndo: “COMPARTIR FOTOS ÍNTIMAS SIN PERMISO (sic), ES VIOLENCIA“. Y yo me pregunto: ¿Es ésta la peor y más frecuente forma de violencia hacia la mujer? Si se van a gastar una fortuna en una campaña publicitaria no hubiera estado mal hacer un par de grupos focales para recoger el verdadero sentir de las mujeres violentadas. Pero, bueno, si lo importante es tener presencia, lo demás no importa.

Las preocupaciones de Vance Packard de hace medio siglo al parecer siguen vigentes. Inicia el capítulo “La política y los constructores de imagen”, citando la frase de K. Boulding: “Podemos concebir un mundo dominado por una tiranía invisible que utilice las formas del gobierno democrático”. Tal parece que la premonición de ayer, hoy es una palpable realidad.

Y no sólo sus preocupaciones guardan vigencia; también sus preguntas, sobre todo las que se refieren a la moral en el uso de “persuasores” de la conciencia individual y colectiva. ¿Cuál es –se pregunta Packard– la ética de las campañas destinadas a medrar basándose en la debilidades por ellos diagnosticadas?; ¿cuál es la moralidad de tratar a los electores como clientes infantiles que buscan la imagen de su padres?; ¿cuál es la moralidad de subordinar la verdad al optimismo cuando se trata de informar al ciudadano sobre el estado de la nación?

Hoy que la moral se ha puesto de moda –como si de ello se tratara–; hoy que se puede pesar, medir, sacarle porcentajes, usarla como emoji, gestionar credencial o certificado de honesto, no estaría mal pensar si el gasto que se hace en propaganda gubenamental en un gobierno que postula una nueva cartilla moral, una constitución moral, una economía moral, un gabinete al menos 90 por ciento moral, y hasta un presidente moral, no estaría mal –repito– se preguntaran sobre el contenido moral de la propaganda y si es moralmente justificado el dispendio de recursos para posicionar en la mente del ciudadano los mensajes ocultos que encierra.

La moral –hay que recordar– es un valor, no una mercancía. La moral, decia Tomás de Aquino, al igual que la generosidad, si se es consciente de ellas, pierden toda su valía, y seguramente quienes se ufanan de practicarla tampoco son hombres valiosos.