Soberanía, es una de las palabras favoritas en el evangelio lopezobradorista. En libros, discursos y mañaneras repite sin cesar que para él y su gobierno no hay nada más importante y más sagrado que  defender la soberanía nacional.

En la última y más reciente renegociación del T-MEC quedó, sin embargo, demostrado lo contrario. Que no ha habido en el México moderno un presidente más sometido a las presiones y chantajes del imperio que Andrés Manuel López Obrador.

Ni siquiera Carlos Salinas de Gortari, fundador del TLCAN y al que AMLO acusó con frecuencia de ser un “vendepatrias”, aceptó con tanta rendición las condiciones impuestas por Washington en materia comercial.

Los especialistas tendrán que decir qué tanto ganó o perdió México con el nuevo tratado, pero la opacidad y el exceso de propaganda para festinar la conclusión de las negociaciones, indican que algo anda mal.

La negociación de la enmienda que favorece a EU se dio en un contexto sui generis. Después de la visita del procurador de EU a México, luego de la salida intempestiva de Evo Morales del país y de la sorpresiva detención de Genaro García Luna en Florida.

El presidente de Coparmex, Gustavo de Hoyos, declaró  que México fue un “mal negociador” y  veía en la forma en que se fueron cediendo posiciones una “debilidad santanista”

Lo cierto, es que el gobierno de la Cuarta Transformación terminó convirtiéndose  en el principal operador reeleccionista de Donald Trump.

En marzo de 2017, el presidente norteamericano prometió a los dueños de Ford y General Motors “una nueva era” para la producción de automóviles. Se acabó dijo, “el asalto a la industria automotriz, vamos a regresar la producción de vehículos a Estados Unidos”. Y la 4T ayudó a hacer realidad esa promesa.

Lo que no sabemos es si alguien del gobierno trabajó a favor de México.

La iniciativa privada prevé que con las nuevas disposiciones varias plantas automotrices establecidas en Aguascalientes, Guanajuato, Sonora, Puebla o en el Estado de México están condenadas a cerrar sus puertas.

¿Qué festeja entonces el Presidente? O ¿Sabrá lo que festeja?

El hecho de haber aceptado que vengan inspectores norteamericanos a vigilar las fábricas mexicanas, para confirmar que se cumpla con la libertad sindical y el aumento progresivo de los salarios, –como si fueran parte de su territorio o una estrella más de la bandera norteamericana– es un acto de cesión y de renuncia a la soberanía territorial.

La desesperación del gobierno “transformador” por concluir como fuera y al costo que sea el T-MEC dejó ver, contrario a lo que se dice, a un presidente débil, soberbio, cruel y arrogante con lo suyos, pero temeroso, humilde, obsequioso y sometido con Estados Unidos.

Detrás de la capitulación hay asuntos de vida o muerte para López Obrador. La necesidad de ser bien visto y reconocido por el vecino, –pese a encabezar un régimen  autocrático–, y la idea religiosa de creer que con el T-MEC, por sí solo,  va a evitar el colapso de la economía.

Después de la forma como fue renegociado el nuevo tratado, el emblema de la Cuarta Transformación necesita sufrir fuertes ajustes. Hidalgo, Morelos, Juárez, Cárdenas e incluso Madero ya no tienen cabida. Habría que subir al pedestal de la Historia a Su Alteza Serenísima.