Este año, la ciudadanía tendrá que tomar una decisión: ¿permanecer indiferente y pasiva mirando cómo avanza un proyecto dictatorial de país o impedir por todos los medios a su alcance que se sigan destruyendo las instituciones democráticas?

Digamos, que hoy, en el 2020, tenemos que decidir entre perder a México, sus ideales, libertades y unidad o ser capaces de poner un alto a quienes tienen una visión retrógrada, represiva y corrupta de gobernar.

La mala noticia es que la oposición no existe. La tragedia nacional no solo estriba en que haya llegado al poder lo más representativo del resentimiento y la desvergüenza, sino que los partidos estén al margen de su obligación histórica: frenar la consolidación de un régimen corrupto y totalitario.

De un régimen, que ha resultado ser un gran “fabricante de ataúdes”. La frase no es mía, obviamente, es del poeta ruso Aleksandr Pushkin, pero sirve para decir que la Cuarta Transformación pone todos los días uno o varios clavos al futuro y esperanza de los mexicanos.

La esperanza, por cierto, depende hoy de lo que haga la sociedad. Si los partidos han optado, por cobardía, conveniencia o contubernio, convertirse en colaboracionistas de la traición a México, entonces, la palabra la tiene hoy el ciudadano.

Es cierto que los mexicanos no sabemos y no estamos acostumbrados a movilizarnos para desafiar a un régimen que nos está haciendo daño, que pero tenemos que aprender a perder el miedo para encararlo.

Por principio tenemos que tener dos objetivos claros: impedir que en el 2021 el partido en el poder, Morena, vuelva a ganar la totalidad de la Cámara de Diputados y construir una nueva visión de nación orientaba a poner las bases de un sistema verdaderamente democrático.

Si Morena triunfa de manera absoluta en los comicios del próximo año, México entrará a un largo túnel de oscuridad que lo condenará a vivir durante muchos años bajo un régimen depredador de las libertades, la legalidad y el progreso.

Lo primero, entonces, es llamar a las cosas por su nombre. Reconocer que esta es una dictadura en ciernes y que los movimientos de resistencia que puedan surgir no solo se limiten a sustituir a unos tiranos por otros tiranos, a unos corruptos por otros corruptos –como viene sucediendo– sino que se obliguen a trazar la ruta de un país distinto.

Hoy tenemos que pensar diferente. Todos esos colectivos, grupos, asociaciones que están surgiendo a lo largo y ancho del país –como sucedió en la antesala de la Revolución Mexicana– bajo la gran interrogante: ¿qué hacer para defender a México?, están obligados a renunciar a egos y liderazgos personales, –a la decadente cultura del caudillo que hoy padecemos–, en aras de una gran causa y estrategia de articulación local y nacional.

Los ciudadanos necesitamos tener una estrategia para, cuando menos, expresar pública y organizadamente nuestra indignación ante el cinismo de una Rocío Nahle que, con la soberbia de una virreina, manda a un usuario que protesta a tomar un camión en la TAPO.

Indignación por gobernar por medio de la mentira y el engaño.

Indignación que , –como definió Stéphane Hessel–, es la voluntad de tener un compromiso con la historia y el país al cual se pertenece. Grito, “toque de clarín”, que  debe constituirse en un muro contra la hipocresía y el embuste de quienes llegaron –otra vez– a saquear al país y  gobiernan como si México fuera de su propiedad y los mexicanos fuéramos sus empleados.

Estamos, entonces, ante una circunstancia inédita. Solos y vulnerables ante un gobierno que utilizar el poder absoluto para aplastar. Que prepara todo para anular al INE y hacer de los comicios del 2021 el gran fraude.

La ciudadanía tiene que volver a empoderarse.  Si ha salido para ayudar a las víctimas de los sismos, hoy tendrá que echar mano de todo para cerrar la puerta al fabricante de ataúdes. El desafío político consiste en salir en defensa del futuro.