“Como la melodía de una flauta en la naturaleza, como el paso de un ángel”
Agnés Varda.
Si la crítica de cine es una forma de la literatura, entonces el lenguaje cinematográfico es una forma de la poesía. Lo anterior fue lo primero que me vino a la mente, después de haber disfrutado la sensibilidad exquisita, expresada en la película Escrito en el cuerpo de la noche (México, 2000) de Jaime Humberto Hermosillo Delgado (22 de enero de 1942, Aguascalientes, México-13 de enero de 2020, Guadalajara, México).
Escrito en el cuerpo de la noche comienza con dos tomas, una en movimiento y otra fija, anunciado, en la Cineteca Nacional, la exhibición de un cortometraje (La desterrada, según el cuento de Emilio Carballido). El cortometraje inicia con una toma en movimiento de la entrada de una Arena de Lucha libre. Corte a: Un niño con su abuela en un jardín. Ella riega las plantas. El niño dice “A mí no me gustan las luchas”). Al final del cortometraje, descubriremos que ha sido dedicado, por el director Nicolás Argelia (el niño en mención), al célebre realizador disidente soviético Andrei Tarkovski.
Literatura (el guión de cine es una forma de literatura), teatro (el guión de Escrito en el cuerpo de la noche se basa en la homónima pieza teatral de Emilio Carballido) y cine (por principio de cuentas, hay dos temas en la película: el cine dentro del cine y el amor por el cine), se conjugan para darle vida al glamour (el personaje de la madre del niño, en el cortometraje, es la bella Arcelia Ramírez, en el doble papel de diva proletaria y de madre del niño que contempla con su abuela las estrellas y la luna) de la gente del cine. Productores, guionistas, realizadores, actrices y actores, técnicos.

Mientras que quienes actuaron en el cortometraje se ven en la pantalla, acompañados de invitados (unos invitados muy especiales son José de la Colina y Francisco Sánchez) y del público en general, el director del cortometraje, Nicolás Argelia, sube a la cabina de proyección a pedirle, por favor, al “cácaro” que ajuste bien el encuadre.
Recuerdo que al final de la proyección de la película Escrito en el cuerpo de la noche (“Está escrito en el cuerpo de la noche que Nicolás será director de cine”, dice la abuela, interpretada magníficamente por Ana Ofelia Murguía) me le acerqué a Jaime Humberto, para comentarle que me gustó su película y quise decirle que me había gustado esa idea de disfrazar al personaje Nicolás Argelia de director de cine, con parche en uno de sus ojos, igual que aquellos fabulosos monstruos sagrados tuertos que respondían a los nombres de John Ford, Fritz Lang, Raoul Walsh… Nicholas Ray.
En el papel de Jaime Humberto Hermosillo Delgado, Nicolás Argelia Ross (Interpretado por Ramiro Guerrero Ríos), homenajeando a esos legendario realizadores de culto. También le comenté mi impresión de sentir la cámara “columpiándose”, que ni se nota su quietud, y mi devoción por la diva Arcelia Ramírez, usando las palabras de Juan Manuel Torres: “El amor a la estrella de cine es el amor al mito. Y el amor al mito es el amor a las pasiones humanas.”
Ya en plena narrativa de la historia central de la película, drama y comedia de la vida, Jaime Humberto Hermosillo siguió haciendo, dentro de su temática romántica que incluye el despertar sexual de la adolescencia, homenajes a Alfred Hitchcock, a Emilio “Indio” Fernández y, de manera implícita, a Luis Buñuel, cuando Nicolás salta la cuerda, como la inocente niña, presagio de la muerte y la muerte misma (¿es válida mi suposición?), en Viridiana (México-España, 1961). Aquí se presagia el fin de la inocencia, el paso a la responsabilidad creativa. En la película hay dos creativas transiciones, en cuanto a la ruptura del tiempo real y del espacio lineal: El largo flashback y la entrada de la madre de Nicolás al cuarto de él, desde la Bus Station.

Como una puesta en escena invisible, como una cámara que no se nota, si acaso como instrumento en manos de Nicolás Argelia filmado el baile del Cha Cha Cha (En el mar la vida es más sabrosa…), así queda grabada en la memoria uno más de los capítulos de la historia del cine en la que Adela Hache descubre que aquel joven, a quien inició en el amor, sí logró ser director de cine y, después de felicitarlo, lo vuelve a dejar, como ya lo dejaron su abuela y su madre muertas, convertidas en constelaciones. Con Escrito en el cuerpo de la noche “usted ha hecho el cine del alma” (le escribió Alain Resnais a François Truffaut), y lograste, por fin, depurar tu personal estilo narrativo.
En la filmografía de Jaime Humberto Hermosillo hay una trilogía de películas malditas: Dos Auroras (México 2005), Rencor (México, 2005) y Amor (México, 2005).
A propósito de Rencor, escribí: Francisco Sánchez me lo dijo: “Por fin Jaime Humberto hizo su obra maestra”. Sí, obra maestra maldita. Cine digital maldito personalísimo (en el sentido de que las máscaras del drama son eliminadas, para dejar a flor de piel la desnudez del alma que se puede reducir al mínimo, para mostrar la más pura esencia de los sentimientos y las pasiones humanas, o que se puede ampliar al máximo, para mostrar las más abyectas conductas humanas, motivadas por el rencor. No importa si Jaime Humberto Hermosillo se ha basado en Denis Diderot, quien se interesó por el problema de la participación emotiva de los actores en la representación, concluyendo que el distanciamiento y el sentido crítico permiten una calidad artística, o en Eugenio O’Neill, quien se interesó por ofrecer una mezcla de intensidad trágica, intuiciones oníricas y pasiones incestuosas. Lo que importa es que ha puesto en escena todo lo aprendido de esos dos grandes monstruos de la dramaturgia y algo más: Los ha superado, por contar con un medio de expresión, síntesis de todas las artes, como lo es el cine digital, post cine celuloide. Lo que importa es que ha creado un universo imaginario, producto de sus propias vivencias, de sus ya no ocultas preferencias sexuales. En Rencor hay participación emotiva de los actores, cuando hablan de sus personajes y de sí mismos, frente a la cámara, lo que permite el distanciamiento y el sentido crítico. Hay intensidad trágica y pasiones incestuosas. Se prescinde del onirismo surrealista, pero se advierte que la ficción es un sueño que se refleja en la imagen. Lo demás que se diga de Rencor son avatares de la trama, propios de los deseos y fantasmas interiores de un autor-realizador que se atrevió a poner en escena lo que se le dio la gana, con una libertad absoluta, al borde del provocador escándalo.


