Protestas en el “Extremo Occidente”

El espacio latinoamericano y del Caribe están siendo escenario, en estos últimos tiempos, de protestas ciudadanas que han puesto en vilo a los gobiernos. Sobre ellas he dedicado, entre noviembre y diciembre, un par de mis artículos en la revista Siempre!

Mencioné en mis colaboraciones a Haití, donde las protestas por el alto costo de la vida y la corrupción galopante, exigen la renuncia del presidente Jovenel Mïse, y ya han causado graves daños y cobrado vidas. Me referí extensamente a otras, que amenazaron la estabilidad de Perú y Ecuador, siguen amenazando la de Chile y se extienden ahora a Colombia. Aludí, igualmente, a la desmedida ambición política de Evo Morales que propició el golpe de Estado, su caída y graves desordenes en Bolivia. Debo añadir a Nicaragua, escenario de dos años de protestas contra el régimen de Daniel Ortega.

 

Y en el ancho mundo

En la más reciente de mis colaboraciones hice notar que las manifestaciones populares están presentes también en otras latitudes, como si el mundo estuviera atacado por un virus de protestas. Como un mal contagioso o aparecido en diversas latitudes por generación espontánea; o –dicen quienes ven conspiraciones por todas partes– provocado por emisarios de gobiernos extremistas, de uno u otro signo, según quien los denuncie.

Las protestas han tenido –o están teniendo– lugar en Europa, donde destacan las de los “chalecos amarillos” en Francia, contra reformas e impuestos que afectan, entre otros, a los jubilados. En 2018 y este 2019 el país ha sido escenario de actos violentos, huelga de los ferrocarriles, embotellamientos –París de manera significativa– que son un grave desafío al presidente Macron, quien ensaya fórmulas para desactivarlas, sin renunciar, no obstante, a que Francia y Europa recuperen el protagonismo que, considera, deben tener en el mundo de hoy.

Aquí me permito hacer una digresión para expresar mi acuerdo con el Desafío Gauillista del presidente, que contribuye a despercudir a la Unión Europea, al diálogo internacional sin reticencias y a poner en su lugar al perverso norteamericano y a su escudero británico.

Destacan, igualmente, en Europa las protestas en Cataluña, con motivo de la sentencia, del 14 de octubre, en el juicio del proces a los secesionistas catalanes. Unas protestas, que desquiciaron el aeropuerto de El Prat y carreteras fronterizas, y en las que tuvo un papel protagónico el grupo denominado Tsunami Democrático, nacido en Ginebra, en septiembre pasado, en presencia del expresidente de la Generalitat, prófugo de la justicia Carles Puigdemont y del actual presidente, Quim Torra.

 

Aún en Europa, surgió este 14 de noviembre en Bolonia, convocado por cuatro jóvenes treintañeros, el llamado movimiento de las Sardinas, que pretende frenar el nuevo auge del ultraderechista Matteo Salvini, ex vicepresidente y ministro del interior de Italia, quien se propone reconquistar el gobierno y aspira a encabezar la ultraderecha europea. Las Sardinas lo enfrentan a través de movilizaciones de miles de personas, en vísperas de unos comicios regionales en la región de Emilia-Romaña, el 26 de enero, desde los que Salvini pretende volver al poder.

En la otra orilla del Mediterráneo, en África, tras meses enteros de manifestaciones multitudinarias los argelinos se desembarazaron del vetusto presidente Abdelaziz Bouteflika, enquistado en el poder por veinte años, y acaban de celebrar elecciones, en las que triunfó otro anciano, Abdelmajid Tebún, un tecnócrata gris, efímero primer ministro del mandatario al que sucede. Electo con el 58.15 por ciento de los sufragios, en unos comicios en los que participó menos del 40 por ciento de los inscritos en el padrón, dio lugar a multitudinarias protestas callejeras, que han hecho decir a los analistas que el veredicto de la calle desacredita al de las urnas.

El Medio Oriente es también escenario de protestas, sangrientas y con cientos de muertos: en Irán a raíz de un aumento del combustible, las protestas se expresaban contra la situación económica del país, pero pronto se convirtieron en críticas políticas, a las que el régimen respondió con brutalidad, masacrando a los manifestantes.

Irak también registra, desde el 1º de octubre, protestas contra la corrupción y el desempleo, así como contra la influencia de Irán en el gobierno de Bagdad, dominado por los chiitas –Irak no ha escapado de las controversias religiosas que envenena la convivencia entre los países árabes –mientras las protestas ya han dejado gravosos saldos– al menos 400 manifestantes muertos-– y dieron lugar a la dimisión del primer ministro Adel Abdul Mahdi.

Líbano, ha sido otro escenario, desde el 17 de octubre, de protestas, originadas, asimismo, en rechazo a un gravamen: el impuesto a servicios de internet, como WhatsApp, que derivaron más tarde en condenas a la corrupción y críticas a las élites que desde finales de la guerra civil gobiernan el país. Es de destacarse que entre los numerosos jóvenes que protestan se han unido cristianos, sunitas y chiitas, sin importar sus distintas confesiones religiosas.

Asia es igualmente un polvorín: en Pakistán, a raíz de las protestas iniciadas el 27 de octubre, miles de ciudadanos, encabezados por el líder de un partido de oposición, exigen la dimisión del primer ministro, a quien juzgan responsable de la difícil situación económica del país, que está requiriendo el apoyo –siempre gravoso– de créditos del FMI. La situación ha provocado bloqueos de carreteras, la toma de un hospital, con saldos trágicos y la amenaza del gobierno y del ejército, de intervenir.

La India es también escenario de protestas, en el noreste, donde miles de manifestantes han salido a la calle, a pesar del toque de queda, para mostrar su indignación contra el primer ministro Narendra Modi, y su reforma de la ley sobre la nacionalidad, aprobada por el parlamento el 11 de diciembre, que naturaliza refugiados de Pakistán, Afganistán y Bangladesh fieles de seis religiones, excepto musulmanes. Una reforma que –se dice– podría modificar el precario equilibrio de etnias en diversas regiones del país y despierta los odios interreligiosos. Las protestas han cobrado ya víctimas mortales, heridos y han provocado daños materiales.

Pero la protesta en el continente asiático, de mayor impacto mediático y sobre cuestiones de enorme importancia es la que tiene lugar, desde el mes de junio en Hong Kong y no ha finalizado –todavía el 8 de diciembre 800 mil personas, según los organizadores y 183,000 según las autoridades–, salieron a la calle exigiendo “mayor democracia y rendición de cuentas”. Las protestas, como se sabe, fueron provocadas ante un proyecto de ley que permitía extraditar a China a “criminales sospechosos”, lo que para los manifestantes violaba las libertades que Pekín prometió respetar a los habitantes de la isla, colonia británica, fue devuelta a China. El proyecto fue retirado, pero las protestas parecen ser imparables.

 

 

¿Cómo en 1848 y en la década de 1960?

Este virus de protesta social, aparecido por contagio o por generación espontánea en todas las latitudes del mundo, recuerda, según analistas, a las revoluciones de 1848, la oleada de revoluciones que sepultó a la Europa de la Restauración que el congreso de Viena, de 1815 había consolidado, para alumbrar la Europa de los nacionalismos. Por cierto, las ideas “revolucionarias” pudieron expandirse gracias al telégrafo y al ferrocarril –¿el internet decimonónico?

Recuerda también –siguen diciendo– a los años 60 del siglo pasado, de los que destaco, por su importancia para el tema que nos ocupa, la intensificación del proceso de descolonización en el que Francia y la Gran Bretaña pierden la casi totalidad de sus colonias, la difícil consolidación del régimen comunista de Fidel Castro en Cuba, el movimiento a favor de los derechos civiles de los afroamericanos en Estados Unidos, mayo de 1968 en París y Tlatelolco ese mismo año. Y, en 1970, que inicia la presidencia de Salvador Allende en Chile, la llegada del socialismo al poder, por las urnas, en América Latina.

 

¿La primera revolución de la era de la globalización?

Estas críticas furibundas, levantamientos sociales y a menudo expresiones de violencia de gobernados contra quienes los gobiernan, que suceden por todo el mundo, están dando lugar a explicaciones de toda índole ofrecidas por los expertos: Por ejemplo, quienes dicen que la “revolución molecular” de la teoría de Félix Guattari está en marcha –para bien, según algunos izquierdistas, y para mal, de acuerdo a derechistas alarmados– y los que invitan a “ponerla en práctica si queremos salvar al mundo…”

Otros analistas, como Branko Milanovic, economista serbio – estadounidense, experto en temas de desigualdad, afirman que estamos ante “la primera revolución de la era de la globalización”, lo que no podría yo asegurarlo, aunque sí es evidente que se trata de protestas que se dan tanto en regímenes democráticos como autocráticos, países ricos y pobres, naciones que viven realidades violentas y también las que son un oasis de paz.

Las causas de las protestas, que a menudo inician inconformándose con medidas que podrían considerarse de relativa importancia, como el aumento de tarifas del transporte, de correos o de combustible, son profundas. Entre otras, la seria afectación al nivel de vida de las poblaciones, la pretensión de continuismo en el poder, controversias y enfrentamientos étnicos y religiosos, etcétera.

Pero si las protestas, dependiendo de países y continentes pueden derivar de muy distintos motivos, quizá haya también realidades comunes a los diversos países. Una, por ejemplo, es el hecho de la desaceleración económica mundial, que se traduce en el incremento de impuestos y el recorte, o incluso la supresión de subsidios a servicios básicos.

Otra realidad que comparten los países, salvo cuando se echan a andar los mecanismos de censura en los regímenes dictatoriales o cuasi dictatoriales, es el acceso a internet, por el que la gente de todas las latitudes sabe lo que pasa en todas partes, en tiempo real y comparte información en la Aldea Global. Aunque con riesgo, ¡otro más! de ser víctima de fake news empleadas por manipuladores y esquizofrénicos de la red.

Otro elemento que es común a las protestas –y así lo destacan analistas como Jacqueline van Stekelenburg, de la Universidad Libre de Amsterdam, Richard Youngs, del Fondo Carnegie para la Paz Internacional y el economista español Manuel Castells– es el desencanto, la frustración, el hartazgo y la indignación de los gobernados con las élites políticas, arrogantes, displicentes e ineptas.

A ese respecto, Erik Neveu, investigador en sociología de las movilizaciones en el Instituto de Estudios Políticos de Rennes, afirma que “la creencia en la capacidad de la democracia para cambiar la vida se erosiona de manera inexorable”, y que la gente piensa entonces que su salvación está en el derrocamiento del poder.

 

La esperanza hoy, ¿o no?

Que la democracia, a pesar de todo, da señales de salud, como hoy en Argentina, donde es posible la transmisión, sin turbulencias, del poder; y en Brasil, donde el poder judicial exculpa a dos líderes políticos. No obstante la esquizofrénica oposición del presidente de la república.

Que la Unión Europea, se renueve con acentos femeninos –Ursula Von der Leyen preside la Comisión– y paridad de género, que considere como retos prioritarios los temas de la migración y el cambio climático; y que su alto representante para la Política Exterior, Josep Borrell, pida a esta Europa comunitaria asumir el papel de potencia geopolítica y otorgar “mucha más atención” a Latinoamérica. Ello a pesar de que el Reino Unido, de la mano de un payaso irresponsable, vote por suicidarse; un suicidio del que, tengo esperanzas, fundadas, se libren Escocia e Irlanda del Norte.

Que, todavía hablando de Europa, la embestida del ultraderechista Matteo Salvini, en Italia, esté siendo frenada por el movimiento juvenil de las “Sardinas”, y que Finlandia tenga un gobierno de mujeres, jóvenes: la socialdemócrata Sanna Marin, de 34 años, y 12, en un gabinete de 19 ministros.

Que en los Estados Unidos, en fin, se eche a andar el proceso de destitución –Impeachment– de Donald Trump, aunque no llegue a prosperar, porque, aún así, habla de la buena salud de la democracia.