The Mad Twenties?
Los años veinte de este siglo, cuyo umbral hoy está cruzando el mundo, ¿serán tan permisivos –y tan locos– como los veintes de entreguerras del siglo pasado?, ¿se inician en el pesimismo, la irresponsabilidad y el cinismo?, ¿con esperanzas? La respuesta, las respuestas, estarán a cargo de los lectores de esta panorámica –incompleta– que ofrezco del escenario latinoamericano de hoy. Para empezar, pues también haré comentarios sobre Estados Unidos, Europa y otras latitudes en próximas colaboraciones.
La izquierda menguante de Latinoamérica
La izquierda latinoamericana de la primera década y parte de la segunda de este siglo XXI era esplendorosa, de la mano de líderes carismáticos cuyos gobiernos, aprovechando un clima económico internacional favorable a la región, pudieron beneficiar a las mayorías y a los estratos de la población marginados. Los salarios, la salud y la vivienda, y la educación, se tradujeron en beneficios para estos sectores. Y los gobernantes se encargaron de presumirlo y aprovecharlo políticamente –a veces sucumbiendo a la tentación bonapartista de perpetuarse en el poder, cuyo castigo fue, para algunos, perderlo–.
La izquierda tuvo presencia en Centroamérica con Mauricio Funes y Salvador Sánchez Cerán en El Salvador, y en Nicaragua con Daniel Ortega, hoy, sin embargo, convertido en un sátrapa de derecha. En el Caribe sigue presente, nominalmente, en Cuba cuya historia comunista es luminosa y sombría, y su incierto futuro quizá desemboque en la economía de mercado, ¿y en la democracia liberal?
Este progresismo fue, en América del Sur, el Brasil de Lula –y de Dilma Rousseff antes del desafuero–, Chile con Lagos y Bachelet –que volvería al poder en 2014. Se dio con Correa, en Ecuador, con Evo Morales, en Bolivia, con Tabaré Vázquez y el emblemático José Mujica, en Uruguay; y con el peronista Néstor Kirchner y su mujer –luego sería su viuda– Cristina Fernández, en Argentina.
Hoy la izquierda desfallece en Venezuela, sin contar, siquiera, con el carisma del engañoso Hugo Chávez, y gobernada por Nicolás Maduro, inepto y dictatorial. Subsiste en Cuba, con el “riesgo” de convertirse al capitalismo –como acabo de comentarlo–. Y acaba de ser desalojada del poder en Bolivia, mediante un golpe de Estado disfrazado, contra Evo Morales.
 
Pero, ¿retorna la izquierda?
Sin embargo, la izquierda continental parece volver a respirar gracias al triunfo del peronismo en Argentina, que llevó a la Casa Rosada al presidente Alberto Fernández y a la vicepresidenta Cristina Fernández, la viuda de Kirchner. Ésta por cierto, un personaje incómodo, a la que una indiscreción de José Mujica, calificó de terca, además de mostrar su torpeza e impertinencia cuando quiso informar “¡al papa argentino! lo que es un mate”. Personaje, esta dama, que tiene, además, expedientes judiciales abiertos, que la imputan de corrupta.
También en el norte de América Latina, en México, la izquierda gobierna, por primera vez. Aunque muy acotada por Estados Unidos –la fatalidad de la geopolítica– que hoy, además, tiene en Washington como presidente a un energúmeno –“persona poseída por el demonio”, según el diccionario de la Academia–. Sin contar con que a López Obrador, el presidente mexicano, no le interesa la política exterior.
Ambas izquierdas, además, se enfrentan a turbulencias económicas: Argentina a una grave crisis que la está sometiendo –quiérase que no– al FMI; y México a una suerte de anorexia económica –si se me permite la expresión– que no deja despegar al nuevo gobierno. Por tanto, ninguna de estas “potencias” latinoamericanas está en condiciones de aglutinar y encabezar a los gobiernos progresistas de la región que hoy, además, se reducen a las seudo izquierdas de Caracas y Managua; y a Cuba, la que poco parece interesarse en Maduro y Ortega, aunque sí, como es obvio, en México y Argentina.
En paralelo a estas izquierdas-gobierno, diversas personalidades de tal signo ideológico: políticos en el poder o fuera de él, académicos e intelectuales fundaron el 12 de julio pasado, en la capital poblana, el Grupo de Puebla, que muy pronto, del 8 al 10 de noviembre celebró su segunda reunión en Buenos Aires, precisamente en vísperas de que Alberto Fernández, el peronista triunfante, asumiera como presidente de Argentina.
El Grupo de Puebla se integra por una treintena de personalidades, entre ellas, los ex presidentes Lula y Dilma Rousseff, José Mujica, Rafael Correa, Evo Morales, José Luis Rodríguez Zapatero, el colombiano Ernesto Samper, Leonel Fernández, de la República Dominicana, Fernando Lugo, de Paraguay y, desde luego Alberto Fernández. Destaca, entre los miembros nuestro compatriota Cuauhtémoc Cárdenas.

Puebla, como se observa, está integrando a líderes progresistas de más de una decena de países, pero no de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Caracas y La Habana, en cambio, siguen teniendo un papel protagónico en el Foro de Sao Paolo, fundado en 1990 por el partido de los trabajadores, de Brasil, que se ostenta como el espacio de discusión política y académica por excelencia de las ideas de izquierda.
Respecto al Grupo de Puebla, no es previsible que llegue a tener una influencia importante en la política latinoamericana, ya que la mayoría de sus dirigentes se encuentran –como lo hace notar el polítólogo argentino Patricio Giusto– en el ocaso de sus carreras políticas.
De vuelta a los gobiernos de Fernández y de López Obrador, comento que su protagonismo internacional se ha circunscrito, por ahora, a otorgar refugio y prestar apoyo, retórico, al derrocado Evo Morales, así como a rechazar el virtual golpe del chavismo contra Juan Guaidó para evitar que extendiera su mandato como presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela. Por cierto, los pronunciamientos mexicano y argentino sobre el caso Guaidó fueron saludados por Elliot Abrams, representante espacial de Estados Unidos para Venezuela, “por provenir de gobiernos de izquierda”.
La situación jurídica de Guaidó como presidente interino de Venezuela es discutible, por más que alrededor de 60 países lo reconozcan –no es el caso de México y Argentina, que mantienen relaciones con el gobierno de Maduro–. Sin embargo, aunque el apoyo popular que llegó a tener haya venido a la baja, Estados Unidos y Colombia declaran sin ambajes –diríase que de manera descarada– que lo apoyan y el lunes 20 de enero se entrevistó en Bogotá, a donde llegó burlando la prohibición que tenía de salir de Venezuela, con el presidente colmbiano Ivan Duque y con el secretario de Estado Mike Pompeo.
Más interesante que estos contactos, que podrían hacer de Guaidó un pelele de Trump –como en alguna medida, aunque quizá exagere yo, lo es Iván Duque y su mentor, el ex presidente colombiano Álvaro Uribe– son el que tendrá el miércoles 22 de enero, en Bruselas, con Joseph Borrell, el alto representante de la Unión Europea, y el que eventualmente podría tener en Madrid con la ministra española de asuntos exteriores, Arancha González Laya; y, quizá, hasta con el presidente de gobierno. Lo que no podré reseñar, porque entregaré mi colaboración antes de esas fechas.
Lo que sí puedo informar y comentar es que Borrell ha insistido ante el Consejo de ministros de Exteriores europeos que se convoque cuanto antes al Grupo Internacional de Contacto para Venezuela, promovido hace casi un año por la UE para mediar en la crisis venezolana, en el que participan Bolivia, Costa Rica, Ecuador, Francia, Italia, Alemania, Países Bajos, Panamá, Portugal, España, Suecia y el Reino Unido.

La reunión del Grupo de Contacto podría celebrarse en España, según se desprende del ofrecimiento de la ministra González Laya de Exteriores; y quizá las diplomacias argentina y mexicana, con la diplomacia española –de un gobierno de izquierda o socialdemócrata– podrían tener protagonismo en los esfuerzos para dar solución a la grave crisis del país sudamericano. Que requerirá celebrar elecciones presidenciales creíbles.
Respecto a Bolivia el actual desarrollo de los sucesos invita a una observación prudente de parte de Buenos Aires y Ciudad de México, habida cuenta, en el caso mexicano, de que su embajada tiene asilados, entre otros, a ministros del gobierno de Evo Morales, a los que el actual régimen, contraviniendo las convenciones internacionales sobre asilo, se rehusa a otorgarles el salvoconducto para que puedan viajar a México. Una situación intolerable que podría revertirse si el partido del ex presidente, el MAS, gana las elecciones el 3 de mayo.
Para estas elecciones se prepara la variopinta oposición al Evismo, en la que pululan racistas y fanáticos religiosos –principalmente evangélicos–: entre otros el impresentable Tuto Quiroga, el presidente sustituto del dictador Hugo Bánzer que injurió a López Obrador y la actual presidenta interina, Jeanine Áñez, que afirma que no se presentará a elecciones, pero que sí.
Las elecciones también han exigido de la estrategia del ex presidente Evo Morales, quien, en mi opinión, ha sabido hacer política logrando que el MAS elija como candidato a la presidencia a quien fue su ministro de Economía, Luis Arce; y a quien fue su ministro de Exteriores, David Choquehuanca, como vicepresidente
Arce –asilado en México– tiene en su activo político haber sido el autor del “milagro económico” de Bolivia, que cuadruplicó el PIB del país, aumentó las reservas, controló la inflación. redujo la pobreza extrema del 38 por ciento al 15 por ciento; y, a decir del propio Arce, el gobierno de Evo Morales llevó a la clase media a 12 millones que vivían en la pobreza.
Ambos, uno salido de la clase media educada y blanca y el otro, indígena aimara, deberían atraer, tanto a los votantes no indígenas, de las clases superiores como a los indígenas. Aunque se han escuchado ya voces, en el propio MAS, que cuestionan la designación de los candidatos, por Evo “y una minoría” reunida en Buenos Aires con el ex mandatario. Al margen de ello, los candidatos se enfrentan ya al juegos sucio y la persecución judicial que ha echado a andar el gobierno de Áñez.

¿Y la derecha latinoamericana?
Tampoco hay mucho que festejar en este lado del escenario latinoamericano: Por ejemplo, los tres países de América Central –el Triángulo del Norte– prioritarios para la política exterior –y es válido decir que para la política doméstica– de México tienen gobiernos poco dignos de elogio: los presidentes Alejandro Giammattei, de Guatemala, el salvadoreño Nayib Bukele y Juan Orlando Orlando Hernández, de Honduras, no destacan como estadistas y sí, en cambio, alguno carga con cargos de fraude y corrupción, otro muestra su vocación autoritaria y el tercero es un superficial, que intenta gobernar a través de tuiters.
Sudamérica es el escenario de serias turbulencias en los países gobernados por la derecha. Dos ejemplos elocuentes de ello son, en primer lugar Chile, que desde mediados de octubre es víctima de la violencia ciudadana como reacción a la injusticia y desigualdad, al tiempo en el que la sociedad manifiesta su rechazo a los políticos –la conducción del país por el presidente Sebastián Piñera solo es aprobada ¡por el 6 por ciento de la población!–. Estas graves turbulencias han provocado una reducción del crecimiento económico: del 2 por ciento, 2.5 por ciento al 1 por ciento.
El otro ejemplo es Colombia donde las protestas que iniciaron a mediados de noviembre, también producidas como reacción a la injusticia social y a la mala conducción del país por parte de los políticos, continúan y están colapsando actualmente el transporte público en Bogotá y se anuncian en otras ciudades. El presidente Iván Duque también sufre de un serio descenso de popularidad: apenas alcanza el 15 por ciento. Aparte de que el no haber aplicado plenamente el acuerdo de paz con las FARC – de lo que es responsable principal el expresidente Álvaro Uribe– ha significado que algunos exguerrilleros vuelvan a tomar las armas, e incluso han atentado contra la vida de Rodrigo Londoño, Timochenko, jefe del partido FARC.
Colofón: futuro inmediato de la izquierda
Los dos únicos gobiernos de peso en la región, que pueden ostentarse, con todos sus asegunes, de izquierda tendrían agendas y prioridades internacionales distintas:
Argentina, tendrá que lidiar con el presidente brasileño Jair Bolsonaro, un enérgúmeno –persona poseída por el demonio– como Trump, que es rabiosamente anti izquierdista, pero es insosolayable para los argentinos, habida cuenta de la profunda interdependencia, económica para empezar, de ambos países. Un imperativo, el de dialogar con el impresentable Bolsonaro que aumentará las críticas que ya asestan a Fernández los kirchneristas -peronistas “de izquierda”- por sus esfuerzos de negociador político y los que hace para detener la inflación y negociar con los acreedores.
Respecto a México, el tema prioritario –al que me he referido en diversos comentarios– de política y cooperación internacional para el desarrollo del sur y de los países del llamado Triángulo del Norte: Guatemala, El Salvador y Honduras. Un proyecto de muy altos y difíciles vuelos, que exige presionar, por financiamiento, al vecino del Norte y exigir a los vecinos, dos corruptos y otro superficial, el echar a andar la política y reformas necesarias para que el plan sea viable.
No omito subrayar que, ante el hecho de las avalanchas de migrantes centroamericanos –sin contar los de otras latitudes– que recibe y seguirá recibiendo México, el mencionado plan de desarrollo es de altísima prioridad.
México también enfrenta el reto de levantar –resucitar, se precisa– a la CELAC, una valiosa y válida instancia política latinoamericana que la torpeza, la desidia y envidias y complejos de nuestros países la tiene congelada.


