“El teatro es un crisol de civilización”
Victor Hugo
Durante los preparativos del performance que organizamos este 8 de febrero para entregar la obra de la Avenida Chapultepec, muchos de mis recuerdos de niñez y juventud irrumpieron en la coordinación de los diversos proyectos del programa que, como titular de la Secretaría de Cultura, han sido para mí una deleitable obligación en aras de garantizar el derecho a la memoria de esta extraordinaria ciudad, rica en historias y leyendas.
Dentro de los usos sociales de esta avenida, antaño pletórica de jardines frontales en las casas de la Roma y de un eclecticismo decimonónico confrontado con un funcionalismo anodino en la Juárez, mi caprichosa memoria debió reconocer la impronta que el Teatro Universitario Arcos-Caracol, ubicado en el 409 de esa arteria, tuvo en mi formación cultural.
Inaugurado el 1 de abril de 1958 con la obra Trébol de Muerte o Las Viejas Damas, de Rodney Acklan, traducida por Eleazar Canale y actuada por Prudencia Grifell, María Douglas y María Teresa Rivas, este espacio transformó la vida social de la Juárez y la Roma, transformándose en un referente de arriesgadas apuestas dramatúrgicas, amparadas por la autonomía de nuestra máxima casa de estudios, la UNAM.
El director, Juan José Gurrola, dio luces sobre el nombre del teatro: bautizado así en memoria del Caracol de José de Jesús Aceves (el introductor de los teatros de bolsillo en México) y a causa de los arcos de la avenida Chapultepec que estaban casi enfrente del nuevo local, según refirió a un periodista del suplemento La Cultura en México, de esta casa editorial, que lo entrevistó el 10 de julio de 1963 ante el cierre del Teatro El Caballito.
Memorables puestas en escena hicieron de este pequeño local de menos, de 250 butacas, un atractivo centro de difusión cultural que, de una forma u otra, era vivido por quienes habitamos una colonia inserta en los vertiginosos, y a veces violentos, cambios que vivió la ciudad.
Como es de suponerse, el teatro, al igual que las instalaciones educativas del Auditorio, fueron tomados por la autoridad militar y policial durante el movimiento estudiantil de 1968. Tras el desenlace del 2 de octubre en Tlatelolco, la vida cultural de este espacio se vio afectada por una suerte de autocensura que se fue abandonado conforme la exigencia pública se manifestó a favor de libertades y derechos plenos.
En ese contexto libertario, el Arcos-Caracol recupera su lugar de avanzada al presentar el 24 de abril de 1980 …y sin embargo se mueven, de José Antonio Alcaraz, espectáculo pionero de la libertad homosexual que sirve para posicionar al actor Tito Vasconcelos como uno de los exponentes más relevantes del movimiento gay en México.
Aquella memoriosa recuperación de ese emblemático espacio demolido en los estertores del siglo XX nos motivó a encontrar, en el predio que ocupó, el muro y las puertas originales de dicho teatro, por ello actualmente se expone ahí una intervención fotográfica que revitaliza ese espacio y que lo entiende como el crisol de la civilización al que se refiere el escritor francés, Victor Hugo, para definir al Teatro.