El largo país sudamericano está convulsionado. Cuando aparezca este reportaje habrán transcurrido 130 días desde el terrible 18 de octubre de 2019, cuando un grupo de jóvenes adoctrinados destruyeron más de 80 estaciones del Metro de Santiago de Chile creando una espiral de violencia en todo el país que continúa viva desde ese momento. Mientras los medios informaban de un estallido social que ponía en evidencia que la sociedad estaba cansada del modelo económico que originaba desigualdad, al mismo tiempo se quiso ocultar los saqueos, los destrozos de propiedad pública y privada amén del incendio de templos, debidos al “anti- capitalismo” de los manifestantes.

Como suele suceder con los violentos fenómenos sociales, se sabe cuando empiezan, se desconoce cuando terminarán. Nueve días más tarde, el 27 de octubre del año pasado, tuvo lugar una marcha masiva que muchos políticos interpretaron como el deseo de los chilenos para efectuar profundos cambios al sistema. El propio presidente Sebastián Piñera dio el visto bueno a un cambio de la Constitución redactada en plena dictadura, en 1980, en un intento por salvar su gobierno y, consecuentemente, casi todos los partidos de izquierda y de derecha, se pusieron de acuerdo para realizar un plebiscito el próximo domingo 26 de abril, día en que los ciudadanos deberán resolver si aprueban o rechazan el cambio constitucional, así como la convención que se encargará de llevar a cabo dicho cambio (convención mixta o constituyente, equivalente a una asamblea).

 

Estos fueron los orígenes. Más tarde, el sábado 22 de febrero, aproximadamente dos mil personas lograron la manifestación más multitudinaria, hasta el momento, para exponer el rechazo de una nueva Constitución en el plebiscito de abril próximo que decidirá, si se reemplaza o no, la Carta Magna heredada del dictado Augusto Pinochet (1973-1990) en  Chile. La protesta tuvo lugar en la zona residencial del Golf, en el sector alto de Santiago. De los participantes, muchos portaban pancartas en las que pedían rechazar una nueva Constitución en el plebiscito del 26 de abril próximo. La mayoría de los presentes eran adultos y ancianos que agitaban banderas chilenas, que además se mostraban contrarios a la presencia de la prensa, a la que agredieron en varias ocasiones. En esencia, el reclamo por sustituir la Constitución pinochetista es una de las principales demandas de las manifestaciones iniciadas el 18 de octubre. Lo que comenzó como un reclamo contra el alza de los precios del Metro, se ha extendido a una amplia serie de peticiones para revertir las profundas desigualdades causadas por el modelo económico chileno.

Sucede que las medidas tomadas por el gobierno del centro derechista Sebastián Piñera: alzas moderadas del ingreso mínimo, las pensiones, reforma del sistema impositivo para gravar a los más privilegiados y subsidio al transporte para personas de la tercera edad, no han logrado calmar las protestas después de casi cinco meses de revueltas.

 

 

Pero, esto no ha sido todo. El domingo 23 de febrero, el LX Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar, que tiene lugar en Chile ininterrumpidamente desde 1960 –el evento musical latino más importante del mundo con más de 250 millones de espectadores globales–, se inició en medio de fuertes protestas y disturbios, en el contexto de las movilizaciones sociales que vive el país.

De hecho, desde que se iniciaron las revueltas callejeras en octubre se puso en duda que el popular evento tuviera lugar, así como sucedió con las cumbres del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), y la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2019 (COP-25), que tuvo que trasladarse a Madrid, España, y el Teletón –compañía solidaria por televisión–, que fueron canceladas por las revueltas chilenas, y en redes sociales abundaban los llamamiento para que Viña del Mar fuera borrado de esa lista de eventos internacionales.

Pese a todo, el festival no se suspendió. Más de 15 mil personas se reunieron en la Quinta Vergara de Viña, con 57 puntos de índice de audiencia, una cifra altísima para la TV chilena. Pero, la inauguración se manchó con graves hechos de violencia: por lo menos ocho automóviles fueron incendiados y 18 locales comerciales e instituciones fueron saqueados o dañados, según datos de la policía. En el famoso hotel O`Higgins, donde solían hospedarse los principales artistas del festival, un grupo de encapuchados destruyó totalmente los vidrios del lobby. El hotel hospeda a 385 personas, la mayoría periodistas, productores y miembros de bandas musicales. Los disturbios obligaron a retrasar 15 minutos el inicio del evento.

Los primeros enfrentamientos comenzaron poco después de las 17 horas. Alrededor de 300 manifestantes rodearon la Quinta Vergara. Los Carabineros intentaron dispersarlos utilizando carros con agua a presión y gas lacrimógeno en los alrededores de la Plaza Sucre. En tanto, los violentos destruyeron una agencia de venta de automóviles en el centro de Viña del Mar, y lanzaron un vehículo desde el segundo piso del local. Tomaron parte en los actos habitantes de los “campamentos”, las viviendas informales de los cerros de la periferia, que exigían mejoras en sus barrios. La informal Villa Manuel Bustos, la más grande de Chile, tiene una extensión de 57 hectáreas y residen en ellas más de mil familias.

El Festival 60 de Viña del Mar, ha sido comparado con el de 1988, cuando el evento coincidió con la previa del plebiscito que puso fin a la dictadura de Augusto Pinochet y las elecciones posteriores. En esta ocasión y con el posible plebiscito del 26 de abril próximo, los electores chilenos decidirán si están a favor de una reforma que ponga fin a la Constitución pinochetista.

En ningún momento se pudo ignorar la crisis política que vive el país. Los animadores del certamen fueron claros. Por ejemplo Martín Cárcamo afirmó: “En momentos trascendentales como el que vive nuestro país, el festival queremos que sea el puente que una a los chilenos”. Lo propio hizo el cantante puertorriqueño Ricky Martin, que abrió el festival, y que hizo un llamamiento a los chilenos a que se expresen, “con paz, pero nunca callados, exijan lo que ustedes se merecen”. A  “exigir lo básico, los derechos humanos”. Algo semejante hizo el humorista e imitador Stefan Kramer, cuyas rutina estuvo marcada por duras críticas al gobierno de Sebastián Piñera: “Chile se cansó, basta de tanta injusticia. Empaticemos con la gente que sufre las desigualdades, salgamos de la burbuja”, dijo, y se puso de ejemplo como alguien convencido de tomar una cacerola y salir a la calle a protestar.

Durante el acto de inauguración se escucharon gritos contra el presidente Sebastián Piñera, quien el lunes 24 regresó a sus funciones gubernamentales después de tres semanas de vacaciones. De antemano, el mandatario sabe que el mes de marzo será de protestas. En su cuenta de Twitter –¡ay! Trump, que mal le hiciste a la humanidad con el abuso del Twitter–, Piñera escribió: “Marzo: ¿Mes de acuerdos o de Violencia? Muchos anticipan un Marzo violento. El Gobierno se ha preparado para resguardar Orden Público  e impulsar un Marzo de Acuerdos, para aumentar las Pensiones, crear el Ingreso Mínimo Garantizado y Mejorar la Salud. Acuerdos y no Violencia es el camino”. “¡Cuídate de los Idus de marzo!”,  escribió William Shakespeare.

La web PanamPost publicó un análisis sobre el problema que sufre Chile, del cual citamos algunos párrafos ilustrativos: “Aristóteles escribía que una revolución política consistía en cambiar completamente  la Constitución. Lo que ha pasado en Chile en tres meses calza con esa descripción, es una revolución de corte político e incluso se habla de golpe de Estado blando para describir las protestas (generar malestar en la sociedad, protestas violentas que desestabilizan un gobierno y la posterior renuncia del jefe de estado).

“El estallido social descrito por los medios, en cambio, nunca ocurrió” la población nunca salió en masa a protestar. Según la encuesta CEP (Centro de Estudios Públicos), 70% de los chilenos no asistió a las marchas. Los que salieron a protestar fueron los operarios políticos de los partidos de extrema izquierda que crearon el caos social en primer lugar. Ellos crearon la Revolución de corte socialista que pretende cambiar el sistema “neoliberal” a un sistemas parecido al que tiene Venezuela o Cuba”.

En fin, lo que está viviendo Chile es una agonía. Los que creyeron que los saqueos iban a traer un cambio positivo, terminarlo perdiendo su empleo, sólo en Santiago se han perdido muchos miles de empleos. No sería nada raro que el 26 de abril se firme en Chile la muerte anunciada de un país que se encarrilaba por un buen camino. Sin embargo, la élite política chilena está muy desprestigiada. La población no tiene seguridad de que los ulteriores cambios constitucionales puedan tener efectos positivos en sus vidas. Esa es la tremenda incógnita. VALE.