Deshacerse de la máquina de escribir, alguna vez símbolo de modernidad, para sustituirla por la computadora, equivale a pasar de la concepción plana de la tierra a la redonda o en forma de pera. Antes, en los treintas y los cuarentas, reinaban la taquigrafía, la sumadora Burroughs (invento del padre del novelista) y la máquina de escribir. El espacio era la oficina y los cosificados habitantes: el jefe, el contador. la secretaria (o taquimecanógrafa). Se buscaba empleo de “oficinista”.

En la prehistoria, puedo recordar el Centro de Cómputo de la UNAM, se requería un edificio para albergar la máquina. El registro, en tarjetas perforadas, lo hacían los capturistas. Ahí trabajaban, Daniel Cazés (entonces con Madalena Sancho), quien con el tiempo sería pareja de la gran feminista Marcela Lagarde, y coordinador de editorialistas de La Jornada. El Dr. Negrete usaba la computación para el diagnóstico preciso de enfermedades mentales. Mi hermana Magdalena ya ordenaba desde el Centro las cuentas de Liverpool. Eran otros tiempos, PC dejó de ser Partido Comunista, como se lee en textos de Sartre, para ser Personal Computer, la computadora personal en la que escribo estas líneas.

 

Su estructura

Lo que define a la comunicación en línea es su brevedad. Antes, en la prensa escrita lo ideal era el párrafo de ocho líneas, después de eso el lector, aseguraron los psicólogos, se ausenta real o mentalmente.

Lo ideal ahora es escribir un artículo largo, que sirva para reflexionar, pero luego despedazarlo para que atrape al lector por un tema o por otro, los españoles le llaman “despiece”, a lo mejor sería mejor decir despedazado o fragmentado. Un ejemplo, lo que escribí para esta revista Siempre en línea. En vez de una “sábana” interminable sobre García Márquez, la dividí en un textito sobre la vida del colombiano, otro sobre Cien años de soledad, una crónica (de oídas) de cuando ganó el Nobel, una notita más sobre El coronel no tiene quien le escriba y otra sobre sus escritores favoritos, etc. y etc. porque el espacio en línea es infinito.

Lo de hoy es, pues, el recuadro, unas líneas destacadas en color o con letra grande o distinta, un sumario o mejor, el “despiece” o los fragmentos, donde de preferencia se establezca el contexto.

 

Los contras

Las redes sociales se saturan de la vida privada, común y sobre todo corriente. Si Fulano se enemistó con mengana, si ya uno u otra tiene nuevo novio, si él manda una foto sólo para él o para ella y luego se cuela por error o porque se pelean. Los mensajes son tan previsibles que el iPhone los completa y mi hermana me dice iba a poner esto, pero ya el celular escribió esto otro, ¡que se vaya así” es útil para “¡Aquí estoy en la banca de afuera del centro comercial¡”. Y demás contenidos interesantes y que hasta merecen likes.

Los escritores, Wilde a la cabeza, se rebelaron contra el anonimato de las urbes. Al revés, de ahí saca su fuerza internet, se tira la piedra y se esconde la mano o, en sentido contrario,  se revela el nombre en busca de los “cinco minutos de fama” que deparan las redes.

Lo peor son los bots, (derivado de ro-bots) porque crean tendencias, pero son de paga, alguien los filtra para que pensemos que hay muchos que piensan eso o lo contrario, ya que los comerciantes de bots saben que para volverse virales hay que inventar polémicas, reales o artificiales (con más bots).

Lo bueno es que los contenidos ahí se quedan, yo les llamo “basura espacial”, flotan para siempre, se van a la “nube” Lo peor es que hay millones de opciones, luego ni siquiera el autor lo encuentra, mucho menos el lector.