Hernán Revilla Mora

 

Hoy en día la obesidad es uno de los problemas de salud pública más graves a nivel mundial: crece exponencialmente en países como Estados Unidos, Inglaterra y México. En el particular caso mexicano, el Comité de Expertos Académicos Nacionales del Etiquetado Frontal recomendó reducir el consumo de grasas saturadas, azúcares y sodio; sin embargo, a pesar de las sugerencias, el consumo de los grupos alimentarios no recomendables para la ingesta cotidiana en niños, adolescentes y adultos es alto de acuerdo con la ENSANUT 2016, última medición realizada a propósito.

Siendo conscientes de la premisa de que una recomendación no es suficiente para modificar el comportamiento de las personas, en los últimos años se han implementado estrategias que pretenden fomentar un cambio conductual a largo plazo en México, aspecto en que la ciencia psicológica tiene mucho que decir, pero estas medidas aún mantienen efectos deficientes debido a que no están enfocadas en el cambio conductual individual.

A raíz de esto, los científicos del comportamiento nos preguntamos cómo podemos aportar e intervenir para resolver esta problemática. Algunos investigadores han propuesto modificar el ambiente con el objetivo de probabilizar respuestas distintas en los individuos, en específico, en la toma de decisiones referentes al consumo de productos alimentarios. Pero, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de modificación del ambiente? A la organización y estructuración del contexto en donde las personas toman decisiones con el objetivo de aumentar la calidad de vida de los individuos, estableciendo así la ocasión y las condiciones que les orienten a  comportarse de una manera específica.

Atendiendo a las propuestas de modificar el ambiente, en México se implementaron las Guías Diarias de Alimentación. Estas guías resultaron en principio  confusas para la población en general,  ya que presentan información ambigua e inespecífica en términos prácticos.  En algunos productos, por ejemplo, no existe una distinción entre los valores máximos y mínimos que un individuo debe consumir; se incluyen nutrientes en una cantidad determinada de productos y  en se les excluye en otra; por último, también utiliza tamaños de porción arbitrarios. Con respaldo en estos elementos, puede concluirse que este tipo de etiquetado resulta poco efectivo en cuestión de brindar información sobre las cualidades de un alimento y el efecto de su consumo cotidiano en la salud de las personas.

Es así, que para lograr que los individuos identifiquen alimentos saludables para su consumo diario, la información nutrimental y la forma o diseño en la que se presente resultan sumamente relevantes. Los diseños expuestos deben mostrar la información de manera sencilla y,  esencialmente, considerar enlistar de forma constante los mismos nutrientes con el fin de tener un punto de comparación entre los alimentos (por ejemplo, siempre referirse a los niveles de azúcar, sodio y grasas sin importar el tipo de producto), y proyectar la información de tal manera que cualquier persona sea capaz de interpretarla, sin importar sus conocimientos previos sobre salud y nutrición.

Estas modificaciones solo serán útiles cuando se adquieran productos empaquetados, aunque ¿qué sucede con la comida que consumimos fuera de casa y qué propuestas se pueden hacer para comer saludable? Muchos de nosotros hemos visto el menú de un restaurante o comido en un puesto de la calle y no sabemos realmente el contenido nutricional que poseen los alimentos. Una sencilla modificación que probabilizaría un cambio en la elección de los comensales es incorporar el total de calorías de los platillos ofrecidos. Bastaría con un pequeño señalamiento de alto contenido en sodio, azúcar, grasas; ó una especie de semáforo indicando la cantidad de nutrientes que contiene el alimento. Igualmente, acompañar cualquier modificación con regulaciones sanitarias conformaría un escenario ideal al respecto, en especial en lo referente a alimentos dirigidos a poblaciones infantiles.

Aunque estas propuestas puedan parecer un poco complejas e incluso utópicas , pensemos en las actuales regulaciones que se han llevado a cabo con las bolsas de plástico en la Ciudad de México. Se trata un tema que se abordó desde inicios de la década, pero no fue hasta inicios de este año en que comenzaron a prohibirse en aras de construir una consciencia ecológica que pueda ayudar a revertir el deterioro ambiental.  Aspirar a una mejor calidad de vida para nosotros y las próximas generaciones va de la mano, además, del cuidado a la salud individual, que termina derivando paulatinamente en una mejora colectiva. El focalizar nuestra atención en los etiquetados y su relación con la conducta podría representar un paso significativo para lograrlo.