“La paz es el blanco a donde enderezan su intento y el bien
a que aspiran todas las cosas”.
Fray Luis de León
Las convulsiones sociales expresadas en la Ciudad no pueden ser desarticuladas con fines meramente efectista, sino ser analizadas en su integralidad a fin de encontrar soluciones comunitarias que nos permitan superar este aciago momento de la historia mundial.
Ante las justas, y al mismo tiempo cada vez más violentas formas de expresar el rechazo a desigualdades sistémicas, la segregación, sea sexual, social, étnica, religiosa, etcétera, está dando muestras palpables del agotamiento del esquema globalizador planteado a mediados del pasado siglo como la panacea para una humanidad ávida de paz y certezas, tras la abyección demostrada por las guerras de poder.
Hoy en día, el campo de batalla ha recuperado al mercantilismo como su fuente de origen: ya no se trata de conquistar estado y naciones, sino mercados de consumidores que nutran con voracidad infinita las fortunas bancarias de los nuevos dueños del mundo.
Gracias a las acuciosas reflexiones, desarrollo intelectual y conclusiones del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, este proceso fue desnudado a lo largo de sus últimos años a fin de alertarnos sobre la sustitución de la certeza de los estados-nación por esa amorfa globalización fincada en la destrucción de valores esenciales a la milenaria poli, o a los principios genéticos de la república.
Para Bauman, el planeta avanza a “pasos acelerado a la ‘religionización’ de la política, de las reivindicaciones sociales y de las batallas por la identidad y el reconocimiento (el cual) parece haberse convertido en una tendencia social”, que al final está segregando e individualizando a la sociedad, gestando así un conjunto de individuos unidos por la violencia como única forma de expresión comunitaria.
El sociólogo alertó sobre el sórdido proceso de “discapacitación social”, expresado por la negligencia colectiva al aprendizaje de la destreza para discutir y negociar con otros formas de salida a los conflictos colectivos.
De igual forma, él llegó a la conclusión de que el consumismo apuntala la percepción del individualismo exacerbado, lo que destruye la premisa de que la cooperación comunitaria es la salida a los problemas comunes.
Por último, denuncia que los gobiernos “buscan en vano remedios locales para privaciones y miserias fabricadas a escala global”.
No obstante las apocalípticas conclusiones de este intelectual, su convicción en la humanidad sustenta su certidumbre de que “la función del Estado social es preservar la solidaridad humana e impedir que desaparezcan los sentimientos de responsabilidad ética” entre la comunidad, y en ello los derechos culturales representan la última opción para impedir la desarticulación del paradigma social que milenariamente aspira al bien en todas las cosas y entiende la paz como el objetivo que endereza su intento para lograrla tal y como lo concibió el humanista y poeta español Fray Luis de León.