Aristóteles sentenció: “No se puede ser y no ser al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto”. La frase es aplicable a lo que acaba de suceder con el Brexit y la Unión Europea (UE). Durante casi medio siglo –47 años exactamente–, el Reino Unido de la Gran Bretaña “jugó” a ser parte de Europa, mejor dicho, de la Unión Europea, siendo que más o menos la mitad de su población pensaba que el Viejo Continente no era consustancial con su insularidad. Ahora, tras la tan anunciada retirada del UK de la UE, sellando así el primer “divorcio” en la historia del bloque, se verá si realmente la isla es más que Inglaterra, Escocia, Irlanda e Irlanda del Norte. Será entonces cuando el imitador de Donald Trump, el flamante primer ministro, Boris Johnson, le cumpla a los británicos toda la serie de promesas que hizo durante el referéndum convocado el mes de junio de 2016 para que 17,4 millones de británicos decidieran apoyar el Brexit. Muchas de esas promesas eran mentiras, que infinidad de votantes creyeron.
Pese a los euroescépticos, la permanencia de la UE ha servido, entre muchas otras cosas, para evitar una guerra como la que terminó en 1945. Siete décadas y un lustro sin derramamiento de sangre como hubo en la Segunda Guerra Mundial no es poca cosa. Johnson no la tiene fácil. Imitar al mandatario estadounidense no es difícil, resolver los problemas que se avecinan después del Brexit es lo complicado. Y que lo vivamos, dicen los chinos.
El miércoles 29 de enero pasado, el pleno del Parlamento Europeo (PE), ratificó, con amplia mayoría, el acuerdo de retirada del UK de la UE. Por 621 votos a favor, 49 en contra y 13 abstenciones. Los eurodiputados allanaron el camino hacia una salida ordenada del Reino Unido, que continuará respetando las reglas europeas durante un periodo de transición hasta finales de 2020.
Fue un acto emocionado. El negociador del Parlamento para la salida, Guy Verhofstadt, lo sintetizó correctamente: “Si se pudiera frenar sería el primero en votar no, pero no es nuestra labor. Es triste decir adiós a una nación que dos veces nos dio su sangre para liberarnos”. Pero ya no había alternativa.
La Unión Europea es buena en muchos aspectos, pero la solemnidad de los actos, la capacidad de llegar y emocionar a los ciudadanos y convertir en épicos los momentos presentes no ha sido nunca una de ellas. Al menos hasta ahora. Refiere Pablo R. Suanzes, corresponsal de El Mundo en Bruselas, el mundo cotidiano de la UE en los días que corren: “Cuidar 28 sensibilidades –el número de países que conformaban el bloque hasta los últimos días de enero–, traumas, deseosos y esperanzas es un desafío titánico en el día a día y prácticamente imposible en los momentos más delicados. Salvo cuando se habla de las guerras mundiales, del mal absoluto, de las cenizas que pavimentaron la construcción de un proyecto común…”
“La jornada de ayer –continúa Suanzes–, parecía que iba a ser un buen ejemplo de ambos ejemplos, pero aportó en sus últimos instantes una chispa de esperanza y emoción. Empezó con el recuerdo de la liberación de Auschwitz y las víctimas del Holocausto. Con un discurso impecable y profundo del presidente, David Sassoli, de la mano de Giacometti, Ricoeur, Grossman, Simone Veil, el Levítico, Deleuze, Celan o Jan Karski. Con una pieza hermosísima de Mischa Maisky y su hijo al violoncelo y piano. Y con las palabras como cuchillos de la senadora italiana Liliana Segre, superviviente de Birkenau y que hoy tiene que llevar escolta por el odio que no cesa”.
En la sesión de aprobación del Brexit, el PE protagonizó un debate irrelevante, bastante frío en casi todos sus momentos. Hasta que en el último momento del día, instantes después del voto más triste que jamás haya ratificado la cámara paneuropea, la música rompió los moldes. Tras el voto del Acuerdo de Salida del Reino Unido, se dio una escena increíble: todos los presentes se abrazaron entre lágrimas. Hubiera querido estar presente. Ni en Bruselas ni en ningún otro parlamento es normal ver a más de 600 diputados darse las manos, abrazarse y cantar. Aún por televisión la escena estaba cargada de emoción. Fueron momentos únicos: todos los presentes, a más de los diputados, los periodistas y los visitantes debieron sentir la carne de gallina. Creo que en esos instantes es cuando los seres humanos se sienten iguales. La mayoría lloraba. No es normal, pero creo que el miércoles 29 de enero de 2020 en la sede del PE no fue un día normal.
La crónica de un periódico español refiere: “La letra de la canción escocesa Auld Lang Syne, himno de entierros y despedidas, paró el tiempo durante dos minutos hermanando, como nunca, a los que se van y los que se quedan, a los que nunca quisieron hacer las maletas y anoche prometieron una y otra vez que volverán. El día fue extraño y muy movido en el Parlamento. Los pasillos desbordaban gente. Diputados, asistentes, visitas, la fiesta de Nigel Farage (el líder proBrexit) y los suyos. Todo mundo quería hablar, opinar frente a cámaras y micrófonos sobre un día histórico cuyas consecuencias nadie alcanza todavía a comprender”.
Al final hubo una sobria recepción de David-María Sassoli, el político y periodista italiano presidente del PE, en la que dijo: “Queridos amigos británicos, en italiano, addio, tiene una connotación de irreversible, por eso, en nombre de todos mis colegas, solo digo arrivederci”. A las once de la noche del día siguiente, jueves 30 de enero, las banderas británicas llamadas Union Jack, se arriaron de todos los edificios oficiales de la UE. En ese momento, todo se había consumado.
¿Y ahora, qué sucederá? El UK llevó a cabo el Brexit y dio un salto a lo desconocido. ¿Cómo será esta etapa? El investigador de la Universidad de Nottingham, Inglaterra, Christopher Stafford explica: “La respuesta honesta es que nadie lo sabe realmente. No había un plan en marcha antes del referéndum de 2016 sobre cómo debería ser el Reino Unido después del Brexit y se ha progresado muy poco desde entonces. El Gobierno asegura que quiere un acuerdo comercial con la UE que se parezca al que tiene Bruselas con Canadá. Aún así, no hay una agenda real de como lograrlo”.
A la pregunta de si Londres pedirá extender el periodo de transición, Stafford analiza: “Será muy difícil para el Reino Unido negociar todos los aspectos del acuerdo comercial que se necesitan con la UE o con cualquier otra nación. Por lo que el UK podría tener que pedir una extensión. Aún así, es muy poco probable que Londres lo haga. La carrera de Boris Johnson se basa en su promesa de “llevar a cabo el Brexit”, (sea como sea). Pedir una extensión le daría muy mala imagen, sin duda, y con el tiempo ha probado una y otra vez que su carrera es más importante para él que cualquier otra cosa. Por lo tanto, incluso si Reino Unido necesita una extensión, él no la solicitará”.
Por último, ¿podría regresar el UK a la UE en un futuro?. A lo que Christopher Stafford dijo: “La Unión Europea ha dejado claro que el Reino Unido puede volver en el futuro si quiere. Con todo, parece muy poco probable que así lo demande. El orgullo será uno de los grandes motivos para ello. Pese a todo, volver a entrar también significaría que el UK tendría que firmar ciertas políticas europeas (como el euro) que a muchos votantes, incluso aquellos que querían permanecer en la UE, no les gusta”. Además, si a mediano o largo plazo Londres buscara el retorno a la UE, en Bruselas no encontraría ninguna facilidad para lograrlo. Tendría que hacer el recorrido completo como cualquier otro aspirante. Lo más seguro es que a los británicos no les gustara ese trato.
De ahora al fin de año, todavía pueden suceder muchos incidentes entre la UE y el UK. La historia del Brexit no terminará rápido. Incluso podría costarle la unidad al Reino Unido. No solo se trata de imponer una frontera en Irlanda y el regreso de la violencia y sangre que tanto dolor causó a la región. Nicola Surgeon, la primera ministra de Escocia, ha sido clara: “El camino para que Escocia regrese a Europa es convertirnos en un país independiente”. Boris Johnson rechazó, semanas antes, el pedido de Edimburgo para someter a votación la independencia. Y, para que las cosas queden claras, los legisladores escoceses votaron mantener la bandera de la UE ondeando frente al edificio del Parlamento después del Brexit. El hielo en el Reino Unido está muy delgado.
Envalentonado, pues todo lo salió a su gusto, Boris Johnson descartó, en su primera semana de “independencia”, la condición europea de suscribir un tratado comercial sólo si Londres accede a respetar sus regulaciones. A su vez, el bloque comunitario tampoco está dispuesto a ceder. O, lo que es lo mismo, Boris no aceptarla ningún acuerdo que implique quedar “encadenado a las feroces normas europeas”. De tal suerte, el Reino Unido corre el riesgo de quedar aislado de Europa en términos comerciales, algo similar a los tiempos en que se barajaba la posibilidad de un divorcio violento entre las partes. Los sueños de Johnson van por otros caminos. Esta historia apenas comienza. VALE.