La educación y la instrucción son procedimientos fundamentales para la formación de la personalidad. La herencia genética es, biológicamente, vital en la formación de la conducta social y el llamado proceso de enseñanza-aprendizaje tiene carácter de adaptación de la conducta al contexto social. La herencia genética no constituye la esencia de la personalidad humana. La personalidad humana se caracteriza por la capacidad del ser de realizar una actividad social útil y tal capacidad sólo puede formarse por vía puramente social. El proceso de la formación de las capacidades sociales constituye el contenido fundamental de la educación y de la instrucción.

En el proceso de la educación se forman las cualidades internas de la personalidad, se cultiva el espíritu, se forma una actitud determinada hacia la realidad, hacia los seres humanos. Por ejemplo, el proceso para saber apreciar, técnica y estéticamente, apreciación una película otra de arte. En el proceso de la instrucción obtenemos conocimientos que contienen procedimientos para solucionar tareas Por ejemplo, tener en mantenimiento y saber, técnicamente, usar una cámara de cine.
Mediante la educación y la instrucción se sientan las bases de una personalidad futura que sea capaz de transformar y crear algo útil en beneficio de la sociedad. En la medida en que contribuyamos a la formación de la personalidad y la vida útil de un individuo y de todos, así enriqueceremos la cultura nacional.
El aparatito inventado por los Hermanos Lumère nació como curiosidad científica, convirtiéndose, a través de los años, en el sueño dorado de la frivolidad y de los negocios. En México, a partir de 1896, el cine tomo dos senderos diferentes. El de la ficción, con toda su influencia teatral y el del documental, con todo su primitivo realismo. Desde entonces tuvo gran influencia en el desarrollo de la cultura nacional. Desde entonces, como parte de la cultura nacional la cultura cinematográfica se ha preocupado por difundir aquella, reflejarla con todas sus contradicciones, sin caer, salvo en casos que las ocultan, en embellecimientos preciosistas falsos. La cultura nacional es consecuencia de la educación y de la instrucción.
Hay dos niveles de cine en México. Dentro del primer nivel cabe el cine educativo, aquel que refleja los valores de la cultura nacional, el cual afianza la personalidad de los individuos del País, como punto de partida para mantener vigentes las raíces de nuestra identidad: El remoto pasado y su parto cósmico en la conquista, el mestizaje, los criollos y los indígenas, la Independencia, la Reforma y la Revolución, contando las vías al futuro. Dentro del segundo nivel cabe el cine científico, un tanto desplazado por la televisión y las nuevas tecnologías audiovisuales (Internet). Actualmente, el cine digital de instrucción es el que se usa en el aula, el didáctico, el pedagógico.

Siempre he imaginado a la educación como una blanca paloma que, indefensa, vuela libremente bajo el cielo, dispuesta a construir un mejor nido para sus agraciados. Lo cierto es que la educación tiene en el cine un instrumento para construir la cultura nacional. Se ha discutido mucho el tema, pero no es repetitivo recordar que implica una lucha liberadora en contra del cine enajenante y retardatario.
En el terreno de la expresión, el cine es quizá, de todos los medios de comunicación masiva, el que más se acerca a las esferas del arte. Las redes sociales, la televisión, La radio, la prensa escrita, lo reconocen como el séptimo arte. El problema es el bajo presupuesto asignado a la producción y difusión de la cultura cinematográfica, impidiendo elaborar programas, sistemáticamente, organizados para promover, informar y difundir la cultura cinematográfica, educativa e instructiva.
Cuando se habla de las relaciones entre el cine y la educación se piensa en el cine como medio de expresión. El cine ha de cumplir la misión de formar conciencias sociales politizadas, con calidad técnica y artística, en cuanto a forma expresiva. No puede haber calidad técnica ni artística si la imagen revolucionaria no se provee de signos lingüísticos que hagan vibrar las fibras más íntimas del alma. Signos lingüísticos propios del poeta que refleje la realidad objetiva, con todas sus intensas fuerzas creadoras, incluido su enfoque transformador: El cine como ciencia y arte, divulgación científica y artística. Rastreo arqueológico para difundir las obras más bellas del cine nacional y mundial. Exhibir lo no visto o lo que es difícil de ver en salas comerciales.
Educar e instruir para superar el concepto de ir al cine para evadirse de la realidad. Cuando el cine neorrealista italiano dominaba el mundo y el grito de guerra era: CINECLUBES PARA MAYORÍAS, se trataba de ponernos en contacto con lo mejor de la cinematografía mundial. Ahora sólo quedan para ello la Cineteca Nacional, la Filmoteca de la UNAM, los Cineclubes Politécnicos y Universitarios. ¿Qué sé cuáles más?

¿Alguien de ustedes ha visto películas de Ingmar Bergman, Samuel Fuller, Stanley Kubrick, Carl T. Dreyer, Kenji Mizoguchi, Emilio Fernández, Robert Flaherty, Dzga Vertov, Joris Ivens, Fernando de Fuentes, Seguéi M. Eisenstein, Aleksandr Dovjenko…?
Los Cineclubes, en el Politécnico y en la Universidad, han contribuido a difundir la cultura nacional. Su labor ha sido siempre educativa. Se han programado ciclos de películas con claro contenido educativo, con presentaciones, previas exhibición y, de ser posible, fomentando la crítica de participación y el cine debate. La televisión (Canal Once, TVUNAM, Canal 14, Canal 22), esa nubecilla, también ha contribuido a la educación del gusto cinematográfico. El cine tendrá validez educativa total cuando la simplificación transforme la idea en significantes símbolos, cuando la necesidad de comer excuse la prostitución del arte y haga vibrar los sentimientos humanos.
Sí, el cine como educador, a nosotros la instrucción. Había un realizador francés llamado René Clair (1898-1981), autor de la divertida película A nosotros la libertad (A nous la liberté, Francia, 1931) Fue la primera película francesa que vi en mi vida cinéfila. Calificada como “uno de los más bonitos “ballets” del cinema”, en el que, según la crítica de la época, el realizador “se mueve en un mundo imaginario, a medio camino entre el sueño y la realidad”. En la que “el tema de la amistad […] guarda una dimensión humana”, haciéndonos recordar el tema y al vagabundo de la emuladora película Tiempos modernos, (Modern Times, Estados Unidos, 1935) de Charles Chaplin.


