Sigamos hablando del mismo tema de actualidad: las epidemias. Veamos que dice de ellas otro clásico:

 

Maquiavelo

En sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Maquiavelo alude a las pestes y a otras calamidades; las considera de origen divino y cíclicas:

“En cuanto a las causas que provienen del cielo, son las que extinguen la generación humana y reducen a unos pocos los habitantes de alguna parte del mundo, esto sucede por una peste, una hambruna o una inundación muy grande, y esta última causa es la más importante porque es la más universal, y además los hombres que sobreviven son rudos y montaraces, de modo que, no teniendo ellos mismos noticias de ninguna antigüedad, no la pueden transmitir a sus descendientes. …Y no creo que nadie pueda dudar que estas inundaciones, pestes y hambrunas se producen, tanto porque las historias están llenas de ellas tanto como  porque vemos este efecto suyo del olvido de las cosas, y además porque parece razonable que así sea, porque la naturaleza, como los cuerpos simples, cuando ha acumulado mucha materia superflua, se mueve por sí misma muchas veces y se purga de ella, lo que le devuelve la salud, lo mismo sucede en este cuerpo mixto de la generación humanas, que cuando todas las provincias están repletas de habitantes, de modo que ni pueden vivir ni pueden buscar otro acomodo porque todos los lugares están ocupados y llenos, cuando la astucia y la malignidad humana han llegado a su límite, es conveniente y necesario que el mundo se purgue por uno de los tres medios citados, para que los hombres, siendo pocos y golpeados por la calamidad, vivan más cómodamente y se vuelvan mejores.” (libro segundo, capítulo 5, Alianza Editorial, Madrid, 1987).

 

Las epidemias en México

Se tiene noticia de que durante la Colonia y en el siglo XIX, en México hubo muchas epidemias; algunas de ellas de graves consecuencias. Para indicar lo nocivo de ellas, se ha utilizado el termino diezmar, que significa la muerte del diez por ciento de un grupo, de una población. Muchas epidemias fueron más allá, acabaron con casi el cincuenta por ciento de los habitantes del país, una de ellas fue viruela.

En 1520 el esclavo negro Francisco Eguia, que venía en la expedición de Pánfilo de Narváez, llegó enfermo al territorio de lo que actualmente es México; estaba infectado de viruela; contagió a la población indígena, que no conocía la enfermedad ni tenía defensas contra ella. Causó gran mortandad.

En 1695 la población mexicana fue afectada por una epidemia; murió mucha gente; una de las víctimas fue sor Juana Inés de la Cruz.

Hay testimonios de muchas otras epidemias, que dispusieron de la vida de muchos.

La influenza española que surgió en las trincheras europeas, llegó a México  en 1918, ella contribuyó a la labor destructiva de los movimientos armados que hubo de 1910 a 1917 y que se engloba bajo el nombre genérico de revolución mexicana.

No fue algo inusitado, en tiempos de guerra se descuidan los servicios sanitarios y de salud, los recursos, públicos y privados, se destinan a financiar el esfuerzo bélico. Pocos se preocupan por unos muertos más

Constituyente de 1917 y la influenza española

Existen testimonios de muchas otras epidemias y, en especial de pestes en México. Cuando comencé a tener uso de razón, al observar que las uñas de los pies de mi señor padre estaban deformes, en forma de gancho y con estrías, le pregunté la razón; él me contestó que eran los estragos que había dejado en su cuerpo la influenza española.

También me refirió que en su pueblo, San Miguel Totolapan, en la Tierra Caliente del estado de Guerrero, al inicio de la epidemia, se daba cristiana sepultura a quienes caían víctimas de ella; con el tiempo, al escasear la población y los recursos, los sobrevivientes de su población se limitaban a poner fuego a las casas, junto con los cadáveres de los que habían sido sus habitantes. Agregó que al final de la epidemia, cuando subía a las partes altas que rodeaban la población, podían observarse muchas manchas negras, eran las casas que habían sido incendiadas adrede.

En esa época, dadas las circunstancias, hubo entierros masivos y tumbas colectivas; se afirmaba que, incluso, se llegó a enterrar a personas cuando aún estaban con vida.  Esa circunstancia dio pie a la “historia” que referían los viejos allá por los años cincuenta del siglo pasado. Se decía que los moribundos, hallándose en el sitio en donde iban a ser sepultados, en su agonía pedían algo de comer; se afirmaban que pedían atole, o atulito: “tulito, tulito” decían. Los sepultureros, que apenas sabían hablar español, acostumbrados a enterrar vivos, al oír sus peticiones, se limitaban a decirles:  “Que tulito ni que tulito; cierra el boca que ahí va el tierra”. Esto es lo que me refirieron los viejos.

 

El Constituyente de 1917

La asamblea Constituyente que se reunió en Querétaro para discutir el proyecto que presentó el Primer Jefe Venustiano Carranza y que derivó en lo que se conoce como constitución de 1917, fue persuadido de que aprobara la existencia de una autoridad ejecutiva que tuviera competencia para aislar un región, grande o pequeña, del país, a fin de impedir la propagación de una epidemia. En la 49 sesión ordinara celebrada en la noche del jueves 18 de enero de 1917, se propuso la existencia de un Departamento de Salubridad General de la República, que dependiera directamente del Presidente de la República, sin intervención de ninguna secretaría de estado, con atribuciones para emitir por sí disposiciones generales obligatorias en el país; lo que implicaba la posibilidad de disponer cuarentenas.

Por las prisas con que fue discutido y aprobada, la fracción XVI del artículo 73 del texto original de 1917, era defectuosa; una de las deficiencias fue la de que en ese texto original se tomaron como sinónimos Consejo de Salubridad General y Departamento de Salubridad. Con el tiempo se distinguió entre uno y otro. Desapareció el Departamento de Salubridad General y apareció en la terminología constitucional la Secretaría de Salud.

Quien defendió la existencia del Consejo en una intervención prolongada, pero fundada, fue el constituyente José M. Rodríguez.

En la actualidad, en la fracción XVI del artículo 73 constitucional, existe una prevención que dispone:

“2a En caso de epidemias de carácter grave o peligro de invasión de enfermedades exóticas en el país, la Secretaría de Salud tendrá obligación de dictar inmediatamente las medidas preventivas indispensables a reserva de ser después sancionadas por el Presidente de la República”.

Ante una emergencia, la Secretaría de Salud puede actuar por sí para hacer frente a una epidemia; no necesita de la anuencia del Congreso de la Unión o de la Comisión Permanente. Puede disponer el aislamiento de una zona o restringir el derecho al libre tránsito. En casos de emergencia, la Constitución Política pone la salud y la vida de los mexicanos en manos del Secretario de Salud; no limita su actuar, pero lo hace responsable de la preservación de ellas.

En las actuales circunstancias, esperemos que, llegado el caso, el Secretario de Salud esté a la altura del reto que la Carta Magna le impone y que no espere instrucciones presidenciales para actuar; que asuma las amplias atribuciones que tiene concedidas: decretar cuarentenas, contar con los servicios médicos necesarios y las medicinas y elementos indispensables. Él será el responsable directo de que, llegado el caso, una epidemia cunda y, en su caso, de la muerte de pocos o muchos mexicanos.

Para el caso de que el Secretario de Salud no esté a la altura de las circunstancias, el Presidente de la República será el responsable político de lo que pueda suceder por haber hecho un mal nombramiento, no destituirlo por incompetente o de no hacerlo en el momento oportuno.

Nunca han faltado los vivales, los que se aprovechan de una crisis grave para sacar provecho y llevar agua a su molino. Los dedicados a administrar el culto público, sin importar la religión, junto con los sepultureros, resultan ser los ganadores en cada brote epidémico, terremoto, inundación o sequía; los primeros, como interpretes de la voluntad de los Dioses, toman los fenómenos naturales como un castigo de éstos por actos de desobediencia o pecados generalizados. Disponen sacrificios, hacen purificaciones, persiguen a minorías raciales o religiosas: protestantes, judíos, gitanos, brujas, homosexuales y otros; de pasó, exigen ofrendas o limosnas extraordinarias.

A raíz de la actual epidemia en los templos se observa y oye que los sacerdotes, ministros y predicadores arremeten contra los pecadores; llaman al arrepentimiento y espantan a los feligreses con castigos mayores. Con base en la parte del evangelio que dice que habrá pestes, guerras y rumores de guerras, anuncian el inminente fin del mundo o el fin de la humanidad. No hay tal.

Debemos serenarnos, seguir las medidas que las autoridades sanitarias dicten y adoptar las precauciones que la prudencia aconseja. Con eso habremos hecho mucho y lo que nos corresponde.

Tenía razón Charles Darwin: sobrevivirán los fuertes, los más aptos. Descendemos de quienes se sobrepusieron a las epidemias, guerras y se pusieron a salvo de las inundaciones. Para Maquiavelo, como se dijo antes, sobreviven, preferentemente, los rudos y montaraces, los que no tienen mayor cultura ni noción de los valores.

Ambos supuestos pudieran ser ciertos.