Al senador Martí Batres se le debe haber secado el cerebro cuando dijo que el feminicidio es producto del neoliberalismo. Lo mismo dijo el Presidente: el modelo neoliberal es el culpable de la muerte de Fátima.
Los fantasmas ideológicos no asesinan niñas de 7 años, tampoco abusan sexualmente de las mujeres o las desollan.
Decir que el libre mercado es el culpable de los feminicidios es una patraña y un intento cobarde de evadir la responsabilidad que tiene el gobierno en el brutal incremento de la violencia e inseguridad. Si la 4T no cuenta con una estrategia de seguridad contra el crimen organizado, menos lo tiene para combatir y castigar el asesinato de mujeres.
Las pruebas están ahí. El día en que se manifestó un grupo de feministas en el Zócalo para exigir al Presidente que dejara de hablar de rifas y del avión presidencial, que dejara de burlarse de los mexicanos y atendiera cosas más importantes, el Ejecutivo se sacó de la manga un decálogo en contra de los feminicidios.
Ese decálogo es un panfleto de frases trilladas y demagógicas que nada resuelven. No hay una sola señal de que, el gobierno federal y el de la Ciudad de México, cuentan con un conjunto de políticas públicas para erradicar el odio contra la mujer.
Si creen que la “propaganda mañanera” les va a servir para ocultar los cuerpos sin vida se equivocan. Las “muertas de la Cuarta Transformación” se pueden levantar en cualquier momento de sus tumbas para exigir justicia.
El incremento del feminicidio es reflejo de la ineptitud de un régimen que agoniza. La república se está convirtiendo en una república asesinada. El odio contra la mujer es el odio con el que se gobierna, con el que se decide, con el que se acusa.