Entrevista a Ethel Herrera Moreno, investigadora del INAH

 

Oculto tras un jardín cercado de avenidas caóticas y haciendo mancuerna con su maltrecho templo, el Panteón de San Fernando parece ser un sitio congelado en el tiempo.  Desde los sismos que sacudieron el centro del país en 2017, el recinto que a partir 2006 había funcionado como museo de sitio bajo la administración del gobierno de la Ciudad de México, permanece cerrado al público, solitario, silencioso. Ahora solo puede admirarse desde asomando la cabeza entre sus enrejados  o paseando a sus márgenes, adentrándose a la otrora majestuosa calle  Héroes, donde residían personajes ilustres del Porfiriato como Antonio Rivas Mercado y Joaquín Casasús.

Sin embargo, y aunque  aquejado por la inseguridad, la indigencia y la indiferencia, el Panteón de San Fernando es un baluarte histórico y artístico de los más importantes en la cultura mexicana: no solo se trata de uno de los cementerios más antiguos de la capital, sino que además conserva hermosos monumentos fúnebres que sirven, o sirvieron, de última morada a algunos de los personajes más connotados del pasado nacional.  No es casual, pues, que la doctora Ethel Herrera, una de las mayores especialistas en el tema de los camposantos históricos en México, haya dedicado varios años a investigar, catalogar e interpretar este lugar. Constancia de ello, y de todos sus esfuerzos, recientemente se ha publicado Historia, catálogo actual y desarrollo urbano-arquitectónico del Panteón de San Fernando, un extraordinario trabajo en que tanto académicos como público en general podrán con los tesoros que resguarda la necrópolis. Siempre! conversó con la especialista sobre algunos de ellos.

 

 

“La historia del Panteón de San Fernando está ligada invariablemente a la del conjunto religioso que lleva el mismo nombre. Es en el siglo XVIII cuando un grupo de franciscanos tuvo la iniciativa de fundar, en primera instancia, un hospital; hacia 1733, el rey Felipe V les concedió  por Real Cédula  el establecer en el mismo sitio un colegio, un convento, y es dos años después cuando comienza a construirse el templo.  A la usanza de la época, el complejo contaba con un cementerio en el atrio del templo, pero es en 1832 cuando se decidió construir un nuevo espacio de reposo al costado de la iglesia que estaba destinado a frailes y benefactores, aunque también a gente de renombre social. Debemos recordar que esos años, San Femando se ubicaba fuera de los límites que definían la Ciudad de México”.

La doctora en Arquitectura por la UNAM señala que en el año de 1835 una epidemia de cólera causo tal nivel de mortandad en la capital mexicana que el Panteón de San Fernando fue declarado como público, dando paso probablemente a su expansión y, a la vez, a la clausura del cementerio atrial. Poco menos de una década después, San Fernando, junto con el santuario de Nuestra Señora de los Ángeles, era el único sitio religioso que permitía las inhumaciones, pues el entonces presidente, Antonio López de Santa Anna había decretado la prohibición de los entierros en templos y conventos. Tras el azote de otra epidemia, San Fernando pasó a ser cementerio general de la Ciudad de México y es en 1859 cuando, dentro del contexto de la Reforma, la Iglesia Católica fue despojada del poder económico que poseía sobre los camposantos, pasando estos al control gubernamental, al poder civil. Vale decir que para entonces, San Fernando gozaba ya de muy buen prestigio entre las últimas moradas de la ciudad.

 

 

“Cuando se establecieron oficialmente los aranceles de cada cementerio, el de San Fernando se colocó como el más caro de la urbe. Una inhumación en un nicho particular costaba 50 pesos y en uno común, 40. Superaba, entonces, a los panteones de San Diego, Los Ángeles, San Pablo y, por supuesto, Santa Paula, cuyos costos en comparación eran de 15 pesos por un nicho y de 2.50 por un entierro en pavimento. Durante ese tiempo, la elegancia de San Fernando lo había convertido en el cementerio de moda y su exclusividad  se hizo patente cuando, gracias a sus ilustres ocupantes, el Ayuntamiento de la Ciudad de México lo nombró Panteón de Hombres Ilustres en 1860. El estatus del cementerio de San Fernando dio paso a que se volviera una referencia de la capital para cronistas y letrados como Ignacio Manuel Altamirano, que en 1869, realizando una crítica de los camposantos y los epitafios, dijo de San Fernando que era ‘el cementerio elegante, el cementerio de moda, el cementerio que adonde todo mundo quiere sepultar a sus deudos, como si fuera ser menos enterrarse en otra parte’, Y proseguía: ‘Y por tal motivo se ha logrado hacer de San Fernando, que está situado en un barrio populoso de la ciudad, un pozo de infección cuyas trascendencias llegarán la vez en que sean fatales a México. En San Fernando sólo hay mayor lujo que en los otros mexicanos; pero es igual el sistema de gavetas, igual la aridez, igual el mal gusto, el mismo aspecto lúgubre y feo que el clero de México daba a todos los panteones que estaban a su cargo’”.

El tema de la salubridad no era menor, explica la especialista, al grado que en 1871 el Ministerio de Gobernación clausuró los cementerios de la capital, incluido San Fernando,  aunque en él siguieron efectuándose inhumaciones en los lotes y nichos adquiridos con anterioridad. Sin embargo, en 1872 el Panteón de San Fernando recibió al que  formalmente era su último huésped, nada menos que al presidente Benito Juárez, cuyos restos fueron primero depositados en un nicho, para después ser trasladados a un majestuoso monumento neoclásico que en 1880 se construyó a petición del Congreso; ahí yacían ya su esposa Margarita Maza y algunos de sus hijos. Pero Juárez no fue la única celebridad que decidió hacer de San Fernando su lugar de descanso eterno, aunque el adjetivo de eterno no fuera a cumplirse.

 

 

“En San Fernando están, o estuvieron, grandes personajes del siglo XIX en México, tanto liberales como conservadores.  Ahí fueron sepultados Miguel Miramón y Tomás Mejía, uno presidente y el otro general, que fueron fusilados junto con Maximiliano. También Vicente Guerrero,  Ignacio Zaragoza, Carlos María de Bustamante, Felipe Santiago Xicoténcatl, Francisco González Bocanegra, Melchor Ocampo, Francisco Zarco y muchos otros. Al paso del tiempo y junto con la construcción de otros monumentos y distintas circunstancias, algunos de estos íconos históricos fueron trasladados a diferentes sitios como el Monumento a la Independencia o la Rotonda de los Hombres, hoy Personas, Ilustres. Miguel Miramón, por ejemplo, fue trasladado a la Catedral de Puebla, pues la familia no podía concebir que su cuerpo reposara junto con el de su acérrimo enemigo, Juárez”.

Además de los flamantes nombres, San Fernando cuenta con magníficos monumentos funerarios que son  ejemplo de belleza, distinción, elegancia y simbolismo; cada uno de ellos fue estudiado, descrito y clasificado por la doctora Herrera en su estudio, determinando los estilos bajo los que fueron hechos los monumentitos, tales como el eclético renacentista, el neogótico y el neoegipcio. A ello, se une la identificación e interpretación  de diferentes elementos como los tipos de cruces, ángeles, símbolos, relieves y esculturas.  Adicionalmente, el Panteón de San Fernando también cuenta con una espléndida cantidad de epitafios que dan cuenta no solo de las costumbres funerarias de la época, sino del pensamiento mexicano al redor de la muerte y también de algunas anécdotas, como el de  Dolores Escalante, quien fuera la prometida de José María Lafragua y que murió de cólera en 1849 antes de casarse:

 

“LLEGABA YA AL ÁLTAR FELIZ ESPOSA…

ALLÍ LA HIRIÓ LA MUERTE, AQUÍ REPOSA”

Habiendo algunos también que pueden causar un extraño escalofrío como el del niño Miguel Badillo Bernardi:

MI QUERIDO HIJO

HABLAD BAJO…

NO LE DESPERTEIS…

 

También, quien recorra con atención los nichos de San Fernando se encontrará con  una curiosa lápida que tiene inscrito el nombre de la famosa bailarina Isidora Duncan, que fue colocada por un grupo de admiradores a su muerte, pero que no guarda ningún resto de la artista.

Finalmente, la también autora de El Panteón Francés de la Piedad reflexiona y hace un llamado a restaurar y cuidar el Panteón de San Fernando, pues es el único cementerio del país que posee cuatro declaratorias que respaldan su valor histórico y artístico, entre las que resalta el hecho de que forma parte de la zona considerada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO; pero,  a pesar de lo anterior, su estado de conservación deja mucho que desear.

“El Panteón de San Fernando tiene como principal problemática la falta de mantenimiento y requiere una restauración integral. Las autoridades deben tomar conciencia de lo que el recinto representa para la cultura y la identidad mexicanas y valorarlo para que las generaciones futuras puedan apreciarlo. El Panteón de San Fernando es un baluarte de todos los mexicanos y es de suma importancia  que todos lo conozcamos, lo protejamos y nos acerquemos a él: San Fernando siempre ha tenido historias que contar y es nuestra responsabilidad asuguararnos que su voz perdure”.