La Cultura en México

 

Amauta y América Latina. 1926-1930

 

 

Por Alberto Enríquez Perea

 

Dos colores movieron al mundo, lo agitaron, lo estremecieron, sobre todo en los primeros treinta años del siglo XX: el rojo y el negro. Las banderas con esos colores fueron desplegadas en ciudades, capitales de los Estados y barrios obreros. Colores que fueron usados por las vanguardias como seña de identidad; como enseña de lucha libertaria. Rojo y negro. Toque de atención para las oligarquías y para los terratenientes. Vanguardias revolucionarias. Eso eran; eso querían hacer. Rojo y negro.  Unas veces predomina uno sobre el otro. El artista, el que tiene alta sensibilidad, es quien da el toque definitivo, el que le imprime una huella y destaca el uno o el otro.

Es el Creador el que en definitiva nos dará la prueba de la existencia de la poesía. El pintor o grabador juega con esos dos colores sagrados, de raigambre también indígena. Y su mano va trazando en el papel la figura de un hombre, de un amauta, del maestro, del sabio. Sus rasgos son precisos, exactos. Figura nada paternal sino férrea, su boca, su nariz muestran al amauta que trabaja incansablemente. El rostro es imagen y semejanza de la tierra donde nació y vivió, y su mirada no sólo ve su solar sino todo el continente y el mundo que quiere y desea como casa común para todos los hombres y las mujeres. De las manos creadoras del artista ha salido un amauta.

Una m lleva el tìtulo de la revista y también el apellido de su fundador. Amauta / Mariátegui. ¿Coincidencia? Sí, pues uno y otro, la revista y su fundador son movimiento, espíritu creador, expresión de la sabiduría ancestral de los pueblos indígenas. En palabras de Mariátegui, pensaban el Perú en el “panorama del mundo” a través de una vanguardia de papel.

Por ello es soberbia la portada del catálogo Redes de vanguardia. Amauta y América Latina. 1926-1930, bajo la dirección de Beverly Adams y Natalia Majluf. Catálogo que mantiene y sostiene un diálogo entre letras y colores, tipos y papel, capitulares y líneas, por un lado; por el otro, el formato, la portada, las fotografías, los facsímiles, las reproducciones de grabados, dibujos y óleos, las colaboraciones hechas por especialistas, todo esto y algunas cosas más hacen que este libro se tome entre las manos con admiración, con respeto y amorosamente. Maravillado se queda uno al pasar hoja por hoja, degustando cada página. Los que hicieron posible este volumen merecen una salva de aplausos.

Ya se advierte en el título, en la introducción, en algunos de los artículos, que este volumen se ocupa e investiga la cuestión estética. Lo que esta vanguardia peruana dio a su propio país y a América a través de redes que se fueron creando antes, cuando apareció y terminó su ciclo Amauta y lo que dejó como herencia. El autor de La escena contemporánea puso a discusión una idea que era una verdad para muchos de los grupos intelectuales: “ni el arte es independiente de la política […] ni todo el arte nuevo es revolucionario”.[1]

Lo cierto es que el amauta es el maestro. El maestro de la vanguardia peruana. Mejor nombre no podía tener una revista y al mismo tiempo, sello inconfundible e identidad de su fundador. Por algo en sus páginas están estas palabras definitorias: Amauta “no representa un grupo: representa más bien un movimiento, un espíritu”. En otras líneas se lee: “voz de un movimiento y una generación”. O como señala Lynda Klich, para el director de esta publicación, es “una acción colectiva políticamente comprometida, más que la perturbación cultural”.

José Carlos Mariátegui cuando fundó Amauta era un hombre de grandes experiencias políticas y estéticas. Su viaje a Europa, como es bien sabido, fue definitivo: conoció las vanguardias y a sus protagonistas; estuvo en las exposiciones y en las capitales donde se manifestaban las corrientes estéticas en toda su dimensión. Siguió y después se alejó de algunos de los protagonistas de estos cambios. Se encontró con americanos que lo acompañaron y se acompañaron en estos años y después estarían en su aventura editorial, como el argentino Emilio Pettoruti, quien lo narra cuidadosamente Patricia Artundo, en este maravilloso catálogo.[2]

Pero no fue todo lo que aprendió el pensador peruano en Alemania o en Italia y mucho menos de la corriente futurista. Dos cosas se pueden señalar que fueron fundamentales: una, la creación de redes y el movimiento de las ideas; y segundo, la “cultura de la imprenta”. Frente al fascismo hay una sería de elementos que vale la pena señalar, sobre todo que hoy se vive su regreso con más fuerza y malignidad. Estas son sus características: primero, el culto a la violencia y a la represión; segundo, “el activismo político de espectáculo y agitación” (Emily Braun); tercero, mística; cuarto, dominio de la propaganda; quinto, dinamismo personal; sexto, conocimientos en materia de organización; séptimo, teatralidad; octavo, seducción de las multitudes; y noveno, controversia y combate.[3]

Cada número de la revista Amauta, 32 en total, de 1926 a 1930, era escrupulosamente cuidado por su director y él mismo elegía las ilustraciones y “la configuración visual de sus artículos”.[4] La vida de la revista tiene cortes y etapas, y esta historia se puede seguir en la publicación. Igualmente, los temas, las preocupaciones políticas, el destino de nuestra América, los proyectos que tenía y que no se llevaron a cabo, la siempre difícil libertad frente al sectarismo, la obligada toma de conciencia y la definición política.

En los artículos que forman este volumen varios nombres aparecen y resultan fundamentales e interesantes para las redes que se crearon y se alimentaron con la publicación peruana. Uno de ellos fue Martí Casanovas, catalán que nació en 1894. Llegó a La Habana, probablemente en 1923, cuando estaba a punto de cumplir treinta años. De inmediato se relaciona con las publicaciones cubanas más importantes, entre ellas la Revista de Avance, donde fue su editor y uno de los “promotores de la polémica “Exposición de Arte Nuevo”; estuvo cerca, entre otros grupos, del Minorista, donde estaban Juan Marinello, Jorge Mañach, Francisco Ichaso y Alejo Carpentier. En 1927 “fue uno de los propugnadores del acercamiento y colaboración entre sectores intelectuales y proletarios, y de la formación del Sindicato de Trabajadores intelectuales i (sic ) artistas de Cuba”.

En este mismo año de 1927 fue expulsado de la isla y llegó a nuestro paìs, adoptó la nacionalidad mexicana y se sumó a la sección nacional del APRA. Además, hizo con el grabador Gabriel Fernández Ledesma, editor de la revista Forma, figura central del grupo ¡30-30! y de las escuelas y centro populares de pintura, escultura y talla directa. Así pues, de estos dos países Casanovas enviaba cuanto fuera posible a Perú y de aquí salían los números de Amauta, de retorno. En sus números se publicaron el segundo y el cuarto manifiesto del grupo mexicano. Para la estudiosa Klich, Mariátegui simpatiza con ¡30-30! por ser más activista y politizado.[5]

Otro nombre que sobresale es el de José Sabogal. Existe un texto que no se debe dejar de leer, el de Roberto Amigo, Cruces modernos. Sabogal en Buenos Aires, 1928, y mucho menos el de Natalia Majluf, El indigenismo como vanguardia. El papel de la gráfica. El viaje del pintor peruano a Argentina fue significativo; su regreso a Perú, mayor. Pero, por lo que dicen varios estudiosos que también escribieron para este libro, Sabogal estuvo en México entre 1922 y 1923 y aquí fue donde conoció la técnica de grabado en madera.

 

 

En la época en que Sabogal se encontraba en México, o en Guadalajara, ocurría uno de los grandes acontecimientos que marcan hondamente a México. José Vasconcelos, rector de la Universidad Nacional, propuso la creación de la Secretaría de Educación Pública. Una vez concebida,  fue Vasconcelos el primer secretario de esa institución y, entre otras cosas que logró el autor de Ulises criollo, impulsó la creación de El Maestro. Revista de cultura nacional. Las portadas, el tiraje, los propósitos, las ilustraciones, el contenido, la vocación americana, los invitados como Gabriela Mistral, todo ello me hace preguntar, ¿no conoció esta revista el que puso su sello en Amauta?

El nombre de otro mexicano ilustre ronda en estas páginas, el de Alfonso Reyes. ¿Cuántas similitudes y diferencias hay entre estos dos pensadores americanos? Las frases e ideas de Mariátegui sobre América, si se compararan con las de Reyes, ¿cuánto se aproximan uno al otro? Por lo menos en el objetivo: en la inteligencia americana, cuño de Reyes. Hagamos este ejercicio. Mariátegui: “La identidad del hombre hispano-americano encuentra una expresión en la vida intelectual”. Reyes: “Hablar de cultura americana sería algo equívoco: ello nos haría pensar solamente en una rama del árbol de Europa trasplantada al suelo americano. En cambio, podemos hablar de la inteligencia americana, su visión de la vida y su acción en la vida. Esto nos permitirá definir, aunque sea provisionalmente, el matiz de América”. Y en este americanismo de nuestros dos pensadores, Mariátegui y Reyes, está también presente el estadounidense, Waldo Frank.

Aún hay más. Los amigos argentinos de Amauta y de Mariátegui fueron amigos de Reyes. Los nombres aparecen en el catálogo: Xul Solar, Nora y Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo, Samuel Glusberg, Pettoruti, las hermanas Ocampo, los Amigos del Arte. Y ese americanismo de Reyes hizo posible lograr, entre tempestades, la revista Libra, única, en muchos sentidos. Y de esta experiencia salió Monterrey. Correo literario de Alfonso Reyes. Otros nombres de mexicanos están en Amauta y para ello confiérase a Natalia de la Rosa, con sus Construcciones estéticas de la realidad americana. Diálogo de vanguardia entre México y Perú, 1926-1930.

Por lo dicho, México está en Amauta con tinta indeleble. Brilla su nombre y el acontecimiento mayor en América, y en el mundo, está reconocido en sus páginas: la Revolución Mexicana. Diez y nueve personalidades dieron sus trabajos para discutir sus características, sus limitaciones y sus problemas. Tres mexicanos se destacan, con diferentes puntos de vista políticos e ideológicos en torno a esa Revolución; el Dr Atl, con Cinemática mexicana; Rafael Ramos Pedrueza, La Revolución mexicana frente a yanquilandia, y Jesús Silva Herzog, con dos artículos abordando el tema, El problema agrario y la revolución.

Y sobre México en Amauta, la lista es interesante: Luis Cardoza y Aragón, Ensayo sobre el arte del trópico; Martí Casanovas, Jacoba Rojas, Cuadro de la pintura mexicana, en dos partes, y, Pintores mexicanos; Nicanor  de la Parra, Una exposición de arte mexicano; Tristán Marof, En el atelier del pintor mexicano Fernando Leal; Estevan Pavletich, Diego Rivera: el artista de una clase; y, Diego Rivera, Autobiografía sumaria.

Como se podrá observar, a pesar de que Mariátegui prefería Buenos Aires, México estaba en sus inquietudes. Hasta este momento no había país en América que estuviera realizando lo de México, una transformación; y en términos de Mariátegui, una vanguardia.  A los editores, autores, colaboradores, patrocinadores, patronos, instituciones culturales y educativas que hicieron posible Redes de vanguardia. Amauta y América Latina. 1926-1930 una vez más nuestro agradecimiento muy sincero por tan notable labor editorial y la exposición en el Palacio de Bellas Artes, que fue todo un acontecimiento cultural.

[1] P. 71.

[2] Patricia Artundo, “José Carlos Mariátegui y Emilio Pettoruti. Entre Europa y América, 1920-1930”, en

[3] Lynda Klich, En todas partes y en ninguna. El futurismo italiano, Amauta y el vanguardismo en América Latina”, en

[4] P. 66,

[5] Lynda Klich, En todas partes y en ninguna. El futurismo italiano, Amauta y el vanguardismo en América Latina”, cit., p. 111.