Por las diferentes intervenciones del Presidente de la República y sus interpretaciones sobre esa élite indeseable de científicos; así como por las acciones de la Directora del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, se estimaba que en este sexenio no habría apoyo presupuestal para la investigación científica y tecnológica. Y toda perece indicar que así será.

Las recientes declaraciones de Alfonso Romo, jefe del Gabinete para el Fomento, Inversiones y Crecimiento Económico de la Presidencia de la República, en el Foro de Fondos de Inversión 2020, confirman ese nulo apoyo, pues señaló: “No hay recursos que alcancen para investigación básica. Yo en el corto plazo prefiero comprar tecnologías ya probadas que desarrollar nuevas”.

 

El falso dilema: básica o aplicada

Como buen neoliberal que busca el beneficio utilitario inmediato, el empresario, ahora funcionario, Alfonso Romo, advirtió: “las tecnologías nuevas tienen un grado de éxito económico de menos de uno por ciento, por lo que es mejor comprar tecnología” y agregó que el “Gobierno prefiere enfocar el dinero en ciencia más aplicada para los sectores más vulnerables, como en productividad alimentaria”.

De principio se coincide en que es importante atender a los sectores de la población más vulnerables, como los grupos étnicos, los que viven en pobreza extrema y… también a los científicos que en lo que va de la 4T han sido vapuleados, discriminados y difamados. Y ahora hasta a la ciencia la relegan.

Resulta que en divisiones que ayudan solo a colocar ciertas fronteras artificiales entre las líneas de investigación, la ciencia se ha dividido en básica y aplicada. La primera, entre muchas definiciones, se considera que es la que tiene como única finalidad la generación de conocimiento, sin ver su utilidad práctica, en tanto que la ciencia aplicada se enfoca a la resolución de ciertos problemas, pero utilizando los conocimientos generados por la ciencia básica.

Bernardo Houssay, Premio Nobel de Medicina, afirmaba: “No hay ciencia aplicada sin ciencia [básica] que aplicar”, porque efectivamente para que la ciencia aplicada pueda proponer soluciones debe basarse en el conocimiento, en las teorías generadas por el método científico de observación, experimentación y comprobación, que algunas veces se desarrollan en el laboratorio y en otras ocasiones en el estudio de campo.

Por supuesto que es ficticia la división entre ciencia básica y aplicada, ya que cada hallazgo de la ciencia básica tarde o temprano contribuye a que la ciencia aplicada resuelva un problema práctico. Por ejemplo, la observación astronómica que hicieron pueblos antiguos sirvió para crear el astrolabio que fue de gran utilidad para los navegantes, como Ptolomeo en el siglo II lo consignó. Más recientemente, Albert Einstein estableció las bases fundamentales que permitieron el desarrollo de los láseres.

 

Sin ciencia no hay desarrollo ni soluciones

Debe apoyarse la ciencia básica tanto para saciar la curiosidad inherente al ser humano, como para impulsar a la ciencia aplicada, ya que no se sabe en qué momento ni qué nuevo conocimiento contribuirá a resolver cuestiones de la vida práctica.

Además, la investigación básica estimula la creatividad y proporciona una comprensión más amplia de los fenómenos naturales, lo que puede coadyuvar a aplicar los conocimientos a problemas complejos de la sociedad o a hacer más amable la vida, como lo demuestran todos los adelantos de las tecnologías de la información, que tienen sus fundamentos en la ciencia básica.

Por lo tanto, es impensable que los países más desarrollados no destinen más recursos a la ciencia básica, como tampoco se explicaría la emergencia de Corea del Sur y China sin las inversiones destinadas a la formación de científicos y a la investigación científica básica, la cual posibilita la realización de la ciencia aplicada para la solución de problemas específicos de sus países que, posteriormente, pueden transferirse a otras naciones.

Si nos limitamos, como propone Alfonso Romo, a copiar tecnología de otros países estaremos condenados a ir siempre rezagados y a depender a perpetuidad de los avances científicos que realicen otros países, con lo que los recursos se destinarán siempre a adquirir tecnología, en lugar de invertir en la investigación científica y tecnológica de nuestros científicos.

Los conceptos que escribió en 2013 el investigador Julio G. Pausas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, en relación con su país, pueden aplicarse al nuestro. Denunció:

“Realmente parece que el Gobierno no entiende que la ciencia básica es básica para el desarrollo de la sociedad y haya decidido que nuestro país no debe contribuir a la generación de conocimiento y desarrollo humano”.

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f/René Anaya Periodista Científico