“Gracias a la inteligencia y al trabajo,
la fragilidad del hombre y del barro
se convierte en resistencia”.Rafael Chirbes
Hace cinco siglos los mexicas fueron víctimas de una terrible epidemia de viruela provocada por el brote registrado a partir de uno de los esclavos africanos de Pánfilo Narváez; la irrupción de esa desconocida enfermedad a la que los aztecas pusieron como nombre Huey Zahuatl (gran lepra), causó la muerte de más de dos millones de infectados, entre ellos el propio hermano de Moctecuzhoma II, el gran Cuitláhuac, artífice del Día de la Victoria, conocida en la historia de los conquistadores como “La noche triste” de las diezmadas huestes de Cortés.
Once años después, en 1531, se registró un brote de sarampión, al que los oriundos identificaron como “pequeña lepra”, cuyo saldo mortal provocó enormes pérdidas entre los nativos “encomendados” a impíos conquistadores que olvidaron la piedad a favor de la explotación de esa mano de obra gratuita otorgada por la corona.
En 1545, y posteriormente en 1576, la población mesoamericana sufrió sendas epidemias con numerosas muertes; a estas plagas se les conoció como Cocolitzli y gracias a la profusa información consignada por frailes y cronistas se deduce que la del 76 era una epidemia viral que atacaba principalmente vías respiratorias, causando severas hemorragias nasales que ocasionaban la muerte de los afectados.
Tan severa crisis sanitaria paralizó la vida religiosa, cultural y económica de la capital de Nueva España, y pese a los denodados esfuerzos del protomédico del Cabildo, Francisco Hernández, este mismo fue víctima del mal que cobró la vida a más de 2 millones de personas, afectando principalmente a los indígenas, a la población negra y aún a los españoles.
En el siglo XVII, cada veinte años se registró un brote importante de viruela, y 1695 una terrible peste ocasionó la muerte de nuestra Décima Musa, Juana Ramírez de Asbaje, el 17 de abril de aquel fatídico año.
Durante el siglo XVIII, particularmente en el año de 1737, se registró otro brote letal de Peste Negra, epidemia que se repetiría en 1833 causando gran mortandad entre los pobladores.
El siglo XX registró, en 1918, la famosa Gripe Española cuyos graves efectos ocasionaron la primera reforma constitucional a fin de generar un mecanismo legal que garantizara a la Presidencia la dirección de expertos en sanidad para prevenir, atender y mitigar los daños generados por esas enfermedades masivas.
En nuestro tiempo, la ciudad y el país han sido víctimas de pandemias virales: todos recordamos en 2009 el H1N1, y actualmente, once años después, enfrentamos el Covid-19, demostrando hoy la capacidad de prevención y respuesta sanitaria de un Gobierno que reconoce y entrega a los expertos la conducción de las medidas necesarias, mismas que en el fondo coinciden con los versos del escritor valenciano Chirbes, para quien la resistencia del ser humano es producto de la inteligencia y el trabajo que hacen que la fragilidad, en este caso sanitaria, se convierta en resistencia a través de sólidas respuestas.
