El refrán dice que “Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar”. El COVID-19 llegó a México y las acciones de contención se perciben a cuentagotas, en tanto que las orientadas a sobrellevar de manera óptima esta crisis sanitaria están muy lejos de observarse con claridad. Esto es en lo general, pero para el sector agroalimentario, ese que nos da la comida, parece estarfrente a una prueba de fuego sin precedentes en la historia reciente.

En estas últimas semanas, China y países como Alemania, Canadá y Estados Unidos, enfrentan el debilitamiento o incluso ruptura de la cadena de abastecimiento y de logística. Las restricciones a la circulación de personas en países gravemente afectados por el COVID-19 se reflejan en la ausencia de recursos humanos para la comercialización de productos y mercancías diversas, pues tanto los transportistas carreteros como de puertos están prácticamente paralizados.

Esto comienza a ser un verdadero tema de preocupación en las áreas rurales, toda vez que los campos están parados por falta de mano de obra tanto para cosechar como para procesar los productos primarios y aún más, para dar continuidad al abastecimiento de las ciudades.

Francia ha hecho un llamado urgente a sus ciudadanos desempleados para que acudan a laborar en el campo ­–requieren 200 mil personas– situación similar a la de Alemania, que busca 300 mil ciudadanos para trabajar la tierra. Ya en América, Canadá, que cerró sus fronteras, exentó de esta prohibición a trabajadores del campo, mientras que en Colombia los agricultores refieren que no pueden parar su producción y urgen a su gobierno ser más sensible a las prohibiciones de laborar.

¿Y en México? Los agroempresarios han lanzado señales de certidumbre al asegurar que el abasto de alimentos no se verá afectado, a este mensaje se suman algunos dirigentes campesinos que enfatizan que el trabajo en los surcos, invernaderos y corrales no se puede detener. Por su parte, apenas este 24 de marzo, la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER) emitió un comunicado donde dice que el abasto de alimentos en el país está garantizado y que trabajará en estrecha coordinación con las cadenas más sensibles y con el Consejo Nacional Agropecuario (CNA) y la Asociación Mexicana de Secretarios de Desarrollo Agropecuario (AMSDA), para monitorear las cadenas de abasto alimentario.

Pero ¿por cuánto tiempo se garantizará el abasto y la accesibilidad de alimentos a la población?. Comienzan las dudas. Ya corren versiones sobre un incremento al precio de tortilla de hasta 20 pesos el kilo, mientras que en el sector lechero, los productores más pobres levantan la mano para recordar que ellos no pueden competir con precios para surtir a las grandes empresas que prefieren usar leche en polvo. Exhortan a que en estos momentos comiencen a dar oportunidad a los pequeños productores nacionales. Conforme escale la crisis serán más necesarios.

Más aún, uno de los primeros y más importantes eslabones para que haya certidumbre en las mesas mexicanas son los jornaleros. Hay campos de migrantes –no solo nacionales sino de otros países– que se ven obligados a trasladarse de sus lugares de origen a otros estados en busca de trabajo como jornaleros agrícolas o en ranchos, donde además de sus precarias condiciones laborales no cuentan con seguridad social.

Sin cifras oficiales precisas, se calcula que la población de trabajadores jornaleros es de casi 2 y medio millones de personas, la mayoría indígenas originarios de Chiapas, Michoacán, Guerrero, Puebla y Veracruz que buscan en los estados del norte mejores condiciones de vida para ellos y sus familias. Sólo el 3 por ciento tiene contratos y sólo el 4 por ciento cuenta con servicios de salud. De ellos depende nuestra seguridad alimentaria y nuestra subsistencia ante esta crisis.

Hoy, más que nunca, es imperativo revalorar la actividad primaria. Es  fundamental observarla con base en las experiencias que están mostrando los países que nos superan en la producción de alimentos. Esas naciones urgen a solidarizarse para la producción de alimentos en campos desolados y despoblados por el COVID19, pero en México, hasta el momento, ningún funcionario se ha atrevido a fijar una postura. ¿Quién nos garantiza el abasto alimentario? ¿Todos podremos comprar los alimentos que requerimos en los mercados que acostumbramos? ¿Cómo se evitarán robos, asaltos a los transportistas con cargas de alimentos?

Ya es lugar común la afirmación de que los próximos meses el planeta enfrentará severas crisis sanitarias y económicas. Ojalá que a ello no se adose una crisis alimentaria y que las estrategias de las naciones sean eficaces para garantizar la suficiencia y la disponibilidad de alimentos.  Esperemos que el gobierno de México esté a la altura y guarde, aunque sea por un momento, las arengas ideológicas y las puntadas populistas.