Del Coronavirus y otros demonios

Del Coronavirus, esta pandemia, que se pregunta Mario Vargas Llosa si nos trae de regreso al Medioevo y su miedo a la peste, casi nada comentaré hoy. Ya lo hace medio mundo hablando de sus implicaciones graves para la salud humana, la tranquilidad y la salud económica de China y del mundo: Italia y España destacadamente. Me concreto a subrayar que esta pandemia hoy puede ser –dicen analistas serios– “el mayor rival electoral” de un Trump torpe, que no sabe cómo enfrentarla.

Sin embargo, no resisto la tentación de mencionar también el reclamo rijoso y lleno de complejos, que hizo el presidente salvadoreño, Nayib Bukele, a México, por supuestamente autorizar un vuelo comercial a San Salvador, con 12 pasajeros que –dijo– “está confirmado su contagio de Coronavirus”. Lo que resultó falso.

Ciertamente, antes de iniciar mis comentarios sobre África, menciono algunas noticias internacionales, del torrente de las que fluyen sin parar. Entre ellas, dos o tres de América Latina: sobre Venezuela y los pactos electorales a los que se dice que podrían llegar el chavismo y la oposición; y acerca de la visita a México del presidente colombiano Iván Duque y sus conversaciones con López Obrador, en las que destacó el tema comercial, pero no parece haberse hecho énfasis en la Alianza del Pacífico, el valioso instrumento de integración regional y posicionamiento latinoamericano en los mercados de Asia-Pacífico.

Tampoco resisto a la tentación de comentar que la reciente visita del presidente brasileño, Jair Bolsonaro a su homólogo, en Estados Unidos, careció del impacto que auguraba la supuesta amistad de ambos. Porque –confió un destacado diplomático de Itamaraty– en realidad no hay tal amistad, pues “mientras Bolsonaro adora a Trump, el estadounidense adora ser admirado, y mientras este es un millonario exitoso y un hombre de poder, el brasileño no pasó de ser un militar mediocre y un diputado marginal”.

Respecto a otras latitudes la lista de temas es interminable. Entre otros, el del asomo de una crisis migratoria en Europa, como la de 2015, derivada de la guerra civil en Siria, y del aventurerismo de Erdogan –“el idiota útil de Putin”– que empuja, literalmente, a los refugiados hacia Europa, para obligar a la Unión Europea a soltarle mayores recursos financieros, a cambio de “mantener cerradas las puertas de Turquía”. Igualmente, el acuerdo de paz del presidente estadounidense con los talibanes de Afganistán, tan frágil que ya está siendo violado. Y, desde luego, las trampas, el putsch de Vladimir Putin, haciéndonos creer que en 2024 se retiraría, cuando en realidad la Duma –el parlamento– aprobó una reforma constitucional que permitiría al presidente ruso mantenerse en su encargo hasta 2036.

Sigue siendo noticia, indignante, el reiterado intento de Estados Unidos –léase Trump– de vender su “Acuerdo del Siglo” que despoja a los palestinos y a Palestina del Estado al que tienen derecho conforme al Derecho Internacional. Un pacto ampliamente festejado por el premier israelí Benjamín Netanyahu y otros políticos, sobre el que ha sido obsecuente más de un gobierno árabe, pero es objeto de la dura condena –en lenguaje diplomático se habla de “profunda preocupación”– de cincuenta ex líderes europeos.

Netanyahu, por cierto, lucha para salvarse de un proceso penal por corrupción y pretende eternizarse en el poder –ha sido el único primer ministro electo tres veces seguidas (2009, 2013 y 2015) y el que más tiempo ha ocupado el cargo en la historia de Israel. Sin embargo, su adversario en la elección, Benny Gantz ya tiene el encargo de formar gobierno, apoyado por los partidos árabes, la izquierda y el conservador laico Lieberman. Lo que significaría el final para Netanyahu.

Son noticia, en fin, las primarias del partido demócrata: la batalla entre Bernie Sanders, el “socialista demócrata” y el moderado Joe Biden por la candidatura presidencial, y las especulaciones sobre quién será el mejor candidato para arrebatar a Trump la presidencia. Y, the last but not the least, la rebelión femenina, que saludo con entusiasmo y admiración, y que en México y en un cúmulo de países, exige seguridad, derecho, dignidad y respeto para las mujeres, nuestras compañeras, de las que somos sus compañeros.

 

El África de nuestra ignorancia

Con este título escribí sobre África en los tres tomos de mis libros sobre temas internacionales, en recuerdo de los 6 años –de 1995 a 2001– que viví en el continente, como Embajador en Marruecos, Mali, Senegal, Côte d´Ivoire, Ghana y Gabón. En una intensa, apasionante labor para posicionar a México en esos espacios, a través de la promoción cultural y artística, el intercambio universitario y los contactos entre empresarios, que más de una vez se tradujeron en importantes negocios para mexicanos y sus contrapartes. Eventualmente, también, echamos a andar acciones concertadas, en organismos internacionales.

Nuestra ignorancia –y displicencia– sobre África es imperdonable, primero, por los profundos vínculos culturales y étnicos que nos unen con los africanos, la tercera raíz de México, presentes desde el virreinato cuando la Nueva España recibió alrededor de doscientos cincuenta mil esclavos negros –hombres, mujeres y niños– como informa mi amiga Ana Luisa Fájer, Embajadora mexicana en Sudáfrica. Los descendientes de estos esclavos, entre los cuales venían algunos de Mali y Senegal –donde fui Embajador– están asentados principalmente en Oaxaca, Guerrero y Veracruz; y también hay poblaciones afrodescendientes en Morelos y el Estado de México.

Por otra parte, el África que no conocemos, si bien es escenario de atraso y realidades lacerantes, que alimentan el estereotipo que la presenta y sí conocemos, también lo es de otras realidades, de hoy y del futuro, que le asignan, ya, un papel central en el convulso mundo de los años veinte de este siglo. El común de la gente en México se queda con el estereotipo, y de ahí mi interés de mostrar en este artículo a la otra África, dinámica, vibrante, joven, moderna, rica, que también existe y se irá imponiendo a la del horror.

 

 

Universidades, imperio, esclavitud, colonialismo, negritud e independencias

En África, cuna de la humanidad, aparecieron las primeras universidades del mundo: Ez–Zitouna, de Túnez, en el año 737 y Qarawiyyin, de Fez, Marruecos –que conocí– fundada ésta en 859 por una mujer, Fátima al–Fihri. Fueron alumnos y profesores de la última Averroes, musulmán y Maimónides, médico, judío, y ambos filósofos, así como el papa Silvestre II. Las reflexiones de los primeros, sobre Aristóteles, que Tomás de Aquino incorporó a las suyas, permitieron al pensamiento del Medioevo recuperar las doctrinas del estagirita.

Entre 1235 y 1546 existió el Imperio de Mali, de 50 millones de súbditos, próspero y poderoso, que me interesa mencionar porque en una ciudad del imperio, Tombuctú, existió la prestigiosa Universidad de Sankoré, que fue refugio, después de la caída de Granada, en 1492, de intelectuales andalusíes – testimonio de su pasada grandeza es que Tombuctú, conserva aún más de 700,000 manuscritos de la Universidad. Se decía, en épocas de la grandeza del Imperio y de esta ciudad del desierto: “la sal viene del norte, el oro del sur, la plata de la tierra del hombre blanco, pero la palabra de Dios y los tesoros de la sabiduría solo pueden encontrarse en Tombuctú”.

África también ha sido amplio territorio de la trata de esclavos que eran embarcados a América, de los que –ya comenté– alrededor de un cuarto de millón recibió México. No me extiendo en el tema, suficientemente documentado y conocido, y solo diré que durante mi misión en Senegal visité la isla de Gorée, y su Casa de los esclavos, en la que se seleccionaba, como a bestias, a los hombres, mujeres y niños “aptos” para las penurias del viaje transatlántico.

El colonialismo, europeo, en África, con el asalto del Reino Unido, Francia, Alemania, Portugal, España, Italia, Bélgica y el Imperio Otomano al continente, y la expoliación que hicieron de él, también es conocido y documentado. Omito, en consecuencia, hacer comentarios.

Hago, en cambio, comentarios sobre el movimiento político. Ideológico y literario, conocido como la Negritud, que, en la década de 1930, inventó el poeta martiniqués, Aimé Césaire, con el senegalés Léopold Sédar Senghor, quien era también poeta, y fue presidente de su país y miembro de la Academia francesa: un concepto que reivindicaba la identidad del negro y sus valores, que el colonialismo ignoró. De la Negritud, Jean Paul Sartre dijo que era “la negación de la negación del hombre negro”.

Lo que siguió fueron los movimientos de independencia y descolonización, desde fines de los años 50 del pasado siglo, que hicieron posible el nacimiento –o renacimiento– de los países africanos, comenzando por Ghana en 1957 y siguiendo por otros, en más de un caso envueltos en violencia incontrolada y permanente, como la independencia, en 1960, de la República Democrática del Congo; y en otros: Argelia, después de una guerra feroz, de 8 años –1954-1962–.

Finalmente, con los movimientos de independencia se hicieron visibles, al lado de líderes tercermundistas de la talla de Sukarno, Nehru y Nasser, los africanos Julius Nyerere, Nkrumah, Keita, Sekou Touré y Gaddafi, ¡sí, Gadafi!

Las postrimerías del siglo XX africano registran el genocidio de Ruanda, cuando el gobierno Hutu intentó exterminar a la etnia Tutsi, y entre el 7 de abril y el 15 de julio de 1994, asesinó, entre quinientos mil y un millón de personas, aproximadamente al 70 por ciento de los tutsis y, de doscientos cincuenta mil a quinientas mil mujeres fueron violadas.

 

El África de las esperanzas

En Huye, capital intelectual de esa Ruanda que en 1994 fue escenario del mencionado genocidio, a más de 20 años de la tragedia, la banda Ingoma Nshya, de mujeres hutus y tutsis, percusionistas, ataviadas con pañuelos de colores, ofrece su música, en el ambiente festivo que surge en esa ciudad a partir del mediodía del último sábado de cada mes. Lo que bien puede ser una señal de que África se esfuerza por superar sus realidades lacerantes y marcha segura hacia una modernidad de desarrollo económico y social, democracia y respeto a los derechos humanos.

Persisten, es cierto, situaciones dramáticas e intolerables en el África magrebí y Egipto: el régimen del mariscal presidente Al-Sissi, que según el sentir de los egipcios, es más tiránico y corrupto que el de Mubarak, el derrocado dictador que acaba de morir. En Libia, el no país, de tribus y clanes, con dos dirigentes, Fayez al-Sarraj, reconocido por la ONU, y el mariscal, Khalifa Haftar, el hombre fuerte del Este del territorio, disputándose, con las armas, el poder. Con las manos de Rusia, Egipto y Turquía metidas y entre esfuerzos de mediación de la ONU, de Europa y de la Unión Africana.

Pero el Magreb también es el espacio donde Marruecos avanza hacia la modernización de la monarquía y el reconocimiento legal de los derechos humanos y su respeto, entre estira y afloja, en los hechos. Donde Túnez, cuna de la Primavera Árabe se esfuerza, sorteando las amenazas de la hidra yijadista, por seguir haciendo realidad en el país las aspiraciones de democracia y derechos humanos que encarnó la Primavera Árabe. En este Magreb, también en Argelia, que se deshizo de veinte años de autocracia del presidente Abdelaziz Buteflika, los ciudadanos, el Hirak o movimiento, luchan por deshacerse de la oligarquía depredadora que les dejó el presidente.

Asimismo, África subsahariana registra lacras y retrocesos políticos: porque es grave que subsistan falsos demócratas, reelectos indefinidamente a la cabeza de sus países, como Teodoro Obiang, presidente de Guinea Ecuatorial desde 1979 y Yoweri Museveni, de Uganda, desde 1996, para poner un par de ejemplos. Sin embargo, los avances democráticos son importantes en el continente, como lo muestra el hecho de que casi la mitad de sus 55 países tienen un régimen democrático, que se de la alternancia pacífica y –de interés– que haya mayor asistencia a las urnas que en América Latina. Como botón de muestra de que la democracia va floreciendo poco a poco, es la decisión del presidente Alassane Ouattara, de Côte d´Ivoire, de no postularse este 2020 para un tercer mandato, que además de ser una lección de democracia, contribuye a la reconciliación de políticos enfrentados en un país víctima de la polarización.

Y, no puedo omitir el recordar que el primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed Ali, fue laureado con el Premio Nobel de la Paz 2019 por sus esfuerzos para poner fin a la guerra de 20 años entre su país y Eritrea.

Respecto a la economía africana, 2020 es el año de la entrada en vigor de la Zona de Libre Comercio Continental, que significa un mercado de 1200 millones de personas y, según estimaciones de la Unión Africana, aumentará en un 60 por ciento el comercio intra africano, en dos años, con un PIB 2500 millones de dólares. En el entendido de que en un primer momento la dinamización de los intercambios beneficiará a los países industrializados, como Egipto y Sudáfrica.

Respecto al crecimiento de la economía, los organismos financieros mundiales prevén que el continente crezca entre 4.5 por ciento y 5 por ciento; y, como informé en mi anterior artículo, las economías de mayor potencial en el mundo, según el banco británico Standard Chartered son: Côte d´Ivoire la uno, Kenia la tres y la trece Ghana. El Continente es, pues, el apetitoso bocado de inversionistas y potencias extranjeras, como China, que ya hace mucho que desembarcó en estas tierras e incorporó ya al África a la Ruta de la Seda. Aunque, hace notar Josep Borrell, Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad Común, que Europa es el mayor inversionista y el primer socio comercial de África, y se queja de la Unión Europea no sea capaz de sacar dividendos políticos de ello.

 

¿Qué de la juventud africana?

Me parece interesante, como epílogo de estas notas, compartir con los lectores los resultados de la encuesta Africa Youth Survey, publicada a fines de febrero, en la que se entrevistó a 4mil 200 jóvenes, de 18 a 24 años, la mitad de ellos estudiantes, de 14 países: el 37 por ciento de ellos dijo estar satisfecho con su actual nivel de vida, pero un 82 por ciento pensó que mejorará en los próximos dos años. El 76 por ciento aspira a crear su propia empresa en los próximos cinco años, aunque un 53 por ciento de ellos señalaron que el mayor obstáculo para ello es la dificultad de tener acceso al capital. En otro orden de ideas, el 25 por ciento de los encuestados señaló que la prioridad uno de África, es la lucha contra la corrupción. El 75 por ciento se gloria de su identidad “panafricana”, sin perjuicio de que el 50 por ciento se sienta igualmente identificado con su país. La conclusión de todos es que “en el siglo XXI ser africano es ser cool”.

Y, los jóvenes mexicanos, ¿cómo responderían a una encuesta similar?