En su tesis de doctorado, Kate Millet llamó a cuentas a tres célebres escritores: D. H. Lawrence, Henry Miller y Norman Mailer. Al publicarse en 1970, esa tesis se tituló: Sexual Politics. A Millet se le considera fundadora del feminismo radical. Su aportación, ya descubierta por Simone de Beauvoir, fue que la relación entre los sexos estaba basada en el patriarcado, pero, y aquí la clave, era cultural e histórico, es decir que cambiaba con los tiempos y por lo tanto, tenía fecha de caducidad.
Millet mostró, a golpe de cita de los propios escritores, que la mujer, para ellos, era un sexo de su propiedad y un objeto. Estos mitos de la literatura inglesa, elogiados precisamente como líderes de la liberación sexual mostraban sin cortapisas el poder machista; Lawrence sostiene en Mujeres enamoradas que cuando una mujer piensa, deja de ser atractiva y Miller confiesa (no recuerdo si se cita o no en el libro de Millet) que escribe: “obedeciendo sólo los propios instintos, siguiendo los impulsos del corazón y los testículos”. Sólo Mailer se defendió con el libro Prisionero del sexo, en el que no se desmiente, sino confirma su machismo.
Al feminismo radical se le considera la segunda ola, porque la anterior la integraban los ensayos de Simone de Beauvoir con El segundo sexo y Virginia Woolf con Un cuarto propio. A ellas hay que sumar la novela El grupo, de Mary McCarthy. Las tres basan la liberación de la mujer en su independencia económica. En este recuento se olvida a las sufragistas, que, en realidad, representan la primera ola.
La mejor novela de Mario Vagas Llosa, (por su exploración del arte moderno) es, pienso, El paraíso en la otra esquina. Se basa en las vidas reales del pintor Paul Gaughin, y su abuela Flora Tristán, quien vivió una doble militancia por el socialismo y los derechos de la mujer. Tanto De Beauvoir como Millet, ponen en tela de juicio el dominio de la heterosexualidad, aunque la primera no excluye a los hombres y apuesta por la bisexualidad, como se aprecia en su novela La invitada. y la segunda, en su movimiento Now, opta por el separatismo lésbico.
Visibilidad de la violencia contra la mujer
Sin duda, el detonante son las muertas de Juárez. A partir de ellas, se escriben libros y reportajes, se suceden movilizaciones, se crean grupos de búsqueda y apoyo. Se denuncia a las maquiladoras que atraen a mujeres con bajos salarios, nulos derechos laborales, desarraigadas de su tierra y familia. Explotadas, vulnerables al extremo. Las actrices Jane Fonda y Sally Field, con otras celebridades, cruzan la frontera para encabezar una marcha-mitin en el que participa Marcela Lagarde, quien está propuesta en este 2020 para la medalla Sor Juana Inés de la Cruz. La acción en Ciudad Juárez fue promovida por Eve Ensler, autora de Los monólogos de la vagina, que se representa con las actrices de EU y nacionales, como Lilia Aragón. Ensler con Amnistía Internacional promueve 2000 actos sobre los feminicidios de Juárez que en ese momento alcanzaban 370. Es la creadora de la consigna: Ni una más.
Otro momento fundamental es cuando el sismo de 1985 descubre las condiciones de trabajo de las costureras. Su lucha sigue hasta la fecha encabezada por Evangelina Corona, acompañada siempre por Elena Poniatowska. Elena, además, escribe un libro que recupera las experiencias de mujeres excepcionales: Las indómitas. Sólo diré unos nombres: Rosario Ibarra, Alaíde Foppa, Marta Lamas, Rosario Castellanos.
Y termino, hay un encuentro organizado por la ONU en México. Sobre el escenario de Bellas Artes están mujeres priistas. Los asistentes piden la palabra para las feministas, Antonieta Rascón se acerca al altísimo escenario de Bellas Artes, un muchacho une las manos para que la feminista se apoye y la impulsa, otro se coloca de espaldas y ella pone sus zapatos de plataforma sobre la espalda del compañero inclinado, la foto da la vuelta al mundo.