Entrevista con Leonardo Linares Vargas | Artista

 

Franqueando el hervidero de comercios y peatones alrededor del Mercado de Sonora, en la Ciudad de México, justo en el corazón de la colonia Merced Balbuena,  se ubica uno de los más fascinantes baluartes de la cultura mexicana. Se trata de una serie de residencias, que sirven igualmente como talleres, a los miembros de la familia Linares. Al caminar a sus márgenes se pueden apreciar calaveras de cartón asomándose por las ventanas, algunas  cabezas de los Judas de Semana Santa descansando en los balcones y partes coloridas  de alebrijes desperdigadas por los patios.  Y es que hablar de los Linares es referirse a una auténtica estirpe  de artistas en toda la extensión la extensión de la palabra, pues además de ser creadores, han preservado y difundido las tradiciones más emblemáticas de nuestro país a través de su labor. Siempre! tuvo el privilegio de ser recibida en el taller de Leonardo Linares Vargas, un recinto de maravillas en que la mascota familiar, una gallina,  convive con  toda clase de seres fantásticos, mientras el maestro, sin dejar un segundo su pincel, comienza a relatar su historia.

“Nosotros somos ya la quinta generación de la familia que se dedica a trabajar obras en papel y el cartón, pero el legado puede dividirse en dos partes debido a que las primeras dos generaciones eran de artesanos de temporada, es decir, en Semana Santa trabajaban los Judas y pasando estos días ya no podían ocuparse en esto y tenían que trabajar en otra cosa hasta las fiestas de septiembre y de ahí hasta Día de muertos y luego hasta las fiestas decembrinas. Se trataba de una dinámica de ciclos, hasta que llegó mi abuelo, Pedro Linares López, quien gracias a sus alebrijes logró que el trabajo de cartonería fuera llevarse a cabo todo el año de manera continua”.

El artista cuenta que su familia es orgullosamente citadina, pues, aunque existen personas que aseguran que su origen proviene del interior de la República,  las raíces de los Linares se encuentran arraigadas a la capital mexicana desde hace más de tres siglos, dato que puede corroborarse en un estudio antropológico que realizó la UNAM a la genealogía durante los años 80. Así pues, Leonardo Linares ha sabido enriquecer de manera notable su legado, pues, nada menos, unificó bajo un nombre las diferentes vertientes del trabajo en papel y cartón.

“Hace algunas décadas yo acuñé la palabra “cartonería”, debido a que antes esta labor era conocida de manera general como la técnica de papel y cartón, y nuestro  oficio cambiaba de nombre a cada temporada: en Semana Santa éramos juderos, cuando hacíamos piñatas nos conocían como piñateros y en temporada de juguetes, jugueteros. Para los años 80 establecí el término ‘cartonería’  para que las diferentes técnicas que manejamos quedaran aglutinadas bajo un término que resultara interesante y atractivo para la gente que se acercaba, por ejemplo, a los talleres. Aunque, lamentablemente,  en la actualidad  la definición se ha utilizado indiscriminadamente porque yo la propuse como una distinción y muchas personas  la utilizan para englobar sus actividades, pero no conocen todas las técnicas que conlleva y que la dotan de significado”.

 

El genio detrás de los alebrijes

Retomando el pasado, Leonardo Linares rememora con emoción cómo es que su abuelo dio vida a los singulares personajes que hoy conocemos como alebrijes y creó uno de los bastiones más bellos del arte popular mexicano.

“Pedro Linares López trabajaba por temporadas y este  ritmo de vida conllevaba muchas veces una situación de pobreza extrema: había días en que  sencillamente no comía. Esta situación le ocasionó una úlcera gástrica por la que enfermó de gravedad al grado de caer en un coma, y es durante su inconsciencia en este lapso que aparecen dentro de sus delirios unas criaturas fantásticas, animales híbridos, que repiten la palabra ‘alebrijes’”.

Don Pedro Linares, prosigue el maestro, enfermó hacía el año de 1936, pero es hasta 1947 que logra superar la enfermedad y traer a los alebrijes a la realidad; vale decir que aunque la  apariencia  de esos seres dista mucho de la que  conocemos hoy en día, las piezas lograron llamar la atención de un prominente pintor.

“Las primeras representaciones que realizó mi abuelo de las criaturas que vio en su coma eran terroríficas, descarnadas, cadavéricas, porque así se le revelaron.  Ahí comenzó formalmente la labor de hacer alebrijes. Esas primeras piezas  las resguarda ahora el Museo Estudio Diego Rivera por la sencilla razón de que Rivera, sin conocer a mi abuelo y mi abuelo sin conocerlo a él, las adquirió cuando ambos se encontraron en el mercado Abelardo L. Rodríguez, en la época en que los muralistas se encontraban decorando los muros del recinto. A ese lugar iba todos los juderos a comer, a comprar nopales o chicharrón para sus tacos, y ahí también aprovechaban para ofrecer sus trabajos a toda la gente que pasara; a Diego le llamaron la atención aquellos primeros alebrijes y los compró, pero después no hubo más personas que se interesaran por los alebrijes pues les causaban mucho espanto. A raíz de esa situación es que mi abuelo comenzó a modificarlos poniéndoles color y adorno para que se vieran tan feos; desde ese punto se fueron popularizando y evolucionando hasta los alebrijes que nosotros fabricamos en la actualidad”.

Como se mencionó anteriormente, los alebrijes permitieron a los Linares desempeñar su obra en cartonería durante todo el curso del año,  pues se trataba de piezas atemporales, independientes a las festividades del calendario. Además, estas simpáticas criaturas se volvieron formalmente, hasta nuestros días, la única artesanía original de la Ciudad de México. Sin embargo, a pesar de que el concepto de los alebrijes es muy notorio en la cultura mexicana y se le emula constantemente, Leonardo Linares aclara muchos aspectos que lo rodean.

“Es necesario considerar, primeramente, que el alebrije es una pieza de ornato que no es religioso ni tradicional en el  sentido de que no se utiliza para rendir culto. Mucha gente en últimas fechas le atribuye  propiedades que a nosotros nos dan risa: que sirve de terapia, para espantar sueños, para traer buena suerte, para quitar las malas vibras. Nada de eso es cierto; el alebrije que creo el abuelo es cien por ciento ornamental y nosotros sentimos el deber de puntualizar muy bien ese aspecto. Por otro lado, considero firmemente que para llegar a realizar un alebrije con detalles, movimiento, plástica, es necesario cumplir con un proceso técnico largo. El alebrije es la culminación de una carrera en que se tienen que aprender y perfeccionar las diferentes técnicas de la cartonería. Hay gente que piensa que puede hacer un alebrije sin pasar por ese camino y la calidad, la soltura y la delicadeza entre los trabajos es muy contundente. Los alebrijes que elaboramos nosotros son esculturas en papel, no tienen ninguna estructura, todo es moldeado y ponemos mucha atención en los detalles, pero, por ejemplo,  llevó dedicándome a esto más de cuarenta años y he tenido que subir todas las escaleras para llegar a darle vida a un alebrije”.

 

Cada cosa en su sitio

Paralelamente, el maestro Linares explica de manera general los diferentes matices que diferencian las técnicas para poder crear piezas de una naturaleza determinada.

“Todo es papel y cartón, pero la técnica para crear un Judas es diferente que a la de  hacer una calavera. Las cabezas para los Judas las hacemos con papel periódico  para poder moldear el rostro del  personaje que queramos o que nos pidieron; luego de la cabeza, se construye el cuerpo de carrizo, como si realizáramos un armazón, para que tenga rigidez y resistencia; una vez terminada la estructura, se empapela la pieza, se pinta y se le colocan los detonantes porque es una pieza efímera que se hace con el propósito de quemarse. Para una calavera, que es el término correcto, no “catrinas”, tenemos ciertas bases que nos permiten crear, por ejemplo, el cráneo de diferentes tamaños, pero los huesos se moldean aparte dependiendo del tipo de pieza que se nos pida, porque puede ser una calavera tehuana con una jícara, o bailando, o una calavera que personifique diferentes oficios como un globero o un fotógrafo.

“Entonces nos guiamos con las bases para el aspecto de las dimensiones y el resto se concibe de acuerdo a cada pieza.  Una piñata es diferente, también se trabaja con papel y cartón pero lleva otro  tipo de materiales como papel de china, crepe, estaño, metálico. Todo eso se tiene que ir conociendo incluso para preparar el engrudo que utilizamos, porque no es lo mismo hacer un engrudo para una calavera que para hacer una piñata:  el de la calavera es más pastoso para que tenga cierta rigidez, mientras  que para hacer una piñata, el engrudo debe ser más delgado para poderlo aplicar y que se puedan trabajar los diferentes tipos de papel.  Finalmente, los alebrijes son otro mundo: no hay moldes y  todo es completamente  moldeado a mano, por eso cada pieza de nosotros es única e irrepetible, podrá haber piezas parecidas pero nunca iguales. De ahí la importancia de dominar el resto de las técnicas mencionadas”.

 

Manteniendo viva la tradición

Además de la destreza y la experiencia para elaborar sus obras, prosigue el artista que comparte su taller con su padre y su hermano, el conocer el simbolismo de cada tradición en que se requieren sus piezas es crucial para poder contribuir a la esencia de las mismas.

“La tradición de los Judas viene desde la evangelización de los frailes franciscanos en donde explicaban que Judas Iscariote  fue el traidor que vendió a Cristo por 30 monedas de plata un día jueves.  Después de la traición, Judas se arrepiente, se ahorca y su cuerpo queda colgado durante tres días hasta que revienta por la descomposición. Eso representan nuestros Judas, por eso se queman en Sábado de Gloria, tres días después del jueves, representando la escena del cuerpo de Judas, pero también la voluntad de los cristianos de destruir lo que este personaje representa, la maldad humana.

“Claro que conforme pasó el tiempo, la idiosincrasia mexicana fue adaptando la tradición y la ajustó a sus propios valores, por lo que se explica que haya Judas con forma de charros, por ejemplo, que representan a los hacendados, los diablos que son los íconos de la maldad, los ‘lagartijos’ que son la gente pudiente que humilla al pueblo, o los payasos que se usaban para representar a los políticos en épocas de censura debido a la frase ‘Al pueblo pan y circo’. Las piñatas están muy relacionadas con esto, porque los Judas se hacen conmemorando la muerte y resurrección de Cristo y las piñatas su nacimiento, además de que también representan los pecados capitales y cuando se rompen caen los aguinaldos como recompensa y dispensas por haberlos vencido. Este sincretismo entre las tradiciones el pensamiento y las tradiciones indígenas y europeas también es patente en el Día de Muertos con las calaveras.

 

Guardianes de la memoria

Con sencillez, Leonardo Linares enumera que las obras de su familia y la propia  han viajado a diferentes partes del mundo como Japón, Australia, Reino Unido, Brasil, Estados Unidos y Europa, continente que solicita constantemente piezas.  No es este un aspecto menor, pues fueron los Linares quienes abrieron paulatinamente el mercado para que otros artesanos en México pudieran ofrecer sus alebrijes fuera de nuestras fronteras. En cuestiones de producción, el maestro indica que la mayoría de su trabajo viene sobre pedido, pues es considerable el tiempo que se invierte a cada pieza, pero a veces se pueden crear obras que incluso se venden antes de estar terminadas, llevando siempre el sello de originalidad y detalle de su taller.

Haciendo honor a su origen citadino, la familia mantiene estrechos vínculos con su colonia y con la comunidad en general, llevando a cabo anualmente una “Quema de Judas” que ha mantenido viva esta práctica a lo largo del tiempo.

“Nosotros comenzamos con estos eventos gracias a que los Judas que no vendía mi abuelo en los días de Semana Santa, los quemábamos en familia en esta misma calle, cuando yo era niño. Y me enorgullezco personalmente por el hecho de que gracias a nosotros y a  nuestro trabajo, a nuestra persistencia, ha resurgido la tradición de la “Quema de Judas”: Los Linares organizamos la quema grande aquí con nuestros propios recursos e invitamos a la gente para que asista; debido a esto, muchas personas se han llevado la tradición a sus propias colonias y se sigue manteniendo vivía”.

Finalmente, Leonardo Linares se despide expresando las alegrías que le ha dejado el materializar la cosmovisión mexicana.

 

Nos queda mucha satisfacción, porque a Pedro Linares le debemos que exista  la cartonería. Sin mi abuelo este oficio hubiera desaparecido desde hace muchas décadas y no habría “Quema de Judas”,  ni las calaveras, ni piñatas tradicionales; gracias a él nacieron los alebrijes que son considerados un tesoro dentro del arte popular, nada menos. A sus descendientes nos deja también el deber de mantener la tradición del papel y del cartón y poder lograr que la gente se interese y que cuando quiera conocer más se acerque a los talleres artesanales.

Es muy importante que los mexicanos  reconozcan las artes populares y las distingan debido a que las obras que entran en este rubro son completamente hechas  a mano, a diferencia de las artesanías que se producen en cantidad o industrializadas; es fundamental dimensionar el grado de dificultad que cada pieza representa y valorar el trabajo de los talleres y sus maestros. Yo solo le pediría a la gente que se acerquen a ellos, que no tengan miedo de preguntar; a nosotros nos da mucho gusto cuando las personas se interesan por nuestro trabajo. Las artes populares son parte de nuestra identidad y cultura y como tal tenemos que protegerlas.