“El hombre feliz es aquel, que siendo rey o campesino,
encuentra paz en su hogar.”
Goethe.

 

Hoy inicia el tiempo llamado, Semana Santa, que va del domingo de ramos al domingo de resurrección, según la tradición católica, de gran influencia y arraigo en nuestro país. Para las religiones cristianas, se trata de la pasión que vivió Jesucristo en la tierra sobre todo en el tiempo en que fue condenado, muerto en cruz y resucitado al tercer día.

Profesión de fe que sustenta el misterio de la muerte y pasión de Dios hijo en este mundo. Yo soy católico, creo y profeso esta religión, pero mi pensamiento y actuar es de apertura total, pues respeto a las otras religiones, muchas de las cuales, coinciden con esta cosmovisión, muchas otras no, también respeto a los que no creen en nada, ni en nadie.

Mas allá de las convicciones personales, el ser humano siempre ha buscado su relación con lo trascendente, mucho de lo cual no puede explicarse, pero en su interior alberga siempre una certeza de que hay algo que lo sobrepasa, que esta por encima de su ser, que es algo más grande. Los que creemos le llamamos Dios, otros, vida, naturaleza, cosmos, fuerzas sobrenaturales.

En este tiempo en el que ya hemos acumulado varias semanas de confinamiento por la pandemia del coronavirus, se han dado diversas formas en las que se ha aprovechado o matado el tiempo. Cierto es que, obligados por esta crisis, de manera extraordinaria regresamos a resguardarnos en el espacio común que compartimos con nuestros seres queridos.

Algunos simplemente le llaman casa, pienso que ese termino, solo define un lugar donde a veces la convivencia no existe, un lugar que es solo un espacio, indistintamente de su configuración concreta, tamaño, forma o integración material como tal. Una casa es solo la definición de ese espacio físico donde pueden vivir varias personas sin compartir, donde se llega a dormir, pero quizás no a descansar, donde están los familiares, pero no se convive y muchas veces no se sabe nada de ellos.

Una casa puede darte techo, pero no cobijo, un espacio donde estar, sin estar. Una jaula o prisión, el único reducto al cual puedes ir, aunque no quieras ir. En cambio, tener un hogar, es distinto, pues ahí tienes refugio y salvaguarda. Ahí se convive, se equilibra, se comparte la alegría y el dolor, el triunfo y el fracaso, los planes, proyectos y sueños.

Ahí existe la confianza y el amor, la seguridad, la tranquilidad, las ganas de estar. Lejos de ser una cárcel o jaula, es el espacio de expansión, crecimiento y desarrollo. El hogar es aquel donde eres quien eres, sin simulaciones, en la realidad. Donde también hay desavenencias, desacuerdos, discrepancias y problemas. Pero a las que siempre se les buscará y encontrará la solución. Pues los más fuertes ayudan a los más débiles, todos tienen responsabilidades y todos están dispuestos a ser solidarios. El hogar lo define la convivencia, la actitud, el amor, la confianza, no el tamaño, ni la zona o confort material que tenga. Va mas allá de lo físico.

La crisis de salud nos obligó a regresar a ese espacio común: casa u hogar, depende de cada uno, como lo ha construido. La realidad es que este tiempo obligado, que no habíamos vivido nunca, nos sirve para reflexionar si vivimos en una casa o en un hogar, pues para algunos este tiempo ha sido como estar en una jaula o prisión, para otros es nuestro espacio más seguro, donde queremos y podemos estar.

 

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