“La sabiduría no está en los hombres
canos, sino en los libros viejos”.
Fray Antonio de Guevara

 

Este 23 de abril, el Día Internacional del Libro y de los Derechos de Autor se celebrará a muy sana distancia ante las disposiciones sanitarias que se aplican en casi todos los países del orbe.

Al igual que en muchos enclaves del mundo, en la Ciudad de México esta conmemoración utilizará las vías digitales a fin de generar un espacio de lectura constante que recuerde la importancia de esa vieja tecnología que en 1450  encontró en el maestro alemán Gutenberg a su democratizador, pues de no haber sido por la imprenta, los libros hubiesen quedado constreñidos a las clases dominantes, poseedoras de los capitales necesarios para pagar a los acuciosos copistas, traductores y autores que garantizaban un incipiente derecho a la memoria expresado en sus acabados manuscritos monacales.

El vuelco provocado por la masiva producción de libros de 42 líneas, impresos por la máquina diseñada por él, serán la semilla divulgadora de los procesos culturales negados por centurias a las mayorías; de ahí que no sea baladí que fuera en la tierra de Gutenberg  donde se origine el movimiento reformista encabezado por Lutero, cuyas 95 tesis impresas clavó en las puertas del templo y cuya traducción de la Biblia -al alemán- abrió el camino a un intenso proceso de alfabetización, reflexión y comprensión a favor de la humanidad.

Así es como el libro divulga y promueve el conocimiento y las ideas, transformándose en una tecnología perseguida y condenada por aquellos estamentos de poder apegados a la ignorancia del pueblo como instrumento de sumisión.

Por ello, resulta paradójico que sea Alfonso XII quien, en 1926, obsequie a la Cámara Oficial de Editores de Cataluña el decreto por el cual el Reino Español reconoce el 7 de octubre como el Día del Libro; a pesar de esa determinación, como promotor del cambio,  el escritor valenciano Vicente Clavel Andrés no cejará en su esfuerzo por convencer al mundo editorial de que el 23 de abril debiese de señalarse como Día del Libro, ante la coincidencia en tiempo de los fallecimientos de Cervantes, el Inca Garcilaso de la Vega y Shakespeare.

A partir de 1930 el Rey acepta dicha fiesta y se inicia la tradición del Libro y la Rosa, misma que será asumida por la UNESCO en 1988; por este motivo al año siguiente nuestro país se sumó a esa festividad universal.

Hoy, una vez más, asuntos antagónicos, contrarios al espíritu de la lectura, harán imposible llevar a cabo las tradicionales fiestas que para tal ocasión se organizan en más de cien países en el mundo.

En esta encrucijada el Covi-19 nos impide salir a las calles, a las librerías y a los espacios culturales que convocan a conmemorar al libro como herramienta democrática de difusión de las ideas y a buscar, como muy bien expresó Fray Miguel de Guevara, la sabiduría en los libros viejos, más que en los hombres canos.