Por Luz Herlinda Alquicira Carrillo
Inicio este texto con una pregunta que considero que no sólo a mí me llega a momentos en esta crisis sanitaria de pandemia por el Covid-19: ¿Por qué las personas están tan abiertas a creer que sus estilos de vida, su estabilidad individual, sus rutinas y su salud están por desaparecer por esta emergencia sanitaria?, ¿Por qué, a pesar de que se ha expresado el bajo porcentaje de defunciones de las personas contagiadas, se sigue creyendo que el fin está cerca?
No me interesan las teoría conspiracionistas como las de ingenierías biotecnológicas, ni las que se acercan a los factores socioeconómicos que la pandemia ha desencadenado, tampoco las teoría científicas que abordan variables genéticas, demográficas y de transmisión… hay bastante de estas temáticas en las redes. Creo interesante reflexionar acerca de la disposición a creer en la fatalidad de un evento y las consecuencias graves que tiene esta credibilidad, por lo pronto el que instituciones de gobierno, recursos significativos de países sean destinados a “combatir” esta enfermedad exclusivamente. Por la envergadura de estas decisiones se podría pensar que así tiene que ser, que no puede haber equivocación o fallo en estas acciones. Pero, a decir verdad no se sabe que ha sido primero: el alerta de los medios sobre lo que pasa o la reacción de los gobiernos; en un mundo ideal hubiera sido que los gobiernos conocen la información de primera mano (científicos, Médicos, agentes informantes entrenados en el campo) e inmediatamente reaccionan implementando medidas, y no son los medios informales y formales los que envían videos, casos, relatos, testimonios, etc. y luego los gobiernos toman decisiones. Sé que no fue así en el caso de todos los gobiernos, pero dada la confusión de cómo y cuándo aplicar los protocolos sanitarios, la presión social que existe al respecto tanto como para extremar medidas, como para no hacerlo… hacen pensar en que la información procede de lugares indirectos y se ha interpretado de varias formas.
Se alaba las formas de reaccionar de los gobiernos europeos, los europeos se han solidarizado intensivamente ante el “inminente desastre”, aquí en México, hay personas que echan en falta este encomio para prevenir la tragedia. Son evidentemente formas de reaccionar muy diferentes, se habla de una mayor conciencia, responsabilidad, previsión y planeación por parte de los gobiernos y la población europea, y del desaliño en todos los órdenes de México. Estas actitudes tienen mucho que ver con los sentidos de vida de las personas que integran a las sociedades, creer que el fin está cerca, que nos hermana y solidariza la tragedia es algo frecuente en nuestro país (baste pensar en las acciones de la sociedad civil en los sismos), pero esta pandemia, sólo es tomada muy en serio por ciertos sectores de la población, los que no dependen del día a día del trabajo para solventar sus necesidades, las que tienen cierto patrimonio para “resistir” estas incidencias. ¿Los necesitados son más inconscientes del peligro, menos informados que los demás?
No. Sus sentidos de vida o prioridades son otras. El discreto encanto del apocalipsis no es para todos, es para quienes tienen gran necesidad de salir de una individualidad asfixiante , es para quienes desean compartir algo con los demás sin poner en riesgo su status quo, vivir una trascendencia que los evada de la ansiedad cotidiana…son premisas que los grupos necesitados no entienden, no por ignorancia, sino porque tienen otros objetivos, como sobrevivir ante un entorno inmediato.
Ya en otros momentos históricos la seducción de un final trágico, ha hecho que las personas encuentren sentido a su día a día, la desgracia ha logrado que las personas sean capaces de ver una trascendencia por la que vale la pena sacrificarse y aceptan esto con doloroso placer.
Desafortunadamente, este desvío de recursos para contrarrestar las inminentes amenazas, generan tragedias domésticas –muy reales–, el que los hospitales sean transformados en entidades especializadas para atender la pandemia, tiene costos de vida a pacientes vulnerables que tienen que desalojar la institución o se difiere su tratamiento por el bien común por los protocolos lejanamente establecidos y la presión social a las autoridades.
La forma de reaccionar ante la pandemia es diferente, pero no son malas estas diferencias, forman parte de la identidad de cada sociedad y es muy interesante que pese a la globalización, el acceso a la información y los medios, estas diferencias continúen existiendo, el que no exista una respuesta homogénea es lo que constituye la verdadera esperanza, pues gesta alternativas, evita el monopolio de una respuesta única y puede prevenir los daños colaterales que conlleva sanar la pandemia.
La autora es doctora en Psicología, Hospital Juárez de México.

