El rapto hoy
Lejos de ser raptada por Zeus, prendado de ella, como en el mito, hoy la Unión Europea corre el peligro de sucumbir victimada por los nacionalismos y el racismo, la mezquindad y los miedos que se dan en sus países miembros; y que usan políticos ambiciosos e inmorales -y, entre ellos, más de un loco- decididos a hacerla implosionar.
El peligro está siempre latente en los países del continente, cuyos gobiernos y sociedades nacionales se enfrentan al desafío de ser, como Unión Europea, cada vez más Europa, sin dejar de ser países con su propia identidad, que les da la oportunidad de contar más en el mundo. O de que, al no aceptar los países europeos el reto, continúen siendo solo países individuales, y, con ello, sean menos importantes -algunos de ellos irrelevantes- globalmente.
El peligro hoy se agrava -es mortal- porque la pandemia del coronavirus, que está asolando al continente -y al mundo- acrecienta los nacionalismos y el racismo, la mezquindad y los miedos, y la Unión Europea puede sucumbir a tan deleznables tentaciones, lo que terminará siendo su sentencia de muerte como actor supranacional de relevancia mundial.
De suceder esto, cada uno de los 27 miembros de la Unión Europea tendrá importancia individual mayor o menor en la sociedad internacional, pero no -salvo en el caso de Francia y Alemania- la que tendría como integrante de la Europa comunitaria.
En estos tiempos del coronavirus, la Unión Europea corre el riesgo de debilitarse gravemente en la medida en que la solidaridad de sus miembros más poderosos hacia los menos favorecidos no opere, en que la “casa común” que debe ser la Europa comunitaria para todos los miembros del Club vuelva a ser parcelas con fronteras nacionales, y en que la solidaridad hacia los de afuera, hacia inmigrantes y refugiados, que apenas se da en cuentagotas, deje de existir.
Pasarela de extremistas y de manipuladores
Comienzo por mencionar a los manipuladores que, desde fuera de la Unión Europea, no escatiman recursos para atacarla, con el ánimo de destruirla. Trump, como la voz del país más poderoso de la tierra, abunda en críticas, afirmando textualmente que “la Unión Europea la formaron para aprovecharse de Estados Unidos”, y que Europa es un enemigo. Celebró ruidosamente el brexit y ofreció a los británicos un acuerdo comercial que -aseguró- sustituiría con ventajas los tratados con Bruselas, de los que se están desligando.
Toca el turno también al primer ministro británico Boris Johnson, quien, encabezando a la mitad de la población del Reino Unido, abjura de la Unión Europea, y, con una suerte de fervor religioso, se está desvinculando de Bruselas. La violencia verbal del premier, en la negociación del brexit, refleja su animadversión y la de millones de sus connacionales a la Europa comunitaria. Un antieuropeísmo que Dominic Raab, el político –“el desconocido más célebre”, según un cruel comentario de prensa- que sustituye temporalmente a Johnson, víctima del coronavirus, sostiene como verdad de fe.
Debo precisar que la fiebre antieuropea que aqueja a la mitad del Reino Unido y a sus políticos -por supuesto no a irlandeses y escoceses- estoy seguro que no la padece la reina Isabel II. Su larga y rica experiencia, su talento y visión de Estado y su patriotismo la han vacunado contra esta pandemia de patrioterismo. Pero su condición jurídica de jefe de Estado, que no gobierna, le impiden pronunciarse oficialmente.
Hay que hacer notar que, al igual que la reina, y con una personalidad opuesta a la de un farsante como Boris Johnson, el recién electo líder del partido laborista, Keir Starmer, es un político “moderado, competente y eurófilo”, aunque nunca pudo oponerse a su jefe respecto al brexit.
Putin, como Trump y Johnson, también conspira contra Europa, pero mientras la conducta de Moscú es comprensible en la lucha y reacomodos de potencias de diversos signos ideológicos en el escenario mundial, en el caso del estadounidense y del británico los ataques a la Unión Europea son acciones contra natura, porque Europa -el continente y las islas- y Estados Unidos son Occidente.
El autócrata ruso conspira contra la Europa comunitaria, coludido a menudo con gobernantes y otros dirigentes políticos europeos. Es el caso, por ejemplo, del primer ministro húngaro, Viktor Orban, de quien se ha dicho que es el caballo de Troya de Putin en la Unión Europea. El premier, por cierto, con el pretexto del coronavirus, gobierna por decreto, lo que Bruselas considera, con toda razón, que atenta contra el Estado de Derecho.
También el ultraderechista italiano y eurófobo feroz, Matteo Salvini, que vive entre el “asalto” al poder y su repliegue en la oposición, guarda relaciones estrechas con Putin -se llegó, incluso, a denunciar que Moscú había financiado al partido político de Salvini. Asimismo, la ultraderechista francesa Marine Le Pen, la más importante contrincante del presidente Macron, tiene buenas relaciones con el jerarca ruso.
Termino esta incompleta pasarela de eurófobos mencionando, por una parte, al gobierno polaco, manejado desde la sombra por Jaroslaw Kaczynski, y que es objeto de apercibimiento de Bruselas, ante la emisión de leyes que atentan contra el Estado de Derecho. Por otra, al partido ultraderechista español, Vox, anti inmigrante, de nacionalismo rancio y retórica que agrede, en la voz de su líder Santiago Abascal; un partido que se ha fortalecido con el apoyo irresponsable de Pablo Casado, el jerarca del Partido Popular.
La insolidaridad y los temas apremiantes
La aparición del coronavirus en Europa y su aumento exponencial, en un primer momento en Italia, provocó reacciones insolidarias entre los países miembros de la Unión Europea, que dieron lugar a comentarios críticos de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, durante la sesión especial del Parlamento Europeo el 26 de marzo.
La mandataria lamentó que cuando Europa necesitaba de “todos para uno”, hubo muchos que respondieron “todo para mi”, y se preguntó si la pandemia dividiría a la Unión, entre ricos y pobres. Pensaba, sin decirlo, en la negativa inicial de Alemania y Francia de facilitar material médico a una necesitada Italia; un veto que, afortunadamente se corrigió después.
El imperativo de solidaridad entre los miembros del Club de Bruselas -la Unión Europea- exigió, desde el primer momento, de un fondo multimillonario y un mecanismo ágil de ayuda a sus países miembros, a fin de paliar los graves daños que el confinamiento de la población y otras restricciones está produciendo a la economía y a las empresas, grandes consorcios y MiPYMES, y al europeo de a pie. Exige, también, la atención prioritaria al dossier de la inmigración, y al del espacio Schengen -las fronteras de la Europa comunitaria- cerradas por ahora a ciudadanos, transportistas y empresas de países no europeos.
Otro tema álgido, como lo señalo, es -lo ha sido en todo momento- el de los inmigrantes y los refugiados, que deberá debatirse a fondo con el objetivo de encontrarle solución. Por imperativo moral para un Club que se ostenta como cristiano -Occidental Cristiano- y por exigencia de realismo, ya que la inmigración de África y Medio Oriente hacia Europa es imparable. Pero también por conveniencia, porque, quiérase o no, serán los inmigrantes y sus hijos quienes pagarán las pensiones de los ancianos de ese continente de viejos, y los que, a la larga, lo rejuvenecerán.
Sin embargo, líderes manipuladores alimentan los miedos, la mezquindad y la xenofobia, estas enfermedades que padecen las sociedades de los países europeos, como lo muestran estos, entre múltiples ejemplos:
La ultraderechista Marine Le Pen, en la campaña presidencial francesa de 2017 declaró su intención de poner fin a la inmigración “legal e ilegal”, y hace un mes habló de “los vínculos entre la inmigración y la delincuencia”, afirmando, además, que “los europeos ya tienen al islamismo en casa”. La señora se prepara ya para las elecciones presidenciales de 2022 -y hoy por hoy empata con Macron en intenciones de voto: 27 por ciento.
Por su parte, el mencionado líder de los Populares -el respetable partido político español, parte de la derecha civilizada europea- no se ha cansado de agitar los miedos de la sociedad a la inmigración, incluso con mentiras burdas, como cuando en 2018 dijo que un millón de inmigrantes se preparaban en las costas libias para llegar a España y que, “según estudios de oenegés”, 50 millones de africanos recababan dinero para hacer esa ruta.
Ante tales falsedades, nada extraña que Santiago Abascal, del ultra derechista Vox, dijera, el pasado febrero, inconsecuencias tales como las de que los extranjeros cometen más violaciones que los españoles. Lo que, por cierto, le valió denuncias por injurias y que un juzgado levantara diligencias al respecto.
Lo cierto es que la política de los gobiernos de la Unión Europea en materia de inmigrantes y refugiados no ha alcanzado la unanimidad, a pesar de que -insisto- la llegada de inmigrantes es imparable. A veces en número impresionante, como el más de un millón que solicitaron asilo en 2015, que dio lugar a un tormentoso acuerdo sobre el número -cuotas de acogida- de refugiados que los países comunitarios deberían aceptar.
El acuerdo, de hecho, no se cumplió. Los países aceptaron mucho menos inmigrantes de la cuota que se les fijaba y hubo gobiernos que se rehusaron a aceptarlos. Como la República Checa que solo recibió 12 refugiados y Hungría y Polonia que no aceptaron uno solo. Lo que dio lugar a la intervención de la Corte de justicia de la Unión Europea, que el 2 de abril dictaminó que esos países no han cumplido con sus obligaciones en la materia.
Respecto al espacio Schengen, ante la necesidad de frenar la expansión del coronavirus, la Comisión Europea propuso, en marzo, que se prohibiera, durante 30 días, el ingreso de extranjeros a los países comunitarios, lo que fue avalado por los jefes de Estado y de Gobierno, restringiendo temporalmente los “viajes no esenciales” de personas de terceros países. Estas restricciones, según noticias del 13 de abril, serán mantenidas, por diversos países -el presidente francés, por ejemplo, dice que “hasta nueva orden”.
En síntesis, todo indica que Schengen, cuya naturaleza es el libre tránsito, tardará aún en garantizar plenamente ese tránsito sin restricciones. En tales circunstancias, cuando a partir de julio, Alemania asuma la presidencia rotatoria de la Unión, una de sus principales tareas será revivir ese espacio, para que la libertad de movimiento dentro de la Europa comunitaria vuelva a ser una realidad.
Paradójicamente, Schengen -un mini Schengen- se estaría ampliando hacia los Balcanes, una vez que Bruselas, vencidas las reticencias de Macron, aprobó el inicio de las negociaciones de ingreso de Albania y Macedonia del Norte a la Unión Europea. Una negociación avalada políticamente por Alemania y con el financiamiento de la Comisión Europea y el Banco Mundial. ¡El coronavirus estaría sirviendo para algo!
Oxígeno financiero, los buenos y los malvados,
El más apremiante de los imperativos que enfrenta la Unión Europea, en los tiempos del cólera -el coronavirus- es de carácter socioeconómico y laboral, y requiere de una acción europea común que asigne recursos financieros y establezca mecanismos para paliar la crisis. Lo que ha hecho necesario entablar negociaciones al más alto nivel político y técnico.
Las primeras negociaciones concluyeron en un impasse, en una atmósfera, además, de tensiones y en el enfrentamiento, no exento de expresiones agresivas del núcleo de países del Norte con los del Sur -mediterráneos-, como sucedió en la crisis de la deuda de la zona euro en 2010.
Los primeros, encabezados por el primer ministro holandés, Mark Rutte, y a los que se integraba la canciller Ángela Merkel -seguramente a su pesar, condicionada por presiones políticas y de legislación interna. Por su parte, los países mediterráneos contaron con la acción -reconocida por expertos como hábil y enérgica- de Pedro Sánchez, presidente de gobierno español, del primer ministro italiano Giuseppe Conte, y del premier portugués, Antonio Costa; y, ciertamente, con el apoyo de Emmanuel Macron, el mandatario francés.
Los debates sacaron nuevamente a la luz los prejuicios de los países del Norte sobre los del Sur, con expresiones como “las cigarras del Sur” y la actitud, calvinista en el peor sentido del término, de Rutte, oponiéndose a la asignación de recursos sin que mediaran duros condicionamientos.
Respecto a la expresión de tales prejuicios y actitudes de superioridad del ministro Rutte y los países del Norte, Jean-Dominique Giuliani, presidente de la Fundación Robert Schuman, ha precisado que actualmente Italia, lejos de ser una “cigarra del sur” es la tercera economía del continente. Que los Países Bajos, excelentes comerciantes, han sido a veces deshonestos, practicando el dumping fiscal.
Hizo notar, asimismo, que los alemanes se han beneficiado ampliamente con el euro y el mercado único; y que no habría mercado único sin los consumidores del Sur. Que Austria y Suecia, en fin, sin los beneficios de la integración europea tendrían un retraso de diez años.
Finalmente, el 9 de abril los ministros comunitarios de Economía y Finanzas aprobaron un paquete de medidas económicas que podrán movilizar medio billón de euros, a fin de prestar apoyo a empresas y trabajadores que están siendo afectados como consecuencia del coronavirus. Las medidas constan de una línea de crédito del MEDE (Mecanismo Europeo de Estabilidad) de 240 mil millones de euros en préstamos, un fondo del Banco Europeo de Inversiones de hasta 200 mil millones en créditos para empresas y un fondo temporal contra el paro, con 100 mil millones para ayudas al empleo.
No se emitieron, sin embargo, los llamados coronabonos, que son títulos de deuda europea mutualizada dirigidas a financiar la economía europea que ha quedado dañada tras la propagación del coronavirus. Esta mutualización de deuda, ha sido apoyada por la presidenta comunitaria Ursula von der Leyen, Pedro Sánchez y el expresidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, entre otros.
Concluyo señalando que los riesgos de implosión o lento desmembramiento que enfrenta la Unión Europea, agravados por los daños que produce el coronavirus, parecen estar siendo superados, gracias, finalmente a la presencia de políticos responsables y al ejercicio del arte de la negociación -la política y la diplomacia. Felizmente.