Este siglo XXI, aparte de la pandemia que nos afecta y espanta, ha traído el fin de los mitos religiosos. El siglo XX trajo la consolidación del mito político; se manifestó como una forma de religión. Qué cosas estamos viendo.
El fin de los mitos religiosos es un hecho; esto es cierto cuando menos en Occidente. Nietzsche, en el siglo XIX, hablaba de la muerte de Dios; nadie le creyó; muchos lo maldijeron; pocos le creyeron. Al parecer esa tendencia no se observa en los países de Medio Oriente.
En el siglo pasado algunos hablaron de mitología y de desmitologización. R. Bultmann, en una obra a la que tituló Jesús-La desmitologización del Nuevo Testamento, dio fuerza a la idea de eliminar los mitos que se colaron en esa parte de la Biblia. Antes y con posterioridad a la aparición de esa obra, otros sostuvieron una tesis parecida.
Durante muchos siglos, la humanidad se desarrolló con base en mitos, religiosos o políticos. Se ha operado un cambio. Todos somos testigos del fenómeno. En el pasado, para poner fin a las epidemias, se organizaban misas, procesiones y quema de herejes. En la actualidad en México y el mundo, ellas han sido prohibidas y éstas son delitos. Nadie, o muy pocos, piden la intervención de los Dioses o confían que ellos den solución al problema sanitario. Hay excepciones. Son muy pocas.
Cuando menos en México sigue habiendo políticos que recurren al pensamiento mágico como fórmula para solucionar problemas. Quien lo hizo fue objeto de burla y escarnio de parte de la mayoría o, cuando menos de los pensantes. Los ministros de los cultos no salieron en su defensa; tampoco apoyaron su dicho ni consideraron idónea la supuesta defensa mágica. Los religiosos: cardenales, arzobispos, obispos y curas, con su silencio, la descartaron como solución; prefieren el aislamiento y las medicinas.
Qué lástima. El clero católico dejó ir una oportunidad de oro para demostrar que sus amuletos y, concretamente, que las imágenes del Sagrado Corazón de Jesús, sí son aptas para ponernos a salvo del corona virus. Defraudaron a su grey y a quien las tomó como defensa. ¿En lo sucesivo, quién va a creer en ellas y en ellos?
Todos, salvo uno, confiamos en que la solución vendrá de la ciencia y el aislamiento. En esto hay consenso en una sociedad polarizada.
A pesar de lo anterior, uno que otro cura y hasta obispos, han querido llevar agua a su molino. No apuntan soluciones, pero, sin más prueba que su palabra, han afirmado que la pandemia es castigo de Dios por tal o cual acción. De ser ello cierto, ellos no han reconocido la culpa, y no poca, que les asiste.
En Europa, antes de la pandemia, se veía las iglesias y los templos vacíos; ahora, con motivo de ella y de lo ordenado por las autoridades, lo siguen estando y con mayor razón. Las finanzas de las iglesias se han venido abajo. Como muchas empresas, no saben si sobrevivirán. Su discurso es que se trata de una institución inmortal, hasta el fin de los tiempos.
Ahora son los mitos políticos los que han venido a suplir a los religiosos. Se habla de que el Covid-!9 fue diseñado en tal o cual laboratorio de China; se da, incluso, el nombre del científico que lo creó. Los chinos, por su parte, hablan de que fue obra de los Estados Unidos de América, como parte de su guerra comercial.
El mito político prometió soluciones mágicas y mediante un líder mesiánico. Ante los resultados pocos creen en unas y en otro. Hemos llegado la convicción de que la solución está en la ciencia, la disciplina, el trabajo y el ahorro; la primera procurará la cura al mal; la disciplina impedirá la propagación de la epidemia; el trabajo y ahorro nos permitirá recuperarnos económicamente.
Todo indica que la Semana Santa de este año será la más desangelada de la humanidad. Nada de las tragedias pasadas impidieron celebrarla de forma tan general y masiva; nada se le comparará. No me atrevo a decir que no habrá otra peor en el futuro; mis pocas lecturas y mi larga vida me aconsejan no intentar predecir el futuro. Muchos se han equivocado al intentarlo.
Los recursos económicos que no entrarán a las arcas o al patrimonio de las iglesias son incalculables; se les va a ir la mejor temporada; la que les daba para vivir el resto del año y no mal. Lo mismo se puede decir de los comercios anexos, que son muchos y redituables. La mejor temporada se perdió irremisiblemente. La Villa de Guadalupe está teniendo grandes pérdidas. Ni en los tiempos de la revolución, que duraron siete años, la merma fue tan grande; no significó tanta pérdida. Cuántas indulgencias no se impartirán. y cuántas almas, por falta de extrema unción, no alcanzarán a ver el Cielo prometido y cuya obtención fue el propósito de toda una vida. No habrá misas, ritos ni ceremonias que conduzcan a las almas.
Los que fallecen por razón de la epidemia, no recibirán los honores, reconocimientos y ritos que la religión y la piedad prescriben. Cuántos ingresos se perderán por falta de ellos.
Muchos se arrepentirán de no haber comprado acciones de las empresas dedicadas a las honras fúnebres o de las compañías farmacéuticas.
En fin, todo ha cambiado. Los niños y los jóvenes que sobrevivan, cuando sean viejos, recordarán estos días como un antes de la epidemia y un después de ella. Los viejos que conocí hablaban de antes y después de la influenza española. Las epidemia son señeras.
Estamos ante uno de los tantos fines que ha tenido el pensamiento mágico. Durante algún tiempo nadie pensará en soluciones mesiánicas, sin importar que sean religiosas o seculares. La humanidad no tiene mucha memoria. No sería de dudarse que algunos de los que viven vean surgir un nuevo mesías que prometa acabar con la corrupción, el mal gobierno y la anarquía; van a ser testigos de que muchos le creerán y lo seguirán. En estos momentos un empresario norteño se pudiera estar frotando las manos y diciéndose a sí mismo: ya viene la mía.
Sea quien sea el sucesor, lo cierto es que el próximo presidente de la república, su gabinete y demás equipo de trabajo, van a tener que hacer frente a una sociedad polarizada e incrédula; no sólo eso, van a intentar gobernar con un marco constitucional proteccionista, intervencionista y populista que no podrán cambiar y, si lo intentan, no lo podrá lograr fácilmente. Van a estar atado de pies y manos.
No alcanzo a entender a la actual clase gobernante. No se si fue previsora o perversa. Llegó para quedarse; o, en el peor de los casos, para impedir.