La economía de México se encuentra grave, está en cuidados intensivos. El mal viene de lejos, por lo menos desde último trimestre del 2018, que presentó síntomas de decrecimiento. Eso sin hablar de otros daños crónicos degenerativos, presentes desde antes. Sin necesidad de una bola de cristal, se advirtió a tiempo del advenimiento de una desaceleración  global, lo comente en mis colaboraciones de ese tiempo.

Para 2019 al conocerse la ley de Ingresos y la composición del PEF, otra vez se  advirtió que el entorno Internacional y los propios signos internos reclamaban hacer ajustes y previsiones. Las cosas se agravaron con algunas decisiones unilaterales que se escudaron en supuestas “Consultas”, fundamentalmente la cancelación del Nuevo aeropuerto Internacional en Texcoco que tenía estructurado su propio financiamiento. Esto derrumbó la confianza de los inversionistas, que sumado a la falta de pericia en el ejercicio del gasto y la concentración de las compras gubernamentales en la Oficial Mayor de Hacienda, provocaron que el entonces Secretario de Hacienda, hiciera su maleta y renunciara.

La cara de pánico del nuevo secretario quedará para los anales periodísticos. Arturo Herrera, es sin duda un economista preparado, pero carece del carácter y la ascendencia sobre el ejecutivo que el puesto necesita, por eso desde que era subsecretario ha sido desmentido y corregido. Otro ya le hubiera tirado los bártulos por los maltratos. Pese a los datos y contra todas las evidencias, el ejecutivo siguió  apostando que el crecimiento sería del orden del 2 por ciento, sin que hasta ahora haya pagado la apuesta. La cruda realidad lo puso en su lugar. Los números fueron negativos -0.1 por ciento. Para este año nuevamente regresó el optimismo a Hacienda y sus previsiones volvieron a rondar en un aproximado del 2 por ciento en contra de todos los análisis prospectivos. Se formuló una Ley de Ingresos y un presupuesto irreal con variables poco sólidas, basadas en precios del barril de petróleo demasiado alto y una fortaleza del peso, que en realidad era una sobrevaloración del mismo.

La realidad es que se mantiene la disminución del crecimiento económico global, nuestro vecino del norte a cuya economía estamos atados, no crecerá más allá del 2 por ciento, la de China rondara alrededor del 5 por ciento. Los precios del petróleo seguirán bajos, nuestro peso parece haber encontrado su valor real en torno de los 23 por dólar. Y nuestro barril de petróleo estará por el orden de los 16-18 dólares en el corto plazo.

Lo preocupante es que el entorno Internacional que se agravó  con la pandemia del  coronavirus, y tampoco se normalizó la guerra comercial de los Estados Unidos con China y menos se estabilizó el siempre volátil mercado petrolero. Aunado a la baja tasa de interés de la FED y las muy altas de BM, terminará por profundizar la salida de capitales de nuestro país. El desencuentro con la IP tampoco propiciará la inversión y lo esperable será de números negativos del orden del 6 al 8 por ciento en el PIB.

En estos momentos de crisis la conducción económica necesita la instrumentación de medidas contra cíclicas, no tanto para crecer, sino para evitar una caída más abrupta; pero los enfoques ideologizados evitan que se realicen políticas públicas de protección a la planta productiva y el empleo, para mantener la capacidad adquisitiva de los trabajadores, y apoyar a los integrantes de la economía informal, a los  que no llegan los programas asistencialistas  del gobierno. El gasto público debe redireccionarse,  incluso para ayudar a los pobres, porque serán estos los primeros que sufran en carne propia los efectos de la desastrosa gestión económica del actual gobierno.

Finalizo, destacando el papel del sector primario, específicamente el agroalimentario, gracias a su trabajo tesonero se han mantenido las cadenas de producción y abasto de alimentos, sin su contribución la situación estaría bastante peor, pese a la errática Politice Publica y ocurrencias para con los productores del campo.