Entrevista con Angélica Velázquez Guadarrama | Historiadora del arte.

 

Para todas las personas que acostumbran a asistir a museos, galerías o exposiciones diversas, es conocido que la apreciación de  una obra de arte, específicamente dentro del rubro de la pintura, supera en muchas ocasiones  el encanto de la vista. Tras el reconocimiento de formas, colores, escenas y muchos otros elementos,  cada una de las representaciones pendientes de los muros cuenta la historia  de si tiempo entre personajes, paisajes y objetos. El asimilar esta experiencia permite, a quienes visitan la pieza, llegar a un plano de interpretación donde los simbolismos en el lienzo trazan con claridad el mundo del autor e incluso su pensamiento mismo.  La doctora Angélica Velázquez Guadarrama, una prestigiosa historiadora del arte,  emprendió la tarea de desentrañar estos fascinantes aspectos en la pintura mexicana del siglo XIX, pero tomando como punto de partida a las mujeres de la época. Es así que bajo el sello del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, la especialista publicó Representaciones femeninas en la pintura del siglo XIX en México: ángeles del hogar y musas callejeras.  Sobre este volumen conversó con Siempre!

“Este libro tiene como objeto de estudio las representaciones que diversos pintores, nacionales y extranjeros,  realizaron de las mujeres mexicanas en el siglo XIX. Vale decir que muchos de las artistas y las obras que se consideraron para ello, han sido pasados por alto dentro de las narrativas tradicionales que se han ocupado del periodo decimonónico.  Puede tomarse en cuenta el caso, por ejemplo, de Manuel Ocaranza que falleció de alcoholismo a los 41 años y cuya obra ha sido revalorada solo recientemente; pero, de manera significativa, en este rubro marginado se encuentran también las mujeres pintoras, las artistas, cuya labor ha sido opacada por otros factores y circunstancias de su tiempo”.

Entre las razones más contundentes que relegaron el trabajo artístico de las mujeres,  explica Velázquez, se encuentra el hecho de que fue hasta el año de 1888 que la Academia de San Carlos aceptó a las primeras alumnas numerarias, dotándolas, en teoría, de la posibilidad de  ejercer la pintura como como una carrera profesional y lucrativa, aunque en franca desventaja frente a los varones.

“Desde la perspectiva de la formación y la participación de las mujeres en la Academia, pueden considerarse dos etapas: una comprendida entre 1848 y 1888, y una segunda de 1888 en adelante.  En la primera, las mujeres que ejercían la pintura aprendían mediante profesores particulares como Pelegrín Clavé y Miguel Mata, que impartían sus clases en los hogares de las alumnas, la mayoría de ellas pertenecientes a la aristocracia virreinal o la burguesía naciente; su obra se exponía en San Carlos pero después retornada a los salones familiares y nunca estuvo sujeta a compraventa. Ya en la segunda etapa durante 1888, cuando las mujeres fueron aceptadas formalmente como alumnas, el mundo de la pintura femenina dio un vuelco pues las mujeres podían aspirar al profesionalismo y a vivir de su trabajo. Pero las artistas se enfrentaron a enormes vicisitudes de género, pues, solo por mencionar un caso, su asistencia a las clases de desnudo masculino se volvió todo un tema de controversia”.

A pesar de todas estas dificultades, la también investigadora,  rescata en su libro a cuatro artistas: las hermanas Juliana y Josefa Sanromán, Guadalupe Carpio y Eulalia Lucio. Este aspecto es digno de reconocimiento debido a que las obras analizadas abren paso a la perspectiva de las mujeres mexicanas  desde los ojos de las mismas mexicanas, un ejercicio de espejo para encontrar similitudes y diferencias entre los diferentes personajes femeninos.

 

Mujer en casa, mujer en la calle.

El volumen ilustrado por decenas de imágenes de alta calidad se encuentra dividido en cuatro capítulos, de los cuales dos son dedicados  a representaciones de mujeres hogareñas y el resto a mujeres retratadas en el espacio común. El primero de estos apartados es una incursión a la imagen burguesa de la mujer decimonónica y las imágenes de la domesticidad.

“En el primer capítulo del libro se estudian cómo eran las representaciones femeninas en la pintura  a partir de los esquemas tradicionales que se aplicaban a las mujeres de condición social media y alta. Es un tema interesante en tanto se pueden identificar simbolismos importantes para la época, como la relación que guardaba el concepto de la virginidad con las flores. Además, gracias a la literatura de estos años y las pinturas es posible construir un canon costumbrista sobre las actividades femeninas aceptadas como la música y el canto, pero también algunas otras como la lectura y la escritura que se encontraban en la línea de lo permitido y lo prohibido”.

Posteriormente, el lector se hallará frente a una sección que aborda el tema del papel de la mujer dentro del espacio familiar y su relación con los miembros de la familia, retomando el ámbito de la educación hogareña y, muy especialmente, el rol de la maternidad.

“Numerosas pinturas del siglo XIX nos cuentan sobre las relaciones familiares y afectivas de las mujeres. Llaman la atención primordialmente aquellas pinturas que hacen referencia a las relaciones de pareja: en primera instancia en el proceso de cortejo y después en la convivencia matrimonial.   De igual manera, las escenas que retratan la maternidad son conmovedoras, ya que se retrata a la mujer como depositaria esencial de ternura y amor, pero también como rectora de la educación infantil.  Existen, como complemento, obras que hacen referencia  la mujer y su idealización como buena hija y otros papeles en la familia”.

 

 

Ya en refiriéndose a la mujer en el escenario de la calle, la doctora Velázquez Guadarrama indica que a diferencia de las mujeres de clases altas, aquellas que debían salir de sus casas a ganarse sus sustento contaban con mayor libertad en espacio público, al menos en cuanto a movilidad. Sin los códigos de comportamiento estrictos, estas mujeres se diferenciaban de las de clase alta por su atuendo y por su ocupación, siendo el caso de las chieras, o vendedoras de aguas frescas, uno de los más significativos al respecto.

“Me interesaba mucho ahondar en el caso de la vendedora de aguas frescas debido a que sus representaciones dan cuenta de escenas pintorescas desde el México del siglo XVIII. Además el colorido que es notable en estas imágenes, la chiera aparece, también en diferentes estampas literarias, como una mujer alegre y fable que porta trajes típicos, muchos accesorios tradicionales y la indumentaria para su oficio, por lo que puede convertirse en un compendio de mucho valor documental, sin mencionar que la labor de vendedora de aguas frescas es personificado por mujeres de castas bajas y con ciertos rasgos distintivos que marcan una diferencia contundente con las mujeres analizadas anteriormente”.

Para el último capítulo de su obra,  la autora de  La colección de pintura del Banco Nacional de México continua estudiando a las mujeres en las calles mexicanas, pero esta vez a través de flores y frutos.

“Para concluir con los temas de  la obra,  la figura fémina decimonónica  se  interpreta con criterios igualmente de castas, posición social e indumentaria, pero tomando en cuenta  los múltiples matices de exotismo, fertilidad y abundancia que detonan flores y frutos no solo en ellas, sino también en el imaginario nacional. Aquí probablemente se encontrará una imagen femenina más discreta a diferencia de la vendedora de aguas frescas, pero matizada con la belleza de los bienes que la naturaleza le otorga, siendo a la vez una alegoría de la riqueza mexicana”.

A manera de conclusión, Angélica Velázquez Guadarrama puntualiza lo importante que es revalorar la figura femenina, en tanto artistas y musas, dentro de la cultura mexicana.

“Es necesario valorar la presencia de la mujer en el mundo del arte de los siglos pasados. Actualmente han comenzado a realizarse trabajos muy interesantes sobre  las dificultades que enfrentaron en el siglo XIX, pero también debemos rescatar su obra y darle mucha importancia a lo que sus representaciones significaron para formar nuestra conciencia e identidad nacional.  Las mujeres han sido siempre un pilar, sea en casa o en la calle, para nuestra sociedad y acercarnos a ellas a través del arte es un camino sin desperdicio para entendernos a nosotros mismos como país”.