Los convulsos días que vive el mundo y desde luego  México, llenos de ansiedad, miedo, incertidumbre y desesperanza, han agudizado las conductas sociales buenas y malas. En nuestro caso, han desnudado como el miedo al contagio se traduce en agresión a los integrantes del sector salud, evidenciando una cara trágica y horrenda de algunos segmentos de la población. Los mexicanos en esencia solemos ser solidarios en situaciones trágicas, lo de hoy es impensable.

Por otro lado, a la crisis sanitaria, mal o bien enfrentada, solo el tiempo lo dirá; ha venido a sumarse la ausencia de previsión, la impericia en la conducción, la falta de una estrategia  pensada y diseñada en función de escenarios para efectos de planear las acciones y decisiones. Es muy difícil creer que nadie en el gobierno federal entendió que la hecatombe sanitaria tenía en la otra cara de la moneda de la crisis económica.

Y que no se busque justificar la totalidad del problema económico en el Covid-19,  ya en 2019, hubo decrecimiento económico, pérdida de empleo, caída de la recaudación fiscal, baja en la inversión pública y privada y en general una mala conducción de política publica económica. Y lo mismo cabe decir del sector salud, con recortes presupuestales incomprensibles que se tradujeron en falta de abastecimiento de medicamentos y despidos injustificados. Hoy el gobierno paga las consecuencias y ya nadie le cree que todo fue culpa del pasado. Tienen un año y medio gobernando y tomando decisiones, las que tienen que afrontar.

Y como dice la conseja popular “éramos muchos y parió  la abuela”  en los momentos álgidos de entrar a la fase tres del combate a la pandemia, la terca realidad nos arroja que la violencia creció como nunca. Los datos indican que es falso que bajaron o se estabilizaron los índices de los delitos dolosos o se alcanzó el “punto de inflexión” como les gusta decir. La verdad monda y lironda es que creció la violencia y están muriendo a balazos más mexicanos que nunca en la historia reciente de nuestro país.

Este contexto, descrito brevemente, se agrava aún más, si se observa que la sociedad rebasó ya en muchos ámbitos a un gobierno ineficiente y reactivo. Los gobernadores -muchos- de todos los partidos están tomando medidas de cuidado para con sus gobernados sin esperar directrices de un gobierno federal perplejo y paralizado. Los industriales y comerciantes, ante la falta de respuesta a sus propuestas están actuando ya también por su cuenta. Los jóvenes y muchas agrupaciones de profesionistas se organizaron para llevar insumos de protección y alimentos a médicos, enfermeras y camilleros.

Así las cosas, esperemos que el escenario optimista prevalezca, que el número de contagios y decesos sea bajo, que no se sobresature la capacitada hospitalaria y que el espíritu de sacrificio e inventiva de nuestros médicos puedan inclusive con improvisación sobre la marcha evitar daño mayores.

Nadie, ningún mexicano, quiere conscientemente un escenario catastrofista con miles o centenares de miles de contagiados y muertos, y tampoco que el desempleo alcance las cifras de millón y medio, dos millones que podrían hacerse presentes. Quienes señalamos o criticamos algunas acciones del gobierno, no somos, ni seremos, enemigos ni adversarios de quien detenta el poder. Nos preocupa la conjunción de crisis institucional, de seguridad, económica y sanitaria.