Una consecuencia imprevista de la caída del Comunismo en la Unión Soviética, catalogada como estalinista, es que de modo casi imperceptible Trotsky recibió un segundo aire. El capitalismo estadounidense, que creyó que se convertía en la única potencia del mundo, propuso sotto voce que la izquierda, aquejada de la lucha de clases, tenía que desviar sus baterías, a la lucha de sexos y a la defensa ecológica. El escenario era perfecto, la mujer, incorporada masivamente al mundo del trabajo, se sacudía, sin abolir, el sistema patriarcal y el planeta enfrentaba la destrucción de la capa de ozono, la extinción de varias especies, el deshielo de los polos, es decir, el cambio climático. En efecto, la izquierda mundial se concentró en esos temas, pero los trotskistas, que habían sobrevivido a 80 años de estalinismo, retomaron la discusión. Pepe Gutiérrez Álvarez en su prólogo al libro de Trotsky Cómo hicimos la Revolución de Octubre, lo documenta para España. Señala la gran difusión que tuvieron los escritos de Trotsky en los treintas, impulsados, creo, por dos razones de peso, por ser Trotsky el mejor escritor de los revolucionarios y que sus críticas a la Revolución naciente apoyaba (sin serlo él) a los contrarrevolucionarios de dentro y fuera de la URSS. Sin embargo, el gran impulso al trotskismo ocurre a finales de los cincuentas con la trilogía de Isaac Deutscher: El profeta armado (1954), El profeta desarmado (1959) y El profeta desterrado (1963).

En México, añado, la Editorial Era traduce la trilogía en 1966 y la Editorial Juan Pablos publica, en 1973, un conjunto de ensayos con el título de Literatura y revolución, volumen simplemente deslumbrante. Ahí está el mejor panorama intelectual de Rusia al estallido de la Revolución. Destaca a la vanguardia futurista, aliada a la Revolución, aunque Trotsky, desconfiado que es, advierte que, en el fondo, no dejan de ser burgueses. (Y así fue). Revisa el papel de los naródniki (populistas), la improbabilidad de formar una cultura proletaria y emplea el certero término de “exilio interior” para los que permanecen en Rusia, incubando su rencor.

Pero, sin duda, el ensayo premonitorio que uno lee hoy con asombro, es el que dedica a los Formalistas Rusos, que se dicen poseedores del único método de conocimiento científico de la literatura. Trotsky considera que es el único grupo que puede derrotar al marxismo, y en efecto, muchas décadas después, en los setentas, los llamados estructuralistas dominan en las universidades, primero en Francia, luego en Estados Unidos y en el mundo. Son la oposición a las universidades creadas como resultado de los movimientos del 68 en que dominaba el marxismo. Baste mencionar que los estructuralistas están capitaneados por Lévi-Strauss y por Roman Jacobson. Este último formó parte de los formalistas rusos y en el exilio checo, junto con el Príncipe Trubetzkoi, redactó las famosas Tesis de Praga o Tesis de 1929, base del estructuralismo.

En la UNAM, antes del 68, el latinista Ignacio Osorio encabezaba las huestes del Grupo Comunista Internacionalista de la IV Internacional. El otro destacado trotsko era Manuel Aguilar Mora, quien más tarde sería Secretario General del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).

En el 68, en casa de la actriz Selma Beraud se reunían los trotskistas, entre otros, Nacho Osorio, José Revueltas y Jorge del Valle, marido de Selma. Hoy, en la literatura, un trotskista británico, de origen paquistaní, acapara la atención mundial. Su nombre Tariq Alí. Sus obras: A la sombra del granado, Un sultán en Palermo, El libro de Saladino, La mujer de piedra y La noche de la Mariposa Dorada.