En medio de la contingencia sanitaria que ha confinado en sus hogares a millones de mexicanos, el pasado 20 de mayo la Liga de Editoriales Independientes realizó una admirable evocación de la labor que realizan sus casas de libros. Englobada bajo el título de “La venganza de las editoriales”, la serie de actividades que se llevó a cabo de manera digital reunió a una variedad de voces proveniente de sellos como Auieo Ediciones, Cuadrivio, Norestación y Capítulo Siete, entre otros igualmente destacados. Lo que bien puede definirse como una auténtica fiesta literaria, aunque adecuada a los tiempos de la pandemia,  representó el extraordinario  esfuerzo de editores, autores, traductores y lectores por reivindicar el invaluable papel que las editoriales independientes  juegan en el mundo de la palabra escrita. Son estos organismos de letras los más nobles vínculos entre la creación literaria y el mundo, las ventanas por las que la oferta de libros es enriquecida por joyas que muchas veces pasan desapercibidas por no encajar con los intereses o las tendencias de los corporativos tradicionales. “La venganza de las editoriales”  sin duda marca un referente sobre los nuevos formatos de difusión que el sector editorial se ha visto orillado a implementar, pero, excepcionalmente, representa un ejercicio de concientización, un llamado de auxilio y atención a la sociedad mexicana de una industria que se encuentra seriamente amenazada por la parálisis económica causada por el Covid-19. Siempre! tuvo el gusto de conversar con dos prestigiosos editores   y representantes firmas independientes, quienes compartieron su visón acerca del adverso escenario que enfrentan.

 

Adriana Romero Nieto, Auieo Ediciones

En primera instancia, Adriana Romero Nieto evalúa la situación de las editoriales independientes previo a la contingencia sanitaria.

“La situación de fragilidad económica, de poca visibilidad en el mercado de los libros que, como todos, suele ser voraz de la industria editorial independiente mexicana no es nueva ni desconocida. A diferencia de los grandes y medianos grupos que tienen aparatos comerciales y de mercadotecnia avasallantes que les aseguran cierto porcentaje de ganancias (una trasnacional difícilmente va a apostar por un libro que ‘no se vende’), así como del FCE-DGP (ahora fusionadas), una paraestatal que cuenta con un presupuesto gubernamental anual que le asegura una cierta y continua producción editorial, las pequeñas editoriales, para producir sus libros, dependen muchas veces de los pocos apoyos gubernamentales o estímulos fiscales (tales como becas del FONCA y EfiLibro del INBAL, etc.), de algunas embajadas (cuando se trata de traducciones), de fundaciones (como Fomento Cultural Banamex, Fomento Cultural de Fundación BBVA, por mencionar a los principales), de contratos favorables de coedición o de venta en firme con universidades públicas y privadas, en menor medida, con instituciones del gobierno y de sus propias inversiones. Esto, desde luego, supone que además de ser editor, el que tiene una editorial independiente se debe volver gestor, administrador, mercadólogo, promotor, jefe de relaciones públicas, comercial y vendedor de sus propios proyectos. El trabajo se multiplica y las ganancias muy difícilmente lo hacen.

 

“Sin embargo, las contrariedades de las independientes no se detienen en la pregunta de cómo pagar los libros y a los autores que desean publicar, sino también en cómo venderlos, pues, como sabemos, México, por mucho que queramos ser optimistas, no es un país de lectores (las cifras que arroja MOLEC, publicadas en un comunicado de prensa del 23 de abril de 2019 del INEGI, indican que el promedio de libros leídos al año en adultos de 18 años o más es de 3.3 obras). Y el imaginario de estos pocos que sí leen suele estar conformado por grandes y famosos autores que, la mayoría de las veces, publican en los grandes grupos. Claro, esto no demerita la calidad literaria ni de unos autores ni de otros: tanto las editoriales como Penguin o Planeta, como las independientes, tienen en sus catálogos escritores relevantes y de plumas formidables. Lo que quiero decir es que, esos autores que llenan las salas de las presentaciones en la FIL de Guadalajara, publican sus obras más representativas en las editoriales que les aseguran no sólo un mejor anticipo de regalías, sino también una mayor visibilidad comercial. Y no los juzgo ni critico, aclaro, pues los autores de ello viven, y escribir no tiene porqué ser el oficio romántico y miserable que los adolescentes imaginan. Por supuesto, varios de estos escritores también publican en editoriales más pequeñas, pues son conscientes de la importancia de apoyarlas y, así, de contribuir a la bibliodiversidad. Y en dichos momentos, las editoriales independientes echan toda la casa por la ventana para ver a sus autores brillar, esperando que los lectores, la próxima vez que vayan a una librería, recuerden que además de aquella famosa novela del autor tal, éste también publicó un conjunto de cuentos en su pequeño sello.

A lo anterior se suma, como ya decía, el canibalismo en los puntos de venta y, por supuesto, por atraer la atención del lector sabiendo que ahora no sólo se compite con otros libros, sino también con todas las otras formas de entretenimiento y un sinfín de distractores. En cuanto a lo primero, las independientes, como cualquier otra editorial, deben jugar con las mismas reglas, con los mismos acuerdos de consignación y los mismos porcentajes que se llevan las librerías por cada libro vendido. Claro, esto se explica porque vivimos en un libre mercado… El asunto es que en un mundo editorial donde las mesas rotan cada vez más rápido sus ‘novedades’ es muy difícil que los libros de una editorial independiente, que tal vez publica diez títulos al año, contra las transnacionales que logran sacar a la luz hasta más de mil (en la página oficial de Penguin se anuncia que llegan a editar más de 1700), se mantengan a la vista de los lectores. Y por tanto, lo que no se ve, difícilmente se vende. Y si no vendes, no recuperas. Además de esto, como decía, la lectura rivaliza con las plataformas como Netflix o YouTube, el propio Internet, el cine, etcétera que acaparan los pocos minutos libres al día que le quedan a un oficinista que pasó diez horas en el trabajo, cuatro más en el tráfico y que, claro, después de ver a su familia, tiene que dormir ocho horas (retomo las cifras de MOLEC: la principal causa por la que la gente no lee es la falta de tiempo con un 47.9 por ciento).

 

En este sentido, una editorial independiente persiste gracias a todos esos autores, traductores, correctores, editores, diseñadores, impresores, papeleros, promotores que son apasionados de los libros y que no conciben un mundo sin ellos. Editar en estas condiciones es un acto de resistencia. Sin embargo, lo que tenemos que preguntarnos es: ¿por qué tiene que serlo? Y como creo que la respuesta es ‘no, no tiene que serlo’, hago una nueva: ¿y qué pasa con la política pública en materia de fomento a la lectura y apoyo a la industria? Y ahí, ahí hay mucho qué discutir”.

Y el panorama de la industria dista mucho de mejorar con las condiciones que ha traído la pandemia.

“En la situación actual donde, para preservar la salud, se nos obliga a confinarnos, alejarnos unos de otros y a limitar, precisamente, el encuentro, se acentúa la labilidad de nuestra industria. Las librerías y ferias, espacios físicos que no sólo están dedicados a la venta de libros sino también a la animación cultural (en ellas los autores y todos los agentes de la cadena del libro se encuentran con su público lector), están cerradas o pospuestas (en el caso de las ferias) y, en consecuencia, los lectores alejados de toda su oferta. Y, si bien el lector es el último eslabón de la cadena, es uno de los más importantes: sin él, todo el trabajo que hay detrás en la producción de un libro pierde sentido.

“En Francia, por ejemplo, el sondeo realizado, entre el 27 de abril y el 6 de mayo, por el Sindicato de los editores frente a la crisis del Covid-19 arroja que una de las principales tres razones del debilitamiento de las editoriales es el cierre de las librerías, en un país que tiene al menos tres mil y en una industria que es altamente dependientes de estos puntos de venta. Y en esto último (más no en la cantidad de librerías, claro está) dicha industria se asemeja a la de México: la mayoría de gente compra libros físicos en vez de electrónicos, a lo que se suma la problemática de que, además, en nuestro país se tiene la idea de que todo aquello que esté ‘en línea’ debe ser gratuito.

“En consecuencia, en este escenario, sin este aliado indispensable que es el librero, las editoriales independientes, cuya mayor parte no ha firmado un convenio comercial con Amazon ¾que se ha convertido en un fuerte competidor de las librerías y ahora, durante la pandemia, en una especie de monopolio en ventas de libros¾ pues las demandas contractuales le son incosteables o poco benéficas, deben encontrar nuevas formas para hacer llegar sus contenidos al público. Métodos de venta en línea que conllevan la logística y el costo de envío del ejemplar físico. Y lo anterior podría funcionar si se tuviera una industria sana cuyo índice de ventas es constante, pero si antes, de por sí, no lo era, en estos momentos lo es menos dado que la mayor parte de la población ha visto sus ingresos también afectados: algunos perdieron su empleo, a otros les recortaron a la mitad el salario, a los independientes (grupo al que pertenecemos muchos del gremio editorial) les cancelaron sus proyectos; por tanto, ahora más que nunca comprar un libro es visto como un lujo”.

Es así como las circunstancias comienzan a inclinar la balanza del rubro hacia lo digital.

“Por ahora, irónicamente, la única vía que permanece para las editoriales es la digital: ya sea como formato editorial (libros electrónicos) o como espacio de encuentro entre lectores y autores y de actividades de fomento a la lectura: charlas, presentaciones, lecturas, entrevistas. De ahí que, como se puede ver actualmente en redes sociales, la oferta sea inmensa: numerosas editoriales están ofreciendo eventos culturales en línea para promocionar su catálogo y sus autores. Esto para que los lectores que están allá afuera nos mantengan en su imaginario y recuerden que, a pesar de todo, aquí estamos.

Pero la ironía se amplifica si se piensa que las pantallas, que nos acercan, pero que a la vez funcionan como muros que nos distancian, son ahora nuestra única forma de transmitir la cultura que, a su vez, es aquella que nos humaniza en un mundo donde vivimos sumidos en preocupaciones materiales. Es decir, el mundo virtual que nos individualiza, nos vuelve narcisistas y nos separa de la comunicación frontal y humana, hoy en día es la única herramienta de la que la cultura puede echar mano”.

Sobre la posibilidad de algún apoyo gubernamental a la industria editorial independiente, Romero Nieto explica con precisión el proceso requerido.

“Por ahora, así como está planteada la estructura gubernamental en apoyo a la industria editorial, las independientes tienen poco de donde sostenerse. Como decía, sólo nos quedan las becas o los apoyos a proyectos puntuales (a una publicación o dos o tres), más eso no apuntala un catálogo ni equivale a un apoyo estructural. La Estrategia Nacional del Libro está sostenida por un único causal: “los libros no se venden porque son caros”, y por una única editorial: el FCE-DGP que, de hecho es una paraestatal. Por tanto, no hay una verdadera política pública en torno a la industria en su conjunto, incluidas las editoriales más pequeñas e independientes.

“En consecuencia, el gobierno requiere hacer una verdadera política pública en torno al libro. Esto significa, primero que nada, escuchar al gremio: sus necesidades, reclamos y propuestas. Las decisiones unilaterales, que sólo contemplan la visión de una editorial, de un funcionario no sólo no son el mejor ejemplo de lo que se supone que debe ser la democracia, sino que también, como los caballos de carreras con sus anteojeras, corren el riesgo de limitar la visión. El sector editorial es, por fortuna, vasto y plural; las soluciones impuestas a una transnacional o a una editorial del Estado no pueden ser las mismas para una independiente. Por ello, el gobierno, si su verdadero interés es fomentar la lectura, debe interesarse por todos y cada uno de sus agentes.

“Insisto: la actual Estrategia Nacional de Lectura merece ser revisada. Para ello, primero hay que volver a analizar los resultados que arrojan los índices de MOLEC, por ejemplo, u otros o, incluso, si se juzga necesario replantearse los elementos de medición y buscar unos cuyos resultados sean más confiables. En segundo lugar, como lo ha advertido el editor Tomás Granados Salinas en numerosos artículos, es urgente revisar el papel de las bibliotecas públicas: como entidades que compren cierta cantidad de ejemplares a las editoriales y como generadoras de nuevos lectores. Igualmente, dicha política debe incluir los estímulos fiscales (como el ya mencionado EFiLibro) y confirmar que la ley de precio único vigente sea respetada.

“A largo plazo, me parece imperativo estudiar la posibilidad de crear un Instituto del Libro, pensándolo como algo similar al Centro Nacional del libro francés, que depende del Ministerio de Cultura y que reúne a autores, traductores, editores y libreros dándoles apoyos puntuales y estructurales.

“Y a corto plazo, cuando la vida vuelva a lo que sea que llamaremos “normalidad” es necesario, como actualmente lo demandan las librerías francesas ante el gobierno de Macron, éstas se reabran al mismo tiempo que otros negocios como restaurantes”.

El lector, sin embargo, resulta ser la pieza clave para que las editoriales independientes se sobrepongan a la crisis actual.

“Los lectores son el último y más importante eslabón en la cadena editorial. Sin ellos nada de lo que hacemos cada uno de los agentes del libro tiene sentido. Como editora, yo siempre digo que nos debemos a dos personas: los autores y los lectores. Estos últimos compran libros, sí, y son los que nos sostienen económicamente, pero también fomentan el diálogo e intercambio de ideas. Nada más enriquecedor para un editor o autor que escuchar las múltiples conversaciones que un mismo texto suscita.

“En consecuencia, las editoriales independientes dependen en gran medida de los lectores”.

Finalmente, Adriana Romero Nieto  construye una reflexión sobre la importancia de respaldar el trabajo de estos sellos.

“El mundo editorial independiente contribuye a la bibliodiversidad. En una industria donde los grandes grupos cada vez se vuelven más poderosos al acumular editoriales, como Anagrama, Ediciones B, Salamandra, que por su éxito se convirtieron en adquisiciones atractivas, y convertirlas en nuevos sellos, la existencia de pequeñas editoriales independientes es esencial para que los lectores tengan ofertas variopintas y accedan a autores y a textos que, de otra forma, no conocerían. Incluso hay géneros, como la poesía o el ensayo literario, que probablemente, sin las editoriales independientes, se verían extintos; pues, como decía al inicio, los grandes grupos centran sus catálogos en los géneros (superación personal, novela, crónica periodística, análisis político) que les aseguraran ventas y, por tanto, ganancias”.

Por ello, es vital que estas pequeñas editoriales persistan y sigan llevando textos de calidad a las manos de los lectores.

 

Héctor Baca, Cuadrivio Ediciones

Por su parte, Héctor Baca expone la crisis del mundo editorial desde la perspectiva de Cuadrivio Ediciones.

“La industria editorial y la cadena del libro está rota y en crisis, desde hace varios años. Con la llegada del nuevo gobierno se ha agudizado, pues los editores independientes no contamos con incentivos fiscales ni programas que permitan despuntar. Ahora con las librerías cerradas sólo nos queda el comercio electrónico. En el caso de Cuadrivio es una editorial que nació, hace casi siete años, con una apuesta al libro digital, lo que nos ha permitido potencializar y gracias la contingencia incrementar la venta del libro electrónico”.

Señalando que el rubro de los editores no se encontraba preparado para enfrentar la contingencia sanitaria, Baca expone que la situación actual le ha impuesto a la industria un panorama donde debe reinventarse y posicionar más proyectos en el mundo digital. Sin embargo, otras medidas importantes se implementaron con anterioridad.

“Hace un año nació la Liga de Editoriales Independientes, no están todas ni somos todos, pero es un esfuerzo por compartir experiencias, organizar eventos y desarrollar tareas que muchas editoriales pequeñas se les dificultaría realizarlas solas; sin embargo, falta unidad, falta erradicar el (ego)ísmo y falta definir y volver a reconsiderar qué es una editorial independientes; cuál es nuestro papel e importancia en la industria, pues quizá no generamos ni tenemos grandes ventas, pero es un espacio para atender algunos géneros literarios que no tienen cabida en ninguna editorial grande”.

Respecto a la relación de las editoriales independientes con el ámbito gubernamental, Baca precisa algunos puntos de relevancia.

“Sin duda, lo primero es reconocernos. Es increíble que un director de teatro pueda pedir una beca al Sistema Nacional de Creadores, mientras que un editor ni si quiera existe; cuando nuestro papel es fundamental en la curaduría, apuesta y generación de nuevos valores literarios. Lo segundo, es tener una política de estímulos fiscales que nos permita, si no obtener ingresos por parte del gobierno, sí evitar pagar más impuestos; por ejemplo, en el caso de Cuadrivo la actividad se realiza en el rubro empresarial independiente, lo que me obliga a pagar más ISR e IVA, y terminamos pagando más impuestos que una empresa trasnacional, con sus debidas proporciones”.

Igualmente,  el editor reconoce la importancia de los lectores  y hace un llamado a apoyar el trabajo editorial independiente.

“El lector es la razón de ser de cualquier empresa editorial. Los proyectos y publicaciones siempre se realizan pensando en ellos, y en el caso de las editoriales independientes, la mayoría de las veces, salimos a la caza de nuevos y futuros lectores. Además, nuestro país goza de una tradición real: sin Joaquín Mortiz y la Serie del Volador no podríamos imaginar la literatura de los años 60 y 70 del siglo pasado. Ahí empezaron y apostaron por jóvenes escritores. Desde entonces, todos los sellos que han nacido y muerto han apostado por los nuevos valores; la literatura inclasificable, la poesía, el relato corto no serían posible sin las editoriales independientes. Son las que atienden las grietas que las grandes editoriales olvidan”.