Con imaginación inacabable, en el segundo capítulo de Cien años de soledad, García Márquez inventa la peste del insomnio. Lo asedian, en sus obras, muchas obsesiones, mencionaré sólo algunas: Los incestos malogrados, las flores amarillas, las cartas de amor nunca abiertas, las amantes niñas y, por supuesto, la peste. Uno de sus guiones es El año de la peste, filme de Felipe Cazals, basado en Diario del año de la peste, de Daniel Defoe, libro fetiche del colombiano. Al describir el insomnio, de modo premonitorio, porque faltan décadas para que se diagnostique, describe paso a paso el mal de Alzheimer que lo llevaría a la muerte.

El insomnio llega con Rebeca. José Arcadio reúne a los jefes de familia para evitar que la enfermedad “se propague a otros pueblos de la ciénaga”. Se prohíbe a los forasteros comer o beber, “pues no había duda de que la enfermedad sólo se transmitía por la boca”, a través de caramelos de animalitos de colores. “Tan eficaz fue la cuarentena que llegó el día en que la situación de emergencia se tuvo por cosa natural, y se organizó la vida de tal modo que el trabajo recobró su ritmo y nadie volvió a preocuparse por la inútil costumbre de dormir”.

 

El mal de Alzheimer

Según García Márquez el insomnio conduce al olvido. En su permanente vigilia, “comenzaban a borrarse de su memoria los recuerdos de la infancia, luego el nombre y la noción de las cosas, y por último la identidad de las personas y aún la del propio ser”. Aureliano aconseja a su padre que pongan letreros a las cosas para no olvidarlas, y con el regreso y ayuda de Melquíades mandan al olvido la peste del insomnio.

 

La peste de Camus

En la pandemia, muchos hemos recordado una de las más célebres novelas de Albert Camus: La peste. Al salir de su casa, el Dr. Bernard Rieux, el protagonista, observa con disgusto una rata muerta en la escalera y lo juzga un descuido del portero que debió retirarla, sólo cuando es demasiado tarde, descubre que fue el primer aviso de la enfermedad. El epígrafe, enseguida lo cito, lo dice todo: “Tan razonable como representar una prisión de cierto género por otra diferente es representar algo que existe realmente por algo que no existe”. La frase es de Daniel Defoe, escritor del siglo XVIII muy popular, autor de Robinson Crusoe, y, como ya se dijo, de El año de la peste. Lo que representa La peste de Camus (y justifica el epígrafe) no es la peste, sino la guerra. Al decir de Camus, lo más notable de la epidemia es que avanza silenciosamente y cuando las personas lo advierten ya las familias están separadas, el tránsito prohibido, la muerte acechando. Como dice Defoe, Camus representa lo que no existe, para revelar lo que existe, es decir, lo que cuenta la novela sobre la peste nos revela que, bajo el agua, habla de la guerra. Así y no de otro modo, procede siempre la literatura. Hoy, lo leemos, y así debe de ser, al pie de la letra, lo que hoy existe es el Covid 19.

El otro rasgo distintivo de la novela y de Camus es su estilo periodístico, lo que no sé si Barthes estaría de acuerdo en llamar el grado cero de su escritura. Juzgue usted: “Los curiosos acontecimientos que constituyen el tema de esta crónica se produjeron en 194… en Orán. Para la generalidad, resultaron enteramente fuera de lugar y un poco fuera de lo cotidiano. A primera vista Orán es, en efecto, una ciudad como cualquier otra, una prefectura francesa en la costa argelina y nada más.”

Los dos escritores recibieron el Premio Nobel, uno en 1957; el nuestro, en 1982.