Un best-seller es un libro que vende un montonal de ejemplares. En otras épocas, se consideraba de mal gusto ser un escritor popular, pero en el nuevo milenio hasta escritores de prestigio se autocalifican de best-sellers. Antes, no era así. A Balzac y a Víctor Hugo, su inmensa popularidad les impidió su entrada a la Academia Francesa y retrasó el justo reconocimiento a los Dumas, padre e hijo. Demeritó, por mencionar algunos, a Julio Verne, Amado Nervo o Rubén Darío. Se consideraba, en cambio, un pase a la inmortalidad ser el preferido de unos cuantos, de los happy few. Se les llamaba (y se les llama) escritores de culto, reconocidos por sus colegas y los conocedores.

Más para acá, ese gran número de lectores le puso trabas al reconocimiento a Gabriel García Márquez, obstáculos que derribó, con un solo golpe, el Premio Nobel. Perjudica, hasta la fecha y a pesar del aprecio que tienen por él en Francia, al brasileño Jorge Amado, porque sus populares novelas se convirtieron en premiadas películas y hasta en telenovelas.

Ser escritor de best-sellers era tratar de conquistar a los lectores por el atajo de combinar sexo y violencia en un estilo accesible a todo mundo. El precio era muy alto, se ganaban lectores (y dinero), pero se le cerraba el paso a ingresar a la historia de la literatura. En la generación de mis padres, se leía un best-seller: Por siempre Ámbar. Su autora, la estadounidense Kathleen Winsor. Lo que me la trajo a la memoria es que su novela se refiere a la peste bubónica. Se publicó en 1944 y en la primera semana se vendieron 100 mil ejemplares y en el resto del siglo se calculan tres millones de lectores. En el cine, la estelarizaron Linda Darnell y Cornel Wilde, bajo la dirección del gran Otto Preminger. El papel de Carlos II de Inglaterra, uno de los amantes de Ámbar, corrió bajo la responsabilidad de Charles Laughton. La novela narra las aventuras sexuales de Amber St Clare. Diecisiete estados de la unión americana prohibieron la novela y Australia toda, secundó la censura. La Iglesia católica la condenó, la adaptación cinematográfica la limó, a pesar de que se compraron los derechos en medio del escándalo. Uno de sus primeros críticos contó 70 referencias a relacione sexuales, siete abortos (algunos de la propia Ámbar), 39 embarazos ilegítimos, es decir sin marido, y diez “descripciones de mujeres sin vestir delante de hombres”. Yo debo haber tenido unos 16 años cuando la leí y claro que advertí los temas sexuales y me hipnotizó Ámbar, una protagonista promiscua y ambiciosa, pero como al resto de los lectores, me fascinó la parte histórica: la peste y el incendio de Londres, las descripciones de modas y costumbres. Y eso que es un mamotreto de 957 páginas en su versión en inglés y más de mil en su edición en español.

 

Pilar Pellicer

Como era amiga de Sergio Fernández, algunas veces la vi en la UNAM. En una ocasión, la fuimos a ver al teatro cuando leyó textos del grupo (sin grupo) de Los Contemporáneos, al que pertenecía su tío Carlos. Una vez, su hija Ariane leyó unos textos durante una conferencia que dimos Eugenia Revueltas y yo. Le pregunté por su tío Manuel, amigo nuestro durante años y esquivó hablar de él, por lo que creo que Pilar seguía peleada con sus hermanos Manuel y Laura Emilia. Creo recordar que Paulina Lavista me contó que Pilar también fue novia de Salvador Elizondo, aunque es Pina la que se recrea en Figura de paja, para mí, la mejor novela de Juan García Ponce. Como todo mundo, vi a Pilar en Las visitaciones del diablo (en la reseña de Acapulco), en Pedro Páramo, como Susana Sanjuán, en Balún-Canan, en la cinta experimental Tajimara, (un cuento de Juan García Ponce) y hasta en la censurada Tres mujeres en la hoguera, que ahora se ve en TV. Falleció el 16 de mayo, se dice que por complicaciones de Covid-19. Mi pésame a sus hermanos César y Manuel Pellicer López de Llergo.